-Toc, toc
-¿Quién es?
-Tres forajidos y un pistolero
En una escena propia del lejano oeste, nos reunimos al amanecer en una calle desierta. De un lado los dos chicos con media cara cubierta y armados, del otro nosotros sujetando a la chica atada de rehén.
—Déjala ir —ordena el chico que trata de verse duro levantando su arma para apuntar a César. Por su voz puedo adivinar que es otro adolescente.
—La dejaré ir a cambio de que me entreguéis vuestras armas. Las dejaremos en las afueras de la ciudad y podéis recogerlas cuando nos hayamos ido.
El chico resopla.
—¿Y se supone que tenemos que creernos que no te las llevarás?
—O nos llevamos las armas o nos llevamos a la chica —responde César, y él sí hace un buen trabajo en lucir como un tipo duro con el que no tienes que meterte—. Tú eliges.
Desde la distancia puedo notar la frustración del chico; está claro que no tiene ni idea de lo que está haciendo. Un error de principiante: dejar que tu oponente perciba debilidad.
—¿Y qué tal si nos vamos todos juntos?
Los cuatro miramos al otro chico, quien parece sonreír bajo el pañuelo. La voz de este no parece la de un adolescente y no me he perdido el hecho de que la chica hace gestos inconscientes de desagrado cada vez que habla.
—Lo siento, nuestro viaje es para dos —respondo y veo la diversión nadar en sus ojos azules que me recuerdan a las profundidades del océano.
—No hay necesidad de viajar, tenemos un campamento justo aquí. Estaréis mucho más seguros que en la carretera.
César cambia de postura sutilmente, pero veo los ojos azules seguir el movimiento.
—Gracias, pero tenemos un sitio a donde ir.
—Insisto —dice levantando su arma para apuntar hacia mi rodilla en una nada sutil amenaza.
—¿Qué estás haciendo? —recrimina el otro chico—. Tienen a Bon.
—Una lástima —responde arrastrando las palabras, que no tienen ni una gota de pena o remordimiento—. Pero la princesa vale más que tu amiga; no voy a dejar que se me escape de las manos.
La chica maldice en voz baja. Una parte de mí se pregunta si es un acto para distraernos o realmente está dispuesto a dejarla morir por atraparme. Es triste que lo segundo sea lo que me parece más probable.
—El plan es traer de vuelta a Bon —insiste el terco chico con voz temblorosa—. No estás al mando, así que deberías ceñirte al plan.
—¿Y quién está al mando? ¿Tú? —cuestiona, girando el arma ahora hacia el chico.
—¡No me apuntes con el arma!
—¿O qué? ¿Me dispararás, pequeño Ash?
El chico se lo toma a pecho y gira su pistola hacia el otro, resoplando.
—¡Estoy harto de tus malditas burlas y tus bromas pesadas! ¡¿No te das cuenta de que nadie te soporta ni te quiere en el campamento?!
Lo que pasa a continuación es un completo caos.
Los gritos del chico atraen a varios nekrofágoi que salen repentinamente de un callejón cerca de él, lo que lo asusta, provocando que dispare su arma sin querer. Y la bala impacta directamente al otro chico que cae al suelo.
Por supuesto, el estruendo del disparo atrae a más nekrofágoi que empiezan a llegar de todas las direcciones.
—¡Vamos! —me grita César agarrando a la chica atada.
—Espera , por favor —pide ella—. No podemos dejarlo.
—¿Crees que vamos a arriesgar nuestra vida por el idiota al que no le importaba arriesgar la tuya? —responde César guiándonos al taller.
—No, ese no. El otro. Solo tiene dieciocho años y no se ha enfrentado nunca a ellos, por favor.
Me sorprenden muchas cosas, como por ejemplo que diga que tiene dieciocho como si fuera un niño cuando yo tengo menos y no dudo en ponerme una pistola en la sien.
César se gira para mirar al chico que está paralizado mirando al otro tirado en un charco de sangre, a pesar de que los nekrofágoi están a un paso de llegar a él y convertirlo en su desayuno.
—No te muevas —ordena César, dejándonos en la puerta del taller y corriendo hacia el chico antes de que pueda impedírselo. ¿En serio? ¿Qué tiene que hacer una chica para tener un guardaespaldas que se preocupe solo por ella?
Mientras la puerta del taller se abre, la chica y yo observamos cómo César llega hasta el chico en shock y tira de su brazo para apartarlo del nekrofágoi más cercano al que dispara en la cabeza. La visión de la cabeza podrida explotando me provoca arcadas. Ambos corren hacia nosotras mientras más y más nekrofágoi aparecen; algunos los siguen, pero la mayoría va a por el que huele a sangre. Le doy al botón para cerrar la puerta cuando se acercan y César les dispara a los que tratan de entrar. Una vez que estamos seguros en el taller cerrado, la chica se gira hacia su amigo.
—¿Estás bien?
El chico asiente a pesar de que es obvio que no lo está.
—¿Está muerto?
—No lo sé, el disparo no lo mató, pero los carroñeros lo rodearon y no lo vi más.
Hay un tenso silencio en el que ambos se miran, ese tipo de mirada en el que dos personas se comunican sin necesidad de decir nada.
Cesar me habla ya que nosotros no tenemos ese tipo de conexión.
—Tendremos que esperar a que se calmen y se vayan antes de salir.
—No se calmarán —advierte la chica—. Son como sabuesos y una vez han olido comida no la dejan; esperarán días y noches.
—Entonces sentaos y poneos cómodos —respondo con una dulce sonrisa.
Ella me mira con sospecha; César, con sorpresa.
—¿Tienes un plan?
—Todos los negocios están obligados por ley a tener más de un plan de evacuación en caso de emergencia y resulta que sé de uno que nos viene perfecto.
Hay una aprobación en los ojos de César que me molesta. No quiero que me admire ni que se encariñe conmigo; quiero que me proteja hasta que me reúna con mi theio.
—Vámonos —lo apresuro mientras camino hacia el interior del taller.