Esta es la historia de Mara, una joven de 23 años cuya vida fue trágicamente arrebatada. Hasta el momento, nadie sabe quién fue el responsable de su muerte. En su pequeño pueblo, todos conocían a Mara como una persona dulce, colaborativa y siempre dispuesta a ayudar. Sin embargo, aquel lugar pintoresco ocultaba un oscuro secreto que nadie se atrevía a desvelar.
Como cada mañana, Mara se levantó temprano, lista para otro día de trabajo en la pequeña tienda de flores ubicada a la orilla de la carretera. Era verano, y los campos de flores cercanos eran un gran atractivo para los turistas. Solo durante los meses de febrero y marzo, el paisaje se llenaba de colores vibrantes que atraían a visitantes de todas partes. Mara amaba su trabajo en la tienda, donde podía disfrutar de la tranquilidad del entorno y dedicar tiempo a su gran pasión: la lectura. Aunque su vida no estaba vinculada profesionalmente a la literatura, soñaba con escribir su propio libro algún día.
—Mara, ¿puedes pasarme aquella maceta? —le pidió una mujer mayor que frecuentaba la tienda.
Mara obedeció con una sonrisa, como siempre lo hacía. Aquella jornada transcurrió sin sobresaltos, con momentos de calma que ella aprovechaba para leer. Ese día no parecía diferente a los demás, pero el aire del pueblo cargaba con una sensación de misterio que muchos preferían ignorar.
Cuando terminó su turno, Mara cogió la bicicleta que su madre le había regalado para su cumpleaños número 18. Ese obsequio había sido motivo de mucha alegría , ya que le facilitaba el recorrido diario hasta el trabajo, ahorrándole largos kilómetros de caminata. Pedaleando hacia su casa, Mara disfrutaba del paisaje, pero un frío inexplicable comenzó a recorrerle la piel, a pesar del cálido clima de verano.
Mientras avanzaba por las tranquilas calles del pueblo, sintió una vez más esa incómoda sensación de ser observada. Llevaba semanas con esa impresión, aunque al principio creyó que era producto de su imaginación. Incluso su madre no le dio importancia cuando lo mencionó. Sin embargo, en el fondo, Mara sabía que algo no estaba bien. Aceleró el ritmo, deseando llegar pronto a casa.
Bajó rápidamente de la bicicleta y entró con prisa. Su madre, que estaba en la cocina, le dirigió una mirada rápida mientras Mara le ofrecía una sonrisa nerviosa antes de subir a su cuarto para cambiarse. Estaba sudada y cansada.
—¿Qué tal tu día, hija? —preguntó su madre desde la cocina.
—Tranquilo, ya sabes. Todavía estamos comenzando la temporada y no hay mucha gente comprando las flores de la señora Marta —respondió Mara mientras se cambiaba.
—Sí, parece que este año habrá menos turistas —dijo su madre, intentando mantener la conversación—. Mañana, ¿quieres que preparemos algo especial para cenar?
Mara asintió desde su habitación, pero su mente seguía dándole vueltas a esa incómoda sensación. Esa noche, mientras cenaban, intentó distraerse hablando de cosas triviales, pero no podía ignorar el nudo que sentía en el estómago.
Horas más tarde, ya en la cama, Mara revisó uno de los libros que había comprado recientemente. Era una novela de misterio que la había atrapado desde el primer capítulo. A medida que avanzaba en la lectura, no pudo evitar sentirse identificada con la protagonista, una mujer que también sentía que alguien la observaba.
El silencio de la noche en Santa Luz era abrumador. Las calles del pueblo, normalmente tranquilas, parecían más vacías que de costumbre. Mara, inquieta, se asomó a la ventana y observó la calle iluminada por la tenue luz de los faroles. Nada parecía fuera de lo normal, pero su corazón latía con fuerza. Cerró la cortina y trató de convencerse de que solo eran ideas suyas.
A la mañana siguiente, la rutina de Mara continuó como siempre. Sin embargo, ese día marcaría un punto sin retorno. Mientras salía de casa con su bicicleta, sintió una vez más aquella perturbadora sensación de ser vigilada, como si alguien estuviera aguardando en las sombras. Sin saberlo, Mara estaba a punto de enfrentarse al último capítulo de su historia, uno que el pequeño pueblo de Santa Luz nunca olvidaría.