Callejón de Sombras

capitulo 3

La mañana era calurosa en el tranquilo pueblo de Santa Luz. Mara pedaleaba rumbo a su trabajo, como todos los días, disfrutando de la brisa matutina que apenas lograba mitigar el calor. Al llegar a la pequeña tienda de flores donde trabajaba, comenzó su rutina diaria: abrir el negocio, organizar los ramos y esperar clientes.

Las horas transcurrieron con lentitud. Apenas había atendido a dos personas: una que compró tulipanes y otra que se llevó un ramo de margaritas. Sentada en su silla, Mara se sumergió en la lectura de su libro hasta que la voz de la señora Marta la sacó de sus pensamientos.

—Pequeña —llamó la mujer con tono amable.

—Dígame —respondía Mara con curiosidad, cerrando su libro de inmediato.

—¿Podrías hacerme un favor?

—Por supuesto, ¿de qué se trata? —preguntó mientras se ponía de pie y se acercaba a la mujer.

—Necesito que lleves este ramo de rosas negras a esta dirección —explicó Marta, extendiéndole un pequeño papel con la dirección escrita.

Mara observó el ramo con fascinación. Las rosas negras eran sus flores favoritas, aunque no muchas personas compartían su aprecio por ellas. Asintió con una sonrisa y tomó el encargo. Para asegurarse de que las flores llegaran en perfecto estado, decidió ir caminando en lugar de usar su bicicleta.

El camino fue más largo de lo que había anticipado. El sol brillaba con intensidad y el calor comenzaba a agobiarla, por lo que decidió descansar bajo la sombra de un frondoso árbol. Mientras recuperaba el aliento, notó que alguien se acercaba. Entrecerró los ojos para distinguir la silueta y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Señor Martín —exclamó con alegría.

—Buen día, Mara. ¿Qué haces por aquí? —preguntó el anciano con curiosidad.

—Estoy entregando un pedido especial —explicó ella, levantando el ramo de rosas negras.

Martín frunció el ceño con preocupación.

—Niña, no deberías estar sola en este lugar. Tu madre nunca te ha advertido sobre eso?

Mara le sonrió con dulzura. Su madre siempre le había aconsejado mantenerse alejada de ciertos lugares y desconocidos, pero ella lo consideraba una exageración. Santa Luz siempre había sido un pueblo tranquilo.

—Más veces de las que puedo contar —admitió con una risa ligera.

—Hazle caso, muchacha. Es por tu bien —insistió Martín—. Vamos, te acompañaré el resto del camino.

Aceptó la compañía del anciano y, juntos, continuaron su marcha. Conversaron sobre la situación del pueblo. La falta de turistas estaba afectando los negocios y este año parecía ser uno de los peores en décadas.

Finalmente, llegaron a la dirección indicada. Era una casa antigua, con un portón de madera oscura. Mara tocó la puerta y, tras unos instantes, alguien la abrió. Entregó las flores, recibió el pago y, tras una breve despedida, comenzó su camino de regreso.

Pero algo la inquietó. A pocos metros de la casa, sintió que alguien la observaba. Se giró, pero no vio a nadie. Un escalofrío recorrió su espalda. Respiró hondo y continó su camino.

Poco después, mientras pasaba por un callejón angosto, una figura alta y encapuchada emergió de las sombras. Mara intentó ver su rostro, pero estaba cubierto por completo. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Sintiendo el peligro, aceleró el paso, pero el extraño también lo hizo.

La angustia la invadió. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr.

Una vez a salvo dentro de la tienda, decidió no contarle nada a la señora Marta sobre lo sucedido aquel día. Simplemente se limitó a continuar con sus labores, mientras su mente seguía dando vueltas a las palabras del señor Martín.

Estaba a punto de cerrar cuando el tintineo de la pequeña campanita en la puerta le indicó que alguien había entrado.

El desconocido le dirigió la palabra, iniciando una conversación casual con Mara.

Lo que ella ignoraba era que, en ese preciso momento, estaba hablando con su propio verdugo.

—Es usted muy linda —murmuró el hombre, con la voz baja y rasposa, como si le costara hablar.

Mara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Desde que había entrado en la tienda, aquel extraño no había levantado el rostro ni una sola vez. Mantenía la cabeza gacha, con el cabello desordenado ocultándole las facciones, y sus manos enguantadas descansaban sobre el mostrador, demasiado quietas.

Sobre la superficie de madera se encontraba el ramo de margaritas blancas que había solicitado. Las flores estaban frescas, impecables, pero algo en la escena le resultaba inquietante.

—Aquí tiene sus flores —dijo con un hilo de voz, esforzándose por sonar natural.

El hombre extendió una mano temblorosa para tomarlas. Sus dedos, largos y huesudos, parecían demasiado fríos para la temperatura del lugar. Mara sintió que su estómago se encogía sin razón aparente.

—Siempre vengo aquí… pero nunca me atreví a hablarle —susurró él, aún sin alzar la mirada.

Un golpe de viento sacudió el cristal de la ventana, haciendo que Mara diera un pequeño respingo. Se maldijo a sí misma por estar tan nerviosa. No tenía sentido. Era solo un cliente más. ¿O no?

Ahora que lo pensaba, le resultaba extrañamente familiar. ¿Había estado antes en la tienda?

—¿Necesita algo más? —preguntó, con la esperanza de que terminara rápido y se fuera.

El hombre no respondió de inmediato. En cambio, inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera escuchando algo que solo él podía oír.

—Hoy es un día especial —dijo al fin, en un tono casi soñador—. Tenía que traerle flores.

Mara tragó saliva.

—¿Para quién son? —se atrevió a preguntar.

Entonces, por primera vez, el hombre levantó la vista.

El aire se le atascó en la garganta.

Sus ojos… No había rastro de emoción en ellos. Eran fríos, vacíos, como dos pozos oscuros en los que cualquier atisbo de humanidad se había extinguido hacía tiempo.

—Para usted —susurró con una sonrisa torcida.



#1085 en Thriller
#2940 en Otros
#568 en Acción

En el texto hay: misterio, asesinato, drama

Editado: 24.02.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.