-Todo lo que ves algún dia será tuyo
-No veo nada
-Exacto
Foxley, la ciudad del zorro, vibra con una miríada de colores, tecnología y lujo que forman un bello paisaje de grandiosidad.
O así era. La última vez que la vi.
Realmente me planteo haber sido teletransportada por el túnel a otro lugar. Este no puede ser el mismo sitio en el que estuve hace solo dos días.
¿Tan rápido nuestro mundo puede ser borrado y destruido?
Al parecer, sí. Porque en esta ciudad ya no hay nada vibrante, no hay ni siquiera un pequeño latido. Todo está muerto.
Los árboles de hoja naranja han desaparecido; algunos edificios están ardiendo y los que no parecen más viejos que el tiempo. Espeso humo negro oscurece el cielo, mezclándose con la niebla. Montañas de cenizas y escombros se amontonan a ambos lados de las calles vacías.
El vehículo en modo automático atraviesa la larga carretera, esquivando una multitud de coches abandonados. Sobre las cenizas y escombros hay pequeños fuegos que parecen hogueras, y es gracias al fuego que puedo fijarme en que la razón por la que los edificios parecen tan desgastados de repente es porque están cubiertos de óxido.
Finalmente, el vehículo se detiene en una calle que no reconozco, frente a un edificio que tampoco tengo ni idea de qué es. Abro la puerta diédrica tras meter a Ada dentro de la seguridad de mi chaqueta acolchada y salgo acunándola como un bebé.
Emocionada por haber conseguido llegar sana y salva por mí misma y con la idea de por fin reunirme con mi theío y dejar que él se encargue de todo, ni siquiera me preocupo de darle a mi alrededor más que un vistazo.
ERROR.
Una mano sale disparada de entre las cenizas y me sujeta con fuerza el tobillo. Una mano con garras en vez de dedos.
Y simplemente no puedo contenerlo.
—¡¡¡¡AHHHHHH!!!!
Mi grito, que sale de lo más profundo de mis entrañas, hace que mis propios oídos duelan. Debe de ser molesto también para eso, porque empiezan a salir como ratas de entre las montañas de cenizas de toda la calle. Por supuesto, todos con sus hambrientos ojos en mí. La idiota con olor a vainilla que grita.
Ada suelta un chillido cuando mis intentos de que eso me suelte la pierna acaban conmigo cayendo con fuerza de espaldas al suelo. Y esa cosa no me da ni un segundo de tregua antes de prácticamente reptar hacia mí. Su boca se abre más de lo que debería ser posible cuando me ruge en la cara, soltándome todo su aliento fétido, con la clara intención de noquearme para que no pueda huir.
Su apestosa baba negra me cae encima y, casi en cámara lenta, veo cómo sus dientes se dirigen a la única parte de piel que llevo descubierta, mi cara. La cacofonía de rugidos de los otros al acercarse para unirse al festín no es precisamente la banda sonora que hubiera elegido para mi muerte.
¿Dónde está Simi cuando se la necesita?
Cierro los ojos con mis manos dentro de mi chaqueta, lista para dejar a Ada huir mientras me rindo a lo inevitable.
Y hasta aquí llega mi historia. Ha sido un placer.
Zzzip.
¡Plof!
Chap, chap.
Escucho todo tipo de sonidos raros y húmedos a mi alrededor, pero sigo manteniendo mis ojos cerrados, negándome a ver qué está haciendo ahora eso. Estoy atrapada, cansada y traumatizada. Incluso si por un milagro consiguiera huir de los monstruos que me rodean, si sigo viendo más, sobreviviré para terminar en una celda acolchada.
—Levántate.
Mi mente se queda en blanco. Literalmente, se vacía y se va en un viaje astral digno del Doctor Strange. Porque por un momento pienso que quien me habla es eso.
Todavía dudando de mi cordura, abro los ojos apenas una rendija, pero verlo frente a mí hace que los abra de golpe al máximo. La verdad, hubiese estado menos sorprendida si eso me hubiera sazonado antes de comerme.
Él viste ropa negra de estilo táctico. Guantes sin dedos cubren sus manos y en una sujeta el mango de una peculiar espada corta y curva. Su pelo rubio ceniza, del mismo tono que sus cejas, está rapado. Su expresión es seria y distante, casi inexpresiva a la vez que misteriosa debido a la máscara-respirador que cubre la mitad inferior de su cara, dejando solo visibles sus ojos que evocan el hielo, tanto por su color como por su frialdad.
Y lo más importante, no está muerto.
O por lo menos no está muerto por fuera; no estoy segura de que no lo esté por dentro.
—¿Cómo llegaste aquí?
Tal vez eso no es lo primero que debería preguntarle teniendo en cuenta la situación en la que estoy, pero si hubiese estado jugando a ¿Quién es la última persona que vas a ver hoy? Su nombre podría haber sido el elegido.
Porque él vive en otro continente. Concretamente en Europa.
—Levántate —lo vuelve a repetir con el mismo tono monótono mientras sigue observándome desde arriba con esos ojos glaciales.
Obedezco, seguramente porque sigo en shock, y me pongo de pie con Ada todavía bajo la chaqueta, acunada en mis brazos. Con mi uno setenta y tres me considero bastante alta y no me suelo sentir pequeña al lado de los hombres, excepto por mi padre y mi theío. Este idiota también es una excepción, siendo más alto que ambos.
Escucho un chapoteo que me hace mirar al suelo. Resulta que estoy de pie en un charco de sangre que burbujea. Puaj. Doy un paso atrás y mi pie choca con algo que rueda lejos.
Algo que resulta ser la cabeza de eso que estuvo a punto de convertirme en su almuerzo. A pesar de que es solo una cabeza sin cuerpo, todavía está viva o ¿no muerta? Lo que sea. Gruñe y da mordiscos al aire.
Los otros, sin embargo, están todos muertos. Ósea, muy muertos. Parece.
—¿Están definitivamente acabados? —le pregunto al trozo de hielo a mi lado, señalando a los cuerpos tirados sobre las pilas de cenizas— ¿O han entrado en modo hibernación y volverán a levantarse?