Calaveritas de azúcar

Capítulo Único

Liam nunca tuvo un padre, y desde muy pequeño, ayudó al resto de su familia a atender un pequeño bar en la Ciudad de Puebla. Siempre le angustiaba pensar que mundo le quedaría para Miguel, su pequeño hermano, cuando fuera adulto, sería el mismo que él habitó, ese lleno de melancolía y miedo, creado, desde su perspectiva, por la ausencia de un papá, pues la vejez algún día llega a alcanzar hasta al más fuerte. Miguel, aprendió lentamente lo que un papá o un hermano mayor, si los tuviera, le habrían enseñado tiempo atrás: a defenderse, a llenar con valentía corazones temerosos, a afrontar la tristeza y la carencia, y a equivocarse sin perder su honor.

Todo lo que construye el hombre a lo largo de los años, es dotarte de alas con las que se puede sobrevolar en la misericordia del amor, el que se descubre cómo el camino que te convierte en un hombre de paz; esa paz que su familia necesitaba en una ciudad dominada por el miedo y la violencia. Una de esas noches en las que el olor a alcohol y a humo de tabaco arropa a los clientes y al personal del bar, como si fuera un maestro que, disuelto en el aire, da unas palmadas de aliento a quien lo requiere. Liam decidió que debía enseñar al pequeño Miguel todo lo que la experiencia le estaba dejando, omitiendo los detalles de cómo lo había aprendido. Se decía a sí mismo que sus conocimientos estaban frescos, ¡qué mejor momento para obsequiarlos! Un lunes por la tarde, en que Liam no trabajaba, llevó de paseo al chico. Lo llevó a comer una pizza a muchos kilómetros de su casa. Había mucho tráfico y antes de llegar al lugar debieron pasar junto a un área acordonada por la policía.

En una camilla se podía ver una bolsa de tela con cierre que albergaba un cadáver. Instintivamente, Liam le dijo a Miguel que no volteara a ver la escena, pero ya lo había hecho, y Liam, tentado a cubrir sus ojos, no pudo resistir hacerlo también. No hizo nada, dejó que lo viera, preparándose para escuchar alguna pregunta del niño. Miguel estaba mudo; como casi no salía de su casa, jamás se había topado con algo similar. Observó uno de los extremos de la bolsa, que cubría la cabeza; de pronto, sin que la policía pareciera darse cuenta, el cierre se abrió, y el brazo del cuerpo que yacía dentro salió con lentitud, como queriendo llamar la atención de Miguel. Parecía tener meses de muerto, la carne estaba podrida y los dedos, a pesar de estar tensos, lograron hacer un gesto hacia el pequeño, pidiéndole ir hacia él.

Miguel entró en una especie de trance mientras era espectador de los esfuerzos del cadáver por sacar su cara descompuesta hacia el exterior. Tenía una mueca de angustia, que a pesar de sus nervios rígidos era bastante clara. Su intención, ante los ojos de Miguel, era igualmente evidente. Buscaba a alguien de quien había sido arrebatado, pero, ¿a quién? ¿Y cómo saberlo, si su rostro era irreconocible? Liam mantenía la vista al frente, pendiente del tráfico y a la espera de algún comentario por parte Miguel, quien era el único que veía aquel extraño espectáculo en el que un muerto seguía preso de su cuerpo. Cuando llegaron a la pizzería, Miguel seguía sin decir ni media palabra.

¿Estás bien, hermano? El niño pareció volver en sí y asintió que estaba bien. Buscaron una mesa y se sentaron a pasar un buen rato. Miguel contempló el contraste entre el lúgubre escenario que acababa de presenciar y el ambiente colorido y vívido de la pizzería y de la compañía de su hermano. De repente se animó a preguntar acerca de lo visto en el camino. Liam le explicó lo que pasaba en su ciudad. Le habló sobre la violencia y la codicia que la habían enfermado, sobre lo común que era que se desaparecieran las personas, a veces encontradas ya muertas o nunca las encontraban, le dijo que esa era la razón por la que él no podía salir solo a la calle y que había que ser fuertes y portarse como los machos si algún miembro de su familia le pasaba lo mismo.

Cuando se levantaron de la mesa para regresar al coche, Miguel abrazó a Liam y comenzó a llorar. Lo sentía tan vivo, tan presente, que experimentó un miedo terrible a perderlo, a que desapareciera y lo encontraran muerto, tieso, inmóvil. La barrera se sentía muy delgada cuando Miguel pensaba en ello. Liam lo tomó del hombro con firmeza y con voz paternal lo animó a vivir el momento, y disfrutarlo, a percibir con los sentidos las delicias de estar vivo y experimentar desde las entrañas las emociones, dejándolas correr. Más calmado, Miguel recuperó la compostura, y volvió a abrazar a Liam con cariño fraternal, sonriendo. 

“Un día de estos te enseñaré a sacar a bailar a una chica, nomás déjame practicar primero cómo se hace”, le dijo su hermano mayor, divertido, mientras regresaban a casa.

Durante el fin de semana, Liam se reunió con sus amigos en un bar de Barrio Xanenetla. Centraba su pensamiento en aquella promesa que le hizo a Miguel. Intentaba recordar cómo romper el hielo con alguien tan callado como Miguel, pero aquel instante de redescubrimiento no duró mucho. De pronto, sintió detrás a un fornido sujeto ayudado de otro para inmovilizar y amordazar a Liam. Una voz de mando resonó en el bar y ordenó hacer lo mismo con los amigos de Liam.

“¡Esa vieja es solo mía, cabrones! ¡Ya se los llevó la chingada!”

Se los llevaron a una camioneta afuera del bar, mientras Perla le rogaba a su novio que no fuera tan culero con ellos. Él la tomó de su vestido con brusquedad y le contestó enfurecido:

“¡Cómo no voy a ser culero, perra! ¡Si nomás me doy la vuelta y ya estas de nalgasprontas! Un hombre como yo no puede permitir que le hagan eso y quedar como pendejo, ¿lo entiendes?”.

En la madrugada, el único que había escapado del destino de sus compañeros llegó a la casa de Liam y gritó con angustia su nombre. Su madre y su bisabuela salieron asustadas por el tono de voz del chico. Mientras escuchaba al muchacho contar lo sucedido, la madre se quebró frente a Miguel, quien entró en un estado de trance, en el que le era imposible quebrarse de la misma manera. No podía darse aquel lujo. Su infancia terminó en el año 2014.




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