Desde el enorme ventanal podía ver la lluvia caer, nada que no hubiera visto siempre, sobre todo durante esa última semana, que había estado plagada de tormentas, como si el propio cielo llorara por mi situación. Quizás era un poco egocéntrico de mi parte decir que el inmenso cielo podía llegar a empatizar con un ser tan diminuto como yo, pero luego de ese día, la verdad era que confianza no me sobraba.
Al menos el clima reflejaba la época del año en la que estábamos. El invierno nunca había sido de mis estaciones favoritas, pero de niño solía sobrellevarlo de buena manera; en gran parte por mi abuela, que hacía todo lo posible por embellecer la casa en la que vivíamos juntos. Al menos en el pasado.
—Oye, ¿estás bien? —me preguntó Lorena acercándose a mí por detrás.
—Sí, solo estaba pensando.
—¿Pensabas en ella?
Me preguntaba a quién se refería con “ella”, pues solo había dos personas que me podían hacer sentir de tal modo. La ausencia de “ella” se sentía bastante más de lo que había pensado. Uno creería que para ese momento ya me sentiría mejor, pero no. Su ausencia se seguía notando, sobre todo en mi corazón.
—Hey, el señor Ross dijo que podías salir antes hoy, ya sabes para ir a “ese” lugar.
—¿Hoy? Ahh, cierto.
Lore me miró con su expresión maternal, este último mes la había visto hacer esa misma expresión muchas más veces de lo normal, demasiadas en realidad. Pero supongo que si había alguna ocasión para hacerla, era esta.
—Si quieres puedo acompañarte, le diré al jefe que…
—No, déjalo. Quiero ir solo esta vez.
—¿Estás seguro?
Asentí, era bastante común que Lore me acompañara, después de todo ella quería mucho a mi abuela, prácticamente nos veíamos todos los días y casi se había vuelto parte de la familia.
—Bueno, si estás tan seguro… volvamos al trabajo.
Sí había algo positivo que sacarle al invierno, era la poca clientela que había en esas épocas. Cosa que resultaba curiosa, pues uno pensaría que con el frío, un café vendría como anillo al dedo. Pero lo cierto es que, con el frío en las calles, los habitantes evitaban salir de sus casas lo más posible.
Yo quería suponer que esa era una razón para que ella no viniera más, pero lo cierto es que había otra razón por la que Natasha Star no se había aparecido en el local desde hacía una semana, una razón que la mantenía alejada de aquí: yo.
Hace tan solo una semana me había decidido a expresarle mis sentimientos a ella, y lo había conseguido, pude decirle lo que sentía de todo corazón, lo que quería y me gustaba de ella, y lo que me molestaba o me preocupaba. Todo se lo dije, y de la mejor manera que pude. Sin embargo, su respuesta no fue como me lo había planeado.
Apenas y podía recordar los motivos por los que me había rechazado, principalmente porque me parecían poco honestos y, aunque había algunos que eran lógicos, realmente no sentía que fuera por ellos que lo hacía, había algo más.
¿La edad? Era grande sí, pero no lo suficiente para ser un impedimento, además yo no era un niño de 18 años ilusionado y sin estabilidad. ¿El tiempo? Sí, nos conocíamos hace poco tiempo, pero había visto tantas facetas de ella, tantos matices, que me parecía conocerla desde hacía meses.
Por último, y no menos importante, estaba sus sentimientos ¿ella me correspondía?, cuando se lo pregunté, cuando le pedí que me dijera que siente por mí, ella no fue capaz de articular palabra. No había podido decirme que no me quería, que me veía solo como amigo, que ya tenía a alguien especial; nada, sólo silencio y un “no puedo” que se perdió cuando se levantó del asiento.
Recordar ese momento todavía hacía que mi corazón se oprimiera, no importaba cuánto tratara de recordar y poner en práctica los consejos sobre rupturas de Lore o mis conocidos, siempre que veía o recordaba algo de ella, una terrible angustia me recorría el cuerpo.
—Un café para la mesa 5, Alí… supongo que todavía no. Lorena hazlo —ordenó el señor Ross desde la cocina.
—Perdón —musité cuando Lore pasó al lado mío.
Ese era otro inconveniente que tenía, se me había hecho imposible volver a preparar café como antes. A día de hoy no entendía el por qué no podía, pero sabía que tenía que ver con mi reciente desamor. No paraba de sorprenderme lo mucho que te podía afectar un rechazo, siempre había pensado que las personas exageraban las reacciones, pero ahora tenía otra mentalidad.
—Ahh, Aliberth. Mejor vete, aprovecha ahora que paró de llover —dijo el señor Ross con un inusual tono de compasión. Pero no le di mucha importancia.
No discutí con él, a mí también me convenía ir sin lluvia, aunque tampoco me hubiera molestado hacerlo. Ir, iba a ir con o sin lluvia, y aunque diluviara, ella estaría allí. Después de todo, a los muertos no les da miedo la lluvia.
***
El camino al cementerio siempre se me había hecho largo, en parte porque estaba al otro lado del pueblo, en la parte este (yo vivía en la noroeste) y como solo iba una vez al mes, no era como si supiera muy bien algún atajo para llegar más rápido, Y en cuyo caso, no era un lugar al que quisieras ir con frecuencia.