Un encuentro peculiar
Gio
Lágrimas, traición y mucho dolor; una chica llorando al fondo del pasillo, una sensación desgarradora en el corazón. Caigo al suelo de rodillas, se escucha en el fondo del pasillo una exclamación:
"Espero que sientas un poco de lo que sintió mi corazón".
Desperté sudando y con una presión fuerte en el pecho. Pensaba que las pesadillas solo me atormentarían de niño, pero era claro que no, de hecho, de grande, las pesadillas se habían vuelto más recurrentes.
«"Si comes muy tarde, tendrás sueños desagradables", repetía mi abuela, en medio de un reclamo, al mirar los pastelillos que solía prepararme a altas horas de la noche»
«"No debí comerme, a la madrugada, esa rebanada de tarta de chocolate", pensé»
«"Era la única forma de mantenerme cuerdo y de tener a mi barriga contenta antes de comenzar con otro glorioso lunes. Además, esa receta vegana era fenomenal", me reconforté»
El reloj marcaba las siete de la mañana, y aunque aún era temprano, porque las clases no comenzaban sino hasta las nueve, decidí levantarme, pues, de continuar en la cama, corría el riesgo de volver a tener otra pesadilla y con ella, mi humor emporaría.
Luego, en medio de un resoplido, y con la poca sensatez que me quedaba, me encaminé hacia el baño.
—¡Demonios! Parezco un zombie —exclamé, aterrado por la imagen vista.
Necesitaba tomar una ducha urgente para despejar mi mente y mi cuerpo, para quitar la terrible sensación que te dejaba un mal sueño... y también para quitar el mal olor.
Sin embargo, en el primer instante en el que los dedos de mis pies tocaron el agua de la ducha, me arrepentí de mi repentino gusto por los baños, pues el gélido líquido hizo que un escalofrío paralizara todo mi cuerpo, y aunque esperé por unos segundos a que el agua se calentara, esta se negó a hacerlo.
Al parecer, aquella mañana sería más gloriosa que de costumbre.
Después del baño de gato, el más corto de la historia, me dirigí hacia mi habitación, cuidando de no resbalar con el agua que escurría por mi cuerpo, pues era lo último que me faltaba para completar la desgracia.
«"¡Qué desastre estoy haciendo!", pensé, al mirar los pequeños charcos de agua que dejaba tras cada uno de mis pasos»
Pero no me detuve, de hecho, aceleré el paso hasta la habitación, y una vez dentro de esta, hice lo propio, a la velocidad de un caracol con menos ganas que de costumbre.
—Otra memorable mañana, Puki —mencioné, mirando al pequeño cachorro, quien, desde un rincón del cuarto, me observaba extrañado por mi mal humor—. ¿Qué más podemos pedir?
No me consideraba una persona aburrida o poco expectante sobre la vida... bueno, tal vez solo un poco; no obstante, aquel lunes estaba sacando lo peor de mí, y el pobre Puki estaba siendo testigo de eso.
—Te diría que hoy es otro día para conquistar al mundo, amigo, pero no tengo los ánimos suficientes. —Como últimamente me sucedía.
El pequeño orejón, luego de escuchar lo último, corrió hasta mi encuentro, para después tirarse boca arriba, buscando que le acariciase la barriga. Consiguió hacerme sonreír, logrando que recordase que, de vez en cuando, los días podían ser grises, pero si tenía a mi perruno amigo a mi lado, los destellos de luz no tardarían en retornar.
Después de ese pequeño lapso de tranquilidad, Puki y yo nos embarcamos en la búsqueda de algo para comer, mientras escuchábamos la voz del locutor matutino, más irritante y optimista que de costumbre, resonar a través de los altavoces de la radio.
«"Diablos, amigo, son las siete de la mañana", pensé»
Pero, ¿qué le podía hacer? Al parecer, el único malhumorado en aquella mañana era yo.
Resoplando una vez más, me dejé caer sobre una de las sillas de madera de la cocina con un plato de mi confiable avena y leche de almendras en una mano, y con mi ruidoso aparato telefónico en la otra. Puki se echó a mis pies.
El celular no paraba de titilar y de recibir notificaciones de distintas redes sociales, con mensajes de felicitación y buenos deseos.
—Mierda —susurré, al mirar uno de los mensajes en Facebook.
"¡Son tan lindos! Espero continúen por mucho tiempo juntos. Feliz aniversario", se leía, al pie de la foto, donde aparecíamos mi novia y yo.
Era claro que algo no andaba bien en una relación cuando uno de los integrantes olvidaba un aniversario, como, en esos momentos, fue mi caso. Quizás, ese podría ser otro de los síntomas de la disfuncionalidad dentro de una pareja, así sonara como algo cruel y directo, y aunque algunos culparían a la mala memoria de esto, en el caso de Violet y mío, solo hacía parte de un montón de nieve que acarreaba una gran avalancha.
Todo en cuanto a gustos, actividades, pensamientos y demás había cambiado entre nosotros, tanto que ni siquiera pasábamos tiempo juntos, y no me refería a que una pareja debía estar como uña y mugre todo el tiempo, pues creía que eso tampoco era sano, pero al menos sí podían interactuar, cosa que apenas sucedía en nuestro caso. Cada uno se encontraba inmerso en un sinfín de responsabilidades, tanto académicas como externas, que ya no existía un nosotros, y tan solo quedaba el título vacío de una relación con pérdida de propósito.
Ahora, si el panorama resultaba tan desolador, ¿por qué no lo habíamos dejado?
Dos puntos eran claves para entender la anterior decisión... o falta de decisión, y ambos se conectaban: por un lado, estaban los comentarios sobre la buena imagen que manteníamos juntos; y, por el otro lado, se encontraban las reputaciones que nos precedían, algo muy importante en un mundo donde todo se movía por las apariencias. Y, aunque seguía queriendo a Violet... o bueno, la quería de una forma diferente, pues esos tiempos donde como enamorados nos escapábamos de clases para pasar momentos de calidad con el otro, o que paseábamos de la mano por el parque de la ciudad, mientras nos jurábamos amor eterno y planeábamos una vida juntos, parecían haber llegado a su fin y hasta se miraban muy lejanos, simplemente, no podíamos dejarlo y ya.