Si la vida te lanza tomates, haz una ensalada... ¿eso decía el refrán?
Gio
Extraña...
Abril era extraña o demasiado optimista, entendía su punto, pero no lo comprendía. ¿A quién en su sano juicio le gustaría estar resfriado? ¿Toser en la noche y en el día? ¿Además de tener la nariz llena de mocos y roja como la de Rodolfo el reno? Tal vez solo a ella, o quizás era una metáfora que yo no percibía. De cualquier forma, como mi abuela solía decir: "en la extrañeza se encuentra la belleza". A la chica le gustaba mirarles el lado positivo a las cosas, esa era su belleza.
"Escuchar".
Era una palabra fácil de escribir y de pronunciar, solo se constituía de ocho letras, tres sílabas y era aguda; sin embargo, que difícil se llegaba a tornar a la hora de poner en práctica su significado. Muchas personas pensaban que dicha acción simplemente se limitaba al acto de percibir sonidos producidos por otra persona, animal o cosa, pero constaba de más elementos. Escuchar es algo distinto a oír, pues implica el tener la disponibilidad, atención y capacidad de asimilar el mensaje transmitido, además de poder aportar información sobre el mismo. Pocas personas entendían la verdadera equivalencia de esta palabra, y por dicha razón, ser un oyente era más sencillo que ser un escuchador.
Abril parecía ser una de esas personas que distinguía y comprendía la importancia de escuchar, aun cuando no se tenía mucha familiaridad con un tema; estaba dispuesta a tenderte una oreja —aunque sonase raro— por más que la historia resultase hostigante. No tardé en sorprenderme de dicho hecho, pues apenas nos conocíamos, y basado en mis experiencias, no siempre un extraño se interesaba en lo que tenías por contar, a no ser que fuese su trabajo, y vamos, si le ponía el tinte honesto al asunto, a veces ni siquiera las personas conocidas se interesaban por lo que pudieses decir.
"Cada uno tiene una historia por relatar; lástima que no se encuentren las orejas suficientes para valorar cada palabra".
Y por eso la frase "no juzgues un libro por su portada" era bastante cierta, pues en muchas ocasiones lo más desengañado, simple y poco crédulo puede resultar en algo fascinante, en comparación con lo despampanante que llega a endulzarte la mirada, pero te puede salar el gusto.
«"Recuerda que somos energía, Giogi, y que el caparazón puede ser bello, pero la esencia es lo que cautiva", decía la abuela»
Aunque yo solía molestarla con que debía darme la receta de lo que fumaba para filosofar de esa manera —vaya coscorrones que me gané por aquello— la extrañaba tanto; pero tal vez tenía razón, somos lo que vibramos, vibramos lo que atraemos y atraemos lo que esperamos... aun cuando en mi caso siempre fuesen comida y ganas de dormir, y tampoco las energías fuesen lo mío.
—Te escuché mencionar que practicaste algunas coreografías esta semana. —Fue mi turno de conocer más sobre ella—. ¿Puedo preguntar por qué?
—Bueno... —Se acomodó mejor en su asiento—. Bailo desde los cinco años y pertenezco al grupo de baile de la universidad.
—Vaya, así que estoy frente a una eminencia de la danza.
Abril soltó una pequeña risita.
¿Ya mencioné que su risa era una agradable tonada?
—Creo que la palabra "eminencia" tiene un significado bastante notable —mencionó—, así que no lo sé. De lo que sí estoy segura es que la danza fluye como la sangre en mi sistema y que sin ella probablemente no habría descubierto mucho de lo que soy capaz ahora.
—¿Siempre tuviste ese gusto?
—En realidad el mérito fue de mi madre. —Sonrió—. Ella me llevó a mi primera clase de ballet porque decía que tenía un talento innato que debía ser explorado y trabajado —contó—. Aunque, aquí entre nos, yo sé que lo hizo porque no me aguantaba en la casa y porque valoraba cada uno de los floreros de su colección.
Solté una fuerte carcajada al imaginarme a una pequeña Abril causando descontrol y sacándole canas azules a su madre. No podía decir que comprendía la situación porque fui lo contrario a ella, bastante calmado en la niñez.
—Siempre fui bastante inquieta, de hecho, ¿miras esta cicatriz de aquí? —Señaló una línea blanquecina sobre su ceja—. Amaba a Flash y creía ser una descendiente de Barry Allen, me la pasaba corriendo y saltando por toda la casa, hasta que en un día me abrí la ceja.
—¿Y eso cómo pasó? —Un escalofrío me invadió al imaginar aquello.
—Bueno, el piso estaba mojado y yo no lo sabía, corrí, perdí el control, resbalé y me estrellé de cara contra el borde de la cama —relató, tocando su ceja—. A diferencia de otras de las cicatrices en mi cuerpo, esta fue la menos grave.
Yo había mencionado antes que solo era virgen de tatuajes, pero en realidad no, también lo era de cicatrices y huesos rotos, así que me sentí pasmado por la historia de Abril.
—¿Hay algún golpe de la infancia del que tengas claros recuerdos? —cuestionó.
—La verdad es que no, era un niño que prefería quedarse quieto —confesé—, y optaba por intentar mover cosas con la mente como Matilda.
La chica frente a mí soltó una carcajada, logrando que también riera.
—Aunque, por algunos años, también estuve en una academia de ballet —mencioné—, solo que no por necesitar canalizar energías, sino más bien para despertarlas.
—¿También bailas? —Un destello se incrustó en su mirada.
—Antes lo hacía seguido, ahora muy poco. —Por no decir nunca—. De hecho, solo suelo bailar cuando tengo a la escoba como pareja, y tal vez la única coreografía que podría imitar sería la versión de "Umbrella" de Tom Holland.
—Ya hace parte de la cultura general —exclamó jocosa.