Calima Roja

16

La ley del gafe de Murphy

La oscuridad va seguida del frío y el silencio.

Hasta que empiezan los gritos.

Inmóvil, observo la oscura forma del nekrofágoi en el umbral de la puerta destrozada, pero es la luz del rayo que golpea en el cerro la que me revela la horrorosa imagen de otro nekrofágoi devorando el cuello de la anciana a pocos pasos de mí.

—Haz... lo que p-prometiste —pronuncia con esfuerzo y apenas puedo oírla por encima de los desagradables sonidos de succión.

Mueve la boca como si quisiera decir algo más, pero el nekrofágoi clava sus garras en ella y empieza a desgarrarla mientras la devora con más desesperación.

No puedo apartar mi mirada en shock por lo que acaba de pasar mientras las lágrimas caen por mis mejillas.

Los gritos que provienen del comedor atraen como un faro al nekrofágoi de la puerta, que prácticamente vuela en esa dirección.

Alguien me agarra con fuerza del brazo y tira de mí para correr hacia la puerta esquivando la espeluznante escena de muerte, pero en cuanto la lluvia me empapa, reacciono y me detengo.

—¡¿Por qué te detienes?! —grita el hermano mediano tirando de mí—. Tenemos que buscar otro refugio.

Vuelvo a parar clavando los pies en el fangoso suelo para contrarrestar su avance.

—Dánae —mi nombre sale con una enorme frustración de su boca—. Este no es el momento de ser caprichosa.

—¿Y qué pasa con tu hermano?

—No te preocupes por él, sabe cómo cuidarse; además, ya me había pedido que, si algo pasaba, te pusiera a salvo primero a ti.

—¿Y los demás?

—¿Desde cuándo te importan los demás?

—No me importan, pero hice una promesa y en Tasmanti las promesas se cumplen.

Me doy la vuelta y corro hasta el pequeño cobertizo cerca de la casa mientras él corre detrás de mí gritando mi nombre como un idiota.

—Ábrelo —ordeno señalando al candado en la puerta.

—¿Te quieres esconder ahí?

—Solo abre la puerta.

Él refunfuña por lo bajo, pero la abre en poco tiempo y, en cuanto entro, empiezo a rebuscar por todos lados, rezando para que mi predicción se haga realidad. Casi me pongo a llorar al comprobar que efectivamente está allí.

—¿Qué piensas hacer con eso? —pregunta mirando con una ceja alzada cómo acaricio el arco que, aunque no tan perfecto como el que tengo en casa, es bastante bueno.

—¿Tú qué crees?

—Siento desilusionarte, pero una flecha no bastará para matarlos.

—Será suficiente si puedo detenerlos.

Rasgo en varios trozos un paño viejo y rocío cada uno con alcohol; luego los guardo en mi bolsillo y, tras colgarme el carcaj al hombro, salgo por la puerta con el hermano mediano pisándome los talones.

—¿Desde cuándo te volviste una princesa guerrera? —se queja—. ¿De repente eres una heroína?

Tal vez es porque nunca supe realmente lo que era pedirle a alguien que muera por ti.

—Cállate. Si no vas a ayudar, mejor vete a buscar un rincón en el que esconderte.

—Ojalá pudiera. —Suspira con pesar, pero aun así aprieta en sus manos el hacha que tomo del cobertizo y me sigue hasta la casa.

Lo primero que veo al pisar el umbral es al nekrofágoi inclinado sobre el suelo, todavía distraído por su festín.

No hay preocupación de que la anciana "regrese". No queda lo suficiente de ella para hacerlo.

Silenciosamente sacó una flecha del carcaj y la posicionó en el arco, recordando la última vez que lo hice cuando el mundo todavía estaba a mis pies. Fijando el objetivo, disparo la flecha que se clava directamente en la médula espinal del nekrofágoi, haciendo que ruja de dolor.

Velozmente, cubro la punta de otra flecha con uno de los pedazos de tela.

—Enciéndela.

Por suerte, él lo pilla rápido y, en cuanto incendia la tela con su mechero, la lanzó hacia el mismo punto que la otra.

—¡Nada mal! —exclama sonriéndome mientras el fuego empieza a cubrir el cuerpo del nekrofágoi.

Disfruto solo un segundo de sus satisfactorios rugidos de dolor antes de correr hacia el comedor al mismo tiempo que cubro la punta de otra flecha con otro trozo de tela.

Me detengo de golpe al ver que no hay solo uno, sino tres nekrofágoi. Zarek lucha contra dos de ellos tratando de encontrar un ángulo para cortar sus cabezas, mientras que el tercero tiene arrinconados a los otros, que, usando la mesa como escudo, lo mantienen a raya como pueden.

Levanto el arco y el hermano mediano rápidamente enciende la tela. Una vez más, suelto una flecha que se clava en su objetivo, paralizando y prendiendo fuego al nekrofágoi.

Las caras de sorpresa que ponen ellos al darse cuenta de quién es su salvadora deberían ofenderme, pero estoy más preocupada por el sonoro chasquido que hacen las cabezas de los otros nekrofágoi al volverse hacia mí.

Zarek aprovecha ese momento para cortarle la cabeza con su espada a uno, pero el otro corre como el viento hacia mí.

Movida por el puro instinto de supervivencia, saco otra flecha para colocarla en el arco, pero la bestia me tira al suelo antes de que pueda disparar y ruge en mi cara, provocándome un indeseado déjà vu.

Especialmente cuando el hermano mediano corta con dos golpes su cabeza con el hacha y su negra sangre cae sobre mí. Lo único que puedo hacer es cerrar la boca y los ojos con fuerza hasta que su cuerpo inerte cae sobre mí.

—¿Estás bien? —me pregunta el hermano mediano con tono de disculpa.

Asiento apartando de un golpe el cuerpo del nekrofágoi y me siento. Zarek se acerca y me sujeta del brazo para ayudarme a levantarme.

—Tenemos que salir de aquí.

Vuelvo a asentir porque no quiero abrir la boca con esta inmundicia sobre mí y recojo del suelo el arco. Los demás nos siguen, pero cuando llegamos al salón, me giro para agarrar a Milhouse del cuello, le tapo los ojos con la otra mano y lo llevo rápidamente hasta la puerta de esa manera, a pesar de sus protestas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.