Mientras tanto, Oscar, que había dejado su lugar un rato, se acercó a Miranda lentamente. Ella se volteó y se sorprendió al verlo de nuevo; había creído que, después de ser echado, ya no lo volvería a ver.
—Hola, Miranda, soy yo de nuevo —dijo Oscar con una sonrisa que intentaba desarmar el momento.
—Vaya... Pensé que no te vería más por aquí luego de lo que pasó —respondió ella, su voz temblando ligeramente entre la sorpresa y la curiosidad.
—Eso mismo pensé yo. Pero recordé que tengo un trabajo aquí. Sabes, soy bartender. Ayer me dieron un nuevo lugar.
—¿En serio? Eso suena fantástico... —dijo Miranda, sintiendo una chispa de emoción en su pecho. Pero rápidamente la realidad golpeó su mente—. Pero... no deberíamos estar hablando. Deberíamos volver al trabajo. Esto te lo digo para que no acabes como ayer.
La seriedad en su tono era innegable, pero en su interior, Miranda luchaba contra un torrente de deseos contradictorios. Quería hablar con Oscar; había algo intrigante en él que no podia ignorar. Sin embargo, las advertencias de Thomas Brown retumbaban en su mente como un eco amenazador.
Oscar notó el cambio en su expresión y su voz se suavizó:
—Oye, escúchame, solo quiero conocerte. ¿Tu jefe te está molestando? —preguntó Oscar, su tono serio pero cargado de empatía.
Miranda notó la mirada penetrante de Jhon Bell desde lejos. Su corazón se aceleró y, sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta y comenzó a marcharse.
—Espera, Miranda —la detuvo Oscar, extendiendo la mano hacia ella—. Te diste cuenta, ¿verdad? Yo también noté que ese hombre nos está observando. Seguro vendrá a reclamarme.
Miranda sintió el sudor frío en su frente.
—Ya comprendí que no estás bien definitivamente. Hay algo aquí que no te hace feliz —dijo Oscar con una urgencia palpable—. Dame una dirección donde pueda verte. Aquí será imposible hablar tranquilos.
Ella lo miró a los ojos; había una chispa de esperanza mezclada con miedo. ¿Podría confiar en él?
—No sé si... —empezó a decir, pero las palabras se le atragantaron. La idea de hablar con alguien que parecía genuinamente preocupado por su bienestar era tentadora.
Oscar se acercó un poco más, casi como si pudiera leer sus pensamientos:
—Solo quiero asegurarme de que estés bien. No tienes que tener miedo conmigo.
Miranda finalmente susurró una dirección a Oscar antes de marcharse rápidamente. Él sintió un alivio inmediato, observándola alejarse con una mezcla de admiración y preocupación.
Justo en ese momento, Jhon Bell apareció de la nada, colocando su mano en el hombro de Oscar y girándolo agresivamente.
—¿Qué demonios sucede contigo? ¿Acaso no entiendes con palabras? Te dije claramente que la chica pertenece al jefe —rugió Jhon, su voz llena de amenaza.
Oscar respiró hondo, tratando de mantener la calma mientras sentía la presión en su hombro.
—Oye, relájate. Estoy trabajando para tu jefe. No estoy haciendo nada malo, solo estaba hablando con ella —respondió Oscar, su tono firme—. Por cierto, no veo a tu jefe por ningún lado. ¿Acaso él es dueño de ella? Nadie va a impedirme que hable con Miranda.
Jhon lo miró con desdén, sus ojos chispeantes de ira.
—¿Acaso quieres que te saque de este lugar como ayer? ¿O prefieres obedecer? —dijo Jhon, su voz resonando con una amenaza palpable.
Oscar solo sonrió desafiantemente, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a burbujear en su interior. Sabía que podía dejarlo nocaut en cualquier momento, pero ese no era su estilo. Su representante le había advertido que no llamara la atención.
Justo en ese momento, apareció Thomas Brown, con su traje negro elegante y una corbata blanca con bandas rojas que contrastaba con su aura autoritaria. Jhon se percató de su presencia y lo miró mientras se acercaba.
—Yo soy Thomas Brown, y este es mi club —dijo Thomas con seriedad—. Así que tú eres el bartender que contratamos. Normalmente no suelo prestarle atención a los bartenders.
Oscar mantuvo la mirada fija en Thomas, noto que ya era un tipo con una edad considerable, algunas canas resaltando de su cabeza.
—Mi hombre aquí presente me ha dicho que quieres hablar con Miranda —prosiguió Thomas, sus ojos fijos en Oscar—. Las palabras que quieras decirle, te las puedes tragar o guardar para otra chica. Nadie puede acercarse a ella sin mi permiso.
Oscar sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no iba a dejarse intimidar.
—No quiero problemas... Solo quiero hablar con ella. Me parece una chica buena... No parece estar contenta con su situación actual —exclamó Oscar, su voz firme.
—¿Pero qué estás diciendo, muchacho? —dijo Thomas en tono burlón, dejando escapar una risa despectiva—. Tú no conoces en lo más mínimo a Miranda. Estás despedido. No quiero volver a verte pisar mi club. Ni mucho menos... —Se puso frente a frente con Oscar, sus ojos desafiantes como si estuviera buscando debilitarlo— ver que te acerques a Miranda.
La tensión era palpable; el aire parecía electrificado mientras Oscar y Thomas mantenían sus miradas fijas, como si el tiempo se hubiera detenido.
—Lárgate de aquí —le dijo Thomas con desdén.
Oscar caminó lentamente hacia la salida del club, cada paso resonando como un eco en su mente. Sin embargo, mantuvo la cabeza en alto. Una parte de él estaba feliz; ya tenía la dirección de Miranda y, aunque lo habían echado, eso no le importaba tanto.
Mientras salía, una mezcla de emociones lo invadió: frustración por la confrontación, pero también una chispa de esperanza. La idea de poder hablar con Miranda le daba fuerzas.
Miranda observó con pena cómo echaban a Oscar. Un nudo se formó en su estómago; algo en él le parecía diferente.
—Quiero que estés atento, vigílalo, ¿entendido? —le dijo Brown a Jhon, su tono autoritario resonando en el aire.
—De acuerdo —respondió Jhon, sin cuestionar.
Una vez que Oscar se fue del club, Thomas Brown se acercó a Miranda con una confianza inquietante. Ella no podía evitar sentirse incómoda mientras él se acercaba.