Capítulo 9

Películas y ¿de casualidad no quieres adoptarlo?

Abril

«"Su mano es suave como una pluma", pensé».

Tenía la manía de fijarme en la suavidad que poseían las manos de las personas, en su tamaño o en la manera en la que llegaban a encajar con las mías. ¿Aquello era común? ¿Los demás también se fijaban en eso? O ¿solo yo era la peculiar?

El gesto de juntar las palmas resultaba reconfortante y hasta fascinante, si se daba en situaciones correctas con personas correctas, además de que podía llegar a surtir un efecto tranquilizante, como pasó con Gio; la confusión que habían albergado sus ojos se dispersó de a poco, dándole paso a la serenidad dominante en todo su rostro.

Su mirada conectada con mi mirada, su mano unida a mi mano y su sonrisa a juego con mi sonrisa, era... ¡Achís!

—¿Estás bien? —Sonaba preocupado.

—Descuida, lo estoy.

Solo necesitaría de un cargamento entero de Loratadina.

¡Achís!

—¡Lo lamento! —exclamó mi madre, ganándose un respingo nuestro por la impresión—. No quería interrumpirlos, pero percibo un ligero olor a quemado.

La mujer me dedicó una mirada inquisitiva, de esas que ya conocía bien y que solían causarme escalofríos. Llevaba tatuada en el rostro la frase "¿Por qué recibiste esas flores?", recordándome que, si bien era un ser juguetón y tranquilo, también podía resultar intimidante a la hora de ser severa.

Se dirigió rápidamente hacia el horno, en un intento por salvar lo que estuviese allí dentro, aunque, por el aroma que se desprendía de ello, podía asegurar que ya se encontraba carbonizado.

—¡No! —Sacó la bandeja del aparato, negando con su cabeza—. Ahora parecen galletas de carbón activado, en lugar de coco.

¡Gracias al cielo!

—Lo siento tanto —exclamó Gio, desconcertado—. Debí haberme fijado en que el horno estaba encendido.

—Descuida, cariño —Le restó importancia al asunto, aunque sabía que solo lo hacía por cortesía —. De todas formas, supongo que para alguien es una buena noticia.

Damas y Caballeros, Luz Valley, especialista en sustos y en lanzar indirectas bien directas.

—Siempre podemos colocarle un poco de coco a esta mezcla —mencionó, refiriéndose a los brownies—. Si ustedes lo prefieren.

Mi madre me dedicó una sonrisa burlona, antes de asentir frenéticamente y acercarse hasta Gio con el bowl lleno con dicho ingrediente. Y supuestamente era yo la que se comportaba como niña.

La felicidad había durado poco.

Gio, quien todavía sostenía mi mano, me dedicó una última mirada antes de enfocarse en mi madre, mientras que yo me limitaba a mirar como la deliciosa preparación era arruinada. El coco siempre fue de los ingredientes y sabores favoritos de mamá, tanto que solía incluirlos en distintas recetas familiares, como toque "especial" ... lástima que para mí no lo fuese.

Alrededor de una hora después, los brownies se encontraban en el horno, junto con unas nuevas galletas —esta vez de avena—. Nuestros ojos estaban enfocados en mirar la producción que nos había tomado más de veinte minutos elegir, decisión para un sábado a la noche. No quería que Gio pensase que no me importaban las responsabilidades —aunque en verdad deseaba desaparecer dicho trabajo de matemáticas de un chasquido—, era solo que me encontraba disfrutando del momento y quería que él también se sintiese mejor después del ajetreo de la tarde.

—¡No entres ahí! Es una trampa. —Sentía que me sudaban las manos al mirar esa escena.

—Y por dejarse llevar del aroma... perece.

En ese momento, la mosca cayó dentro de la planta carnívora y fue devorada por la misma, a la vez que escuchábamos la voz del narrador de Discovery Channel explicar lo ocurrido.

—Si me hubiesen dicho que estaría tan nerviosa por mirar un documental, no les habría creído.

—Siempre hay una primera vez. —El chico sonrió, sin despegar su mirada de la secuencia de hermosas imágenes que se reproducía en la pantalla.

Era cierto, no me gustaban del todo los documentales, de hecho, cada que mi padre colocaba alguno de ellos solía dormirme o prefería pintar algún lienzo en blanco; sin embargo, aquel escogido por Gio, sobre vida salvaje, me tenía comiéndome las uñas.

—El ser humano es tan inútil en paralelo con la naturaleza —mencionó—, es tan pequeño. ¡Mira eso! Somos un moco en comparación con el océano, o con los bosques, o... o con los animales y todos sus colores. No entiendo como no valoramos todo lo que nos rodea. Es... mágico.

Sus ojos brillaban, mientras que de sus labios escapaban cortos resoplidos por la frustración. Me sorprendí, pues nunca me habría imaginado que la naturaleza pudiese llegar a gustarle tanto —al menos no después de escuchar su percepción sobre la lluvia—.

—Es que...

Mi replica fue eclipsada por un ronquido, el cual provocó que nuestros ojos se enfocasen en el ser que me había dado la vida. Hasta ese momento, no nos habíamos percatado de que mi madre prefirió recostar su cabeza sobre el espaldar del sofá y dormir. De algún lado tenía que haber heredado la falta de gusto por los documentales.

Gio soltó una carcajada, despertando en el proceso a la mujer, quien miró desorientada la pantalla antes de exclamar.

—Interesante documental, no sabía que las jirafas caminasen tan rápido.

—Y que tampoco fuesen capaces de devorarse a un humano de un bocado. —Gio me miró divertido.

—Claro, claro. —Mamá se acomodó mejor en su puesto—. Pobre hombre, tenía tanto por vivir.

—Madre, eso nunca pasó. —Se sonrojó.

—Lo siento, pero yo les advertí. Debimos de elegir algo más.

Mi madre era una fanática empedernida de las películas de drama adolescente, en especial de las que eran tan tristes que probablemente podrías crear un nuevo lago con tus lágrimas o sufrir de una fuerte deshidratación, por eso había sugerido en primera instancia que mirásemos una de ellas; no obstante, al parecer, a Gio no le agradaban del todo dichas películas, como a mí. En mi caso porque no me gustaba que el llanto fuese el culpable de la hinchazón en mis ojos, del dolor de cabeza y de la sensación de encontrarse en otro plano astral.