Calima Roja

13

Está Bien no estar Bien

Zarek detiene el coche en la meseta desértica y desde allí nos guía silenciosamente a una cueva en la parte alta de una de las montañas.

—¿Será seguro quedarnos aquí? —pregunta César observando la amplia pero poco profunda cueva.

Zarek asiente, camina hasta la rocosa pared final y señala algo en el suelo.

—Bajando por ahí hay una zona subterránea donde se puede acampar.

Lo que Zarek señala es un túnel con una estrecha escalera de piedra cuya capacidad es suficiente para que baje una persona. Turnándonos, bajamos a la zona subterránea que tiene un pasillo de piedra que lleva a dos cámaras.

Zarek se detiene al llegar a la primera cámara y se gira para mirarnos.

—Nos quedaremos todos en esta; es más seguro permanecer juntos.

—Vamos a revisar la otra y asegurarnos de que el perímetro es seguro —avisa el hermano mediano, aunque no tengo claro a quién.

—Vayamos nosotros también —le dice Saya a Weasley, dejando insultantemente clara su desconfianza cuando sigue a los dos hermanos.

Por mí se pueden perder todos en los recónditos huecos cavernosos y no volver.

La primera cámara está sutilmente dividida en dos. Bordeando el lado izquierdo del riachuelo que ocupa la mayor parte de la estancia, hay cinco carpas de lona beige y una hoguera portátil; en el lado derecho, hay una pequeña subcámara que da la impresión de cierta intimidad. Sin decir nada, me dirijo a la subcámara.

Dejo mi equipaje junto a la carpa que hay en la subcámara, que es la más grande, y voy a encender la lámpara de aceite colgada de la pared rocosa. El resto del grupo se divide en las carpas del otro lado del arroyo y por el rabillo del ojo veo a Ada salir de su mochila-transportín mientras bosteza y se estira sobre sus patitas.

Mis pelos se ponen de punta cuando un espectro pasa por mi lado y se agacha frente a la hoguera portátil.

—¿Cómo sabías de este lugar?

—Mis hermanos y yo nos establecimos aquí cuando llegamos a Tasmanti.

—¿Dormíais los tres aquí?

—Solo yo; mis hermanos ocuparon las carpas del otro lado.

No tengo dudas de que mis padres les ofrecieron quedarse en un hotel o una cabaña y fueron ellos los que prefirieron esta cueva.

—¿Complejo de murciélagos? —murmuro para mí misma mientras él enciende el fuego.

Zarek se va tan silencioso como llegó en cuanto el fuego está prendido y, agradecida de finalmente estar sola, agarro mi mochila para sentarme en la rústica mecedora cerca del fuego y de espaldas al riachuelo. Abro una lata de conserva para mí y otra para Ada. Tras terminar de comer, saco una píldora del frasco violeta y me la trago con un sorbo de agua.

Para cuando me levanto de la mecedora, los demás ya han encendido su hoguera y están divididos en las carpas del otro lado. Feliz de que estén cada uno a lo suyo, voy a mi carpa para abrir la lona y aparto el mosquitero, pero parece que he cantado victoria antes de tiempo.

—¿Podrás dormir? —pregunta Wendy, acercándose con una sonrisita petulante—. Me imagino que será difícil sabiendo que estás rodeada de personas que te odian y que pueden estar esperando a que cierres los ojos para atacarte. Creo que te esperan muchas noches en vela.

—Dormiré como un bebé en una cama de nubes.

Su sonrisa vacila y me observa con escepticismo.

—¿De verdad no estás preocupada?

—No —respondo y, tras entrar en la carpa con Ada, dejo caer la lona y el mosquitero, esperando que pille la indirecta y se largue.

Me acuesto en la cómoda cama tatami y cuento hasta cincuenta antes de escuchar sus pasos alejarse. Ada se acurruca a mi lado y dejo salir un hondo suspiro.

No estoy preocupada y, si algún día Wendy descubre por qué, será ella la que no podrá dormir.

☄️

Estoy de nuevo en ese lugar.

Frío. Oscuro. Desolador.

Sus tumbas me rodean y no hay manera de que pueda huir. Incluso si cierro los ojos, sigo viendo a través de mis párpados. Incluso si tapo mis oídos, sigo escuchando.

Mi cuerpo no responde. Mi mente tampoco; estoy perdida.

Perdida en sus nombres grabados en piedra, perdida en sus enloquecedores susurros.

¿Qué quieren de mí? Están todos muertos.

Abro los ojos y veo un techo de lona beige. Dentro de la carpa no se oye nada más que los ronquidos de Ada. Levanto el brazo para mirar la pantalla del Exéli watch.

11 de Lanuáriou. 05:14 a.m.

Tres semanas desde el día cero. Veintiún días después del fin del mundo.

Estoy a punto de bajar el brazo cuando el pronóstico para el clima de hoy llama mi atención.

23°C - Soleado.

Hora de salida del sol - 6:39 a.m.

Lo último que vi del sol fue cómo desaparecía para dar paso a un rojo resplandor.

Y desde entonces parece habernos abandonado, a pesar de que en esta época debería brillar con fuerza en el cielo. Lana realmente predijo mi verano.

Limpio la humedad de mis mejillas y me levanto. De la mochila de Jude saco un vaquero corto con margaritas pintadas en el bolsillo trasero; a ella realmente le gustaba dejar su huella en todas sus cosas y un crop top de manga corta, pero esta vez sí me fijo en la frase que está escrita bajo el estampado de un sol rodeado de nubes: "When God made man, she was only joking". Tal vez sea la única prenda de ropa de Jude que realmente me guste, aunque sigo odiando que todas sus camisas sean tan pegadas.

Agarro algunas cosas de mi mochila y las meto en el bolso marrón verdoso de Jude; después me lo cuelgo al hombro y salgo silenciosamente de la carpa y de la cámara, agradecida de que los demás sigan durmiendo dentro de las otras carpas.

Subo las escaleras de piedra y me acerco a la entrada de la cueva donde me siento con las piernas cruzadas. El cielo está como el interior de una ballena. Oscuro y vacío. Mientras espero la posible salida del sol, mantengo mi mente ocupada revisando las cosas en el bolso de Jude y hay algo que llama especialmente mi atención.




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