—Recuerdo el primer día que te vi. Era Nochebuena y yo había ido a visitar a mi madre, a Paul y a Stelle. Íbamos a hacer galletas azules. Recuerdo que mi madre me mandó a comprar la harina y los huevos, pues no quedaban.
Recuerdo estar en esa eterna cola del supermercado. Recuerdo cuando te caíste a mis pies; tú decías que te habían empujado y yo solo me reía.
Recuerdo que empezamos a hablar. No recuerdo por qué lo hicimos, tal vez fuera lo tierno que te veías con tu sudadera de Superman y tus gafas doradas o la mezcla de tus ojos azules y desordenado cabello rubio o la electrizante confianza que emanabas. Fuera lo que fuese, me gustó.
Te presentaste: Jason Grace, y yo te estreché la mano que me ofrecías y te dije mi nombre: Percy Jackson.
Recuerdo que me acompañaste a mi casa. Por todo el camino fuimos hablando y riendo. Una parte de mí quería decirte toda la verdad, que los dioses griegos existen y que yo era hijo de uno de ellos, pero otra parte se sentía en peligro, en alerta, desconfiaba y no sabía el porqué.
Recuerdo que al llegar al edificio te dije: "Quiero volverte a ver." y que tú me sonreíste tristemente y contestaste: "Esta noche me iré de la ciudad y, la verdad, no sé si volveré." Tu mirada era tan triste que supe que no mentías. Yo iba a decirte algo, no recuerdo exactamente el qué, solo no quería que te sintieras mal, pero te me adelantaste: "Este collar me lo regaló alguien que considero como a una madre. Siempre me ha traído buena suerte y ahora quiero que lo tengas tú." Yo iba a rechazarlo, pero viendo mis intenciones añadiste: "Ah, no acepto devoluciones." Una sonrisa iluminaba tu rostro mientras me entregabas el pequeño colgante con forma de rayo.
Recuerdo ponérmelo y coger el mío, un pequeño tridente, el único regalo que mi padre me dio, y cerrar tu mano con él dentro: "Recuérdame dónde estés, no importa la distancia, y yo te recordaré." te pedí "Siempre lo haré." prometiste.
No recuerdo de dónde saqué el valor para besarte en la mejilla y después, sin darte tiempo a reaccionar, cerrar en tus narices la puerta del portal. Recuerdo que te escuché silbar un villancico: "We wish you a Merry Christmas" y como tu sombra difusa desaparecía por la acera.
Recuerdo que ese día, al entrar a casa, mi madre me interrogó porque, palabras textuales, << Ni siquiera las galletas azules te habrían hecho tan feliz, así que dime: ¿es guapo?>> Dioses, recuerdo la risa ante la cara de vergüenza que tuve que poner.
Recuerdo que el verano llegó y tuve que volver al campamento.
Recuerdo que cada vez que sentía que algo iba mal, que no estaba bien o que iba a fracasar, tu sonrisa volvía a mi mente y yo solo era capaz de tocar el collar e imaginar que, en algún universo, éramos felices los dos, superando todas las adversidades y siempre, repito, siempre, estando juntos.
Recuerdo el peor día de mi vida. Por algún motivo los griegos y los romanos nos enfrentamos. Recuerdo hablar con Reyna; recuerdo que Octavian intentaba provocar una guerra; recuerdo el ataque de los monstruos.
No fueron dos o tres. Eran cientos, miles.
Recuerdo empezar a pelear. De repente, griegos y romanos eran aliados.
Recuerdo la tormenta que se empezaba a formar. Recuerdo mirar arriba y verte. Estaba seguro de que eras tú. Recuerdo ver los rayos caer sobre los monstruos. Recuerdo contarlos: cayeron veinte; veinte antes de que las fuerzas te fallaran.
Lograste llegar a tierra, pero estabas demasiado débil, no reaccionaste lo suficientemente rápido como para esquivar esa espada traidora.
Lo recuerdo todo a cámara lenta: cómo sacaba la espada de tu abdomen; cómo nuestras miradas se cruzaron; cómo la pelea se paraba ante el grito que estoy seguro que solté; cómo Reyna y otros dos romanos, uno musculoso con cara de panda y otra de ojos dorados, le colocaban una espada cada uno a Octavian en el que cuello, que sonreía triunfante.
Sabía que me llamaban, pero no escuchaba nada.
Recuerdo cómo puse tu cabeza sobre mi regazo, cómo intentaba frenar la hemorragia con mi camiseta; cómo la sangre salía de tus labios y con dolor en cada sílaba pronunciaste un suave te amo antes de cerrar los ojos. Recuerdo cómo en ese momento, mientras te ibas, mi corazón dejó de latir.
Recuerdo cómo Will y sus hermanos me separaban de ti.
Recuerdo cómo Annabeth y Grover llegaban y me abrazaban y me preguntaban sobre ti y... no sé que más. Estaba tan preocupado. Simplemente no los escuchaba.
Recuerdo ver a Reyna gritándole a Octavian. Recuerdo ver a dos romanos consolándose, él era alto y asiático, ella, bajita y afroamericana, eran los que habían amenazado a Octavian, después descubriría que se llaman Frank y Hazel. ¿Sabes? Llegamos a ser amigos.
No recuerdo exactamente que pasó después. Yo solo quería que me dijeran que estabas bien.
Recuerdo que te llevaron al campamento Mestizo, que era el más cercano.
Recuerdo que, dos días más tarde, Will nos dio la noticia: te habías ido. Te habías ido y no volverías.
Recuerdo llegar a la cabaña de Apolo y verte: estabas ahí, tu pelo rubio desordenado, tus párpados cubriendo esos hermosos ojos azules y las manos sobre el estómago, cubriendo esa horrible herida. Parecías tan tranquilo. Tan hermoso.
Lloré. Lloré durante toda la noche. Sentía que era mi culpa, debería haber sido más rápido, haber llegado antes a tu lado, haber hecho... algo.
Recuerdo ese aciago día. Te íbamos a enterrar entre todos los honores que tú, Jason Grace, pretor de Nueva Roma, merecías. Ese día, Octavian, murió atravesado por la espada de Reyna, si hubo juicio, no lo supe, solo sabía que ese monstruo ya no estaba y que yo me alegraba de ello.
Recuerdo que había mucha gente en el entierro: Reyna, Hazel, Frank, más romanos cuyos nombres no sabía, y ahora no recuerdo, Thalia; no sé si lo sabías, pero tenías una hermana, Thalia Grace. Hera os separó. Thals creía que jamás te volvería a ver y ahora...