Es curioso pensar que ese mocoso de cabello castaño que conocí en la primaria, que tenía los mocos salidos para afuera mientras lloraba al lado de su abuela, y que no aparentaba tener ni un solo amigo, ahora se había vuelto todo un hombre y estaba a punto de confesar su amor. Me sentía como una hermana mayor viendo a su pequeño hermanito volverse una persona adulta. «Puaj, eso sonó muy cursi. Mira las cosas que me haces pensar» me dije a mi misma mientras veía a Alí llegar con Natasha.
No pude evitar recordar la primera vez que nos vimos, fue el primer día de clase, durante la primaria. El llevaba el uniforme del colegio, un pantalón gris corto, una camisa blanca, bien planchada, una mochila mucho más grande que él, que le hacía parecer una tortuga cargando su casa al hombro.
Estaba tomado de la mano de una señora mayor, que lo consolaba y le decía que todo saldría bien mientras le acomodaba el moño que traía en el cuello, aun hoy me parecía un accesorio bastante tonto, que no ayudaba a mejorar su imagen. Su cara, por otro lado, parecía no hacerle caso a la mujer, pues estaba derramando lágrimas sin esforzarse por contenerlas, también se le caían los mocos por la nariz «seguro que estuvo llorando un buen rato» pensé en aquel momento.
A veces me pregunto qué hubiera pasado si no me hubiera acercado a ofrecerle un pañuelo (algo poco típico en mí que sorprendió hasta a mi mamá). Tal vez no nos hubiéramos vuelto amigos, o quizás sí, pues acabaríamos en el mismo salón y sentados el uno al lado del otro. De cualquier forma, ese encuentro marcó el inicio de nuestra amistad, pasamos muchas cosas, desde peleas hasta situaciones que una niña no debería pasar sola, pero por suerte siempre tuve a Alí conmigo.
No voy a mentir, hubo muchas veces en que creí que tenerlo a mi lado traía más cosas negativas que positivas, pero hasta la fecha nunca me había arrepentido de conocerle. Y todavía no lo hacía. No podía dejar de ver la forma en que ahora se estaba esforzando, como contra todo pronóstico (incluido mi consejo) se estaba esforzando en algo que era solo para él, que lo beneficiaría a él y que lo lograría por sí mismo.
Verlo de esa forma me hizo creer que yo también podía intentarlo, seguir adelante, tomar el toro por los cuernos como dice el dicho. Miré en mi celular el contacto de Maurice. «Quizás yo también deba…»
—Oye Lorena, —La voz del señor Ross me distrajo de mis pensamientos, estaba asomado en la ventana de la cocina y lucía un tanto desconcertado y un poco intrigado —¿qué hace Aliberth con la mujer de la mesa 2?
—Ah, le está confesando su amor —dije sin darle más importancia.
—¿Es una broma no?
—No, no lo es.
—Pobre, lo van a botar —dijo sin el más mínimo ápice de preocupación real.
—No lo creo, yo dije lo mismo al principio, pero ahora empiezo a creer que tiene una oportunidad. Mira como sonríe ella.
Nos quedamos absortos mirando la escena de ellos dos platicando como todos los días, de hecho me parecía que ella sí estaba un poco más feliz de lo habitual. «Ok, tú puedes Aliberth»
Al parecer al jefe también le había dado curiosidad la escena, y ahora estaba como espectador al lado mío. «Por favor que funcione» pensé desde detrás de la barra. Era una verdadera suerte que los clientes no pidieran nada en ese momento, y de igual forma no me iba a perder esto por nada del mundo.
De pronto vi a Alí cambiar su expresión de preocupación a una de seriedad y determinación que no había visto nunca, lucía exactamente como debe lucir un chico cuando se declara a alguien (o eso me habían dicho).
—Se lo dijo —susurré con entusiasmo.
—Y aquí viene el rechazo —anticipó él con una sonrisa bastante desagradable.
—Ay, qué odioso eres —le dije sin pensar y seguí absorta en la escena.
—Si sabes que soy tu jefe ¿no? —me dijo con tono ofendido.
—Mira, le está respondiendo —agregué antes de que pudiera amenazar con despedirme.
La mujer tomó aire y pareció decirle algo a Alí que lo dejó cabizbajo, «Hay por favor, ¿qué más quieres?» pensé molesta mientras seguía atenta. Ella también parecía tener una expresión de tristeza en su rostro y uno diría que hasta podría ponerse a llorar en cualquier momento «por favor… di un pero, di un pero» suplicaba en mis adentros esperando que le diera alguna “justificación” que luego pudiéramos resolver, pero fue en vano.
La mujer se levantó sin más, y con la cabeza baja se dirigió a la puerta. Todas las esperanzas que tenía se mantuvieron cuando volteó unos segundos y miró a mi joven amigo completamente rendido en la silla, «vamos, vuelve… con esa cara nadie se la cree» me dije a mí misma, pero al cabo de unos segundos ella se marchó del local, y con ella se fue toda posible esperanza que albergaba.
—Ay no.
—Sabía que esto pasaría, consuélalo y vuelvan al trabajo —agregó el señor Ross volviendo a la cocina.
Alí se levantó, se restregó los ojos, que seguramente estaban húmedos, y lentamente se acercó a mí dejando en la mesa 2 con un increíble aire de tristeza que parecía apoderarse de todas las demás mesas del local.
—¿Cómo te fue? —acabé preguntándole, aunque me arrepentí al instante.