El retorno del zoquete
Gio
Hablar sobre acontecimientos difíciles era complicado, no a todo el mundo le gustaba hacerlo, y si lo hacíamos, no manejábamos la misma facilidad que otros. Algo completamente respetable y entendible.
"Empatía, debes tener empatía y respeto por el otro", solía repetir el abuelo.
Y claro que tenía razón, solo que esas palabras no solían recibir la atención y significación suficientes. Ignorar los sentires del otro y convencerse de que esos temas no te conciernen, solía y suele ser la alternativa más eficaz en dichos panoramas, digo, guardar silencio antes que meter la pata y agravar aún más la situación parece ser lo más sensato para cualquier persona con dos dedos de frente, pero, si se puede ayudar al otro de alguna forma, ¿por qué quedarse de brazos cruzados? La ayuda no solo debía basarse en lo accionar o verbal, también podía involucrar la compañía y escucha, que, a mi parecer, solían ser más reconfortantes que todo lo demás.
Pero esa solo era mi percepción.
¿Existirían distintos tipos de adicciones?
Probablemente sí, pero ¿la adicción a un sonido podía ser posible? Solía decir ocurrencias con el propósito de hacer reír a la gente, aunque en algunas ocasiones simplemente fluían de mí como un gas. No sabía el porqué, pero desde pequeño me había gustado el mirar a las personas contentas, así que de una u otra forma intentaba sacarles una carcajada que se reflejase hasta en sus ojos —quizás por eso me había convertido en un experto a la hora de distinguir las verdaderas de las fingidas—; no obstante, en esos momentos, cuando de Abril se trataba, aquello se había convertido en casi una necesidad.
Diría que necesitaba de ese arte para mi sentido auditivo.
"¿Estabas coqueteando conmigo?", había preguntado.
«"Define coquetear", quise decirle».
Sin embargo, si bien nunca fui bueno para coquetear —en realidad, nunca fui bueno para muchas cosas—, en aquella ocasión, sí debía admitir que había intentado flirtear con ella. Tal vez, no había sido un coqueteo cien por ciento explícito, pero estaba hecho, y saber que al parecer había surtido el efecto esperado, me agradó.
«"¿Quién te viera, pillín?", pensé».
Una sonrisa socarrona se había apoderado de mí sin que ella lo notase, pues estaba tan ausente y concentrada en caminar, que mis expresiones serían lo último en lo que se fijaría. Intenté adoptar una postura optimista como ella, pero la abandoné al instante, ¿para qué desgastarse en vano? Me recordó a la vez que había intentado hacer dieta... había cosas que simplemente estaban destinadas a no suceder.
—Supongo que te veré luego —exclamó, frenando sus pasos a mitad del extenso pasillo.
Me sorprendí al percatarme de nuestro rápido arribo.
"El tiempo vuela y lo hace aún más rápido cuando tu mente está lejos de la realidad".
La abuela tenía razón, con la mente en otro lugar, el cuerpo parecía flotar y avanzar por un camino poco presente en la realidad, y por eso mismo me sentía egoísta, pues Abril se notaba preocupada, a diferencia de mí que me daba igual el resultado de aquel descuido. Ya habría tiempo de sobra para lamentarse después.
—Claro. —Más era un anhelo que una respuesta.
—Gracias por el picnic.
—Fue un placer haber bailado contigo lo que sea que hayamos bailado. —Conservaría ese ritmo en la cabeza por toda la semana—. Gracias a ti también.
Un gesto valía más que mil palabras, y su ceño fruncido me pedía explicaciones por lo último.
—Por tu paciencia.
Ella sonrió, al tiempo que yo recordaba cierto aspecto.
—A propósito. —Comencé a sentirme nervioso—. Hay una obra, bueno, una presentación del club de teatro.
—Sí.
—Y ya sabes que estoy en él. —Redundancia, redundancia, maldita redundancia.
—Claro.
—Quería saber... como no asistí a la anterior función...
¡Diablos! No me había percatado de cuán difícil podía llegar a ser el simple hecho de hablar.
—¿Cuándo es? —dijo, sin disimular su sonrisita.
—¡Este miércoles! —exclamé, casi gritando—. Perdón, solo me preguntaba si querrías venir conmigo.
Antes de que respondiese, me le adelanté.
—No importa si no quieres, lo último que desearía es que te sintieses obligada.
—Descuida, de hecho...
—Pero es que me gustaría que estuvieses ahí. Podría ser divertido.
—Por supuesto, me...
—Y como...
—¡Gio! —Se carcajeó. Estúpida desconfianza—. Claro que me gustaría acompañarte, de paso y aprovecho para mirarte en acción sobre el escenario.
—Sobre eso, en esta ocasión solo seré un espectador.
—¿Por qué no actuarás? —Sonaba desilusionada.
—No me sentía bien en el día de las audiciones. —Recordé la razón y volví a sentirme enfermo—. Otro chico obtuvo el papel.
—Lo siento.
—No hay por qué, él es verdaderamente bueno —dije con sinceridad—. Sé que lo hará bien.
No iba a negarlo, sentía un poco de nostalgia al saber que no podría estar junto a mis compañeros sobre el escenario, pero confiaba en que todo les saldría muy bien. Habían ensayado mucho para ese momento, en especial Dax, pues era su debut como protagonista y se estaba esforzando. Todos los chicos eran muy talentosos, así que no dudaba de su posible buen desempeño. Además, según ya había escuchado, el estreno había sido fenomenal. No cabían más dudas.
—Entonces será un honor acompañarte en el público. —Me guiñó un ojo antes de continuar—: de pronto y en un futuro pueda observarte en el escenario.
—¡Cuenta con ello! —Me sentí emocionado.