Campo de flores

Prólogo

Un gran campo de flores, bellezas llenas de colores. Rojas, blancas, moradas, amarillas, rosadas, hasta azules, y al ritmo del viento, danzan con el césped. Están esparcidas en un gran campo, y en el final de éste hay un gran acantilado.

Abajo el mar golpea y produce olas que llegan hasta la orilla.

El mar estaba tranquilo, las olas rompían sin parar en la costa.

A lo lejos se veía un frondoso y claro bosque, pero de ese se hablará después. La playa estaba rodeada por una cordillera pequeña a la derecha, el acantilado a la izquierda y el bosque en el centro. La playa no era muy extensa, con unos 300 metros de arena. Algunas rocas grandes esparcidas entre el agua y la arena. El sol, en su punto más alto, calentaba el lugar, sus bestias y todo lo que habitaba alrededor. Pero extrañamente, no había mucho ruido; todo estaba tranquilo y en paz, como si nada nunca fuese a cambiar.

Una muestra de ello es el cangrejo que vive en las rocas que emergen del acantilado. Todas las mañanas, como dicta su horario, sale de entre las rocas y permite que una ola lo arrastre. Una vez dentro del mar, extiende sus pinzas y espera a que su desayuno llegue. Los cangrejos son omnívoros y comen una gran variedad de alimentos, pero estos no cazan su comida; más bien, dejan que la marea se las traiga. Cuando un alga llega a sus pinzas, come y reposa por unos segundos... Luego vuelve a levantar las pinzas, pero esta vez para permitir que la corriente lo arrastre de nuevo.

Al llegar a la costa, empieza su rutina de bronceo. Primero, hace un hueco en la arena, luego se mete en él y simplemente contempla el horizonte desde dentro de la cálida arena. Desde que llegó a esa playa, y hasta en estos momentos, no ha habido ningún cambio. Todo en su vida es monótono, aunque él no lo acepta. Todos a su alrededor lo saben y se aburren de verlo haciendo lo mismo todos los días. Sin embargo, no es muy diferente para ninguno de estos seres. Las gaviotas que viven en la parte más alta del acantilado, donde las olas del mar no representan ningún peligro para ellas, despiertan para cazar y regresar a sus nidos. Los peces se alimentan y viven despreocupadamente hasta que un evento desafortunado los deja sin vida. Muchos otros seres realizan actividades similares: comer, jugar, dormir. En eso se basa la rutina de la mayoría de los habitantes de la playa, así que nadie puede quejarse de la situación de los demás, ya que todos están viviendo lo mismo.

Volviendo al cangrejo. Un día cualquiera, después de su tercera siesta, comenzó a estirarse. Primero las pinzas, luego una pata, y después la otra y las otras seis. Cuando estaba a punto de dirigirse al mar para volver a comer, escuchó un ruido. Primero fue un golpe seco, como si algún objeto golpeara las piedras de la orilla, pero no cesaba. Se percibía cómo las olas intentaban esquivar lo que sea que la marea había traído hasta la costa. Con cada ola que pasaba, el objeto se acercaba cada vez más a la orilla. Ese sonido se encontraba justo antes de finalizar el litoral, persistente, constante. ¿Por qué no cesaba? Su atención se centró en el ruido producido por ese golpeteo. ¿Curiosidad? Quién sabe... Solo sabemos que era diferente, una dosis de algo que el cangrejo necesitaba, desconocido.

Se acercó cautelosamente, sus patas repiqueteaban en la arena, se podía escuchar claramente como este inestable material se desplazaba con el pasar del animal. Después de un rato de caminar y de imaginar miles de escenarios posibles, finalmente pudo ver qué era lo que había robado tanto su atención.

—¡¿Un cadáver?!

— Okey… hay un muerto en mi playa. Un muerto… ¡¿desde hace cuánto estará aquí?!— se movía de un lado a otro, entre la curiosidad y los nervios. ¿Conocen ese sentimiento? Cuando quieres saber más sobre algo, pero sabes que descubrir de más puede tener consecuencias. Esa es la sensación; sin embargo, da igual. Lo rodeaban una multitud de preguntas sin respuesta, intentando dar sentido a la situación. Pero cuando se calmó lo suficiente para observar con más detenimiento, decidió acercarse al cuerpo para examinarlo de cerca.

No hay mucho que temer, al parecer solo es una humana. Tiene la piel oscura, como la de un coco seco, y no se logra ver su rostro, está boca abajo. Tiene largos rizos llenos de arena y agua de mar, pero nada que un buen baño no pueda arreglar. Y lo más importante, no está muerta, solo está inconsciente y un poco lastimada. El crustáceo la observo, y empezó a reflexionar.

Parece que se perdió y terminó parando acá. ¿Qué podría hacer un cangrejo como él por esa niña?

No va a cambiar nada. Como si nunca la hubiese visto, se alejó y desapareció junto al golpe de una ola al quebrar.



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En el texto hay: fantasia, familia, romance

Editado: 01.09.2024

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