Campo de flores

Capitulo II - Denso bosque

A lo largo de mi vida, he tomado decisiones que han marcado todas las vivencias por las que he pasado. Por ejemplo, la decisión que tomé para llegar a esta playa. Debo reconocer que a veces mis decisiones compulsivas han llevado a finales felices, pero por primera vez en mi corta vida, me estoy arrepintiendo de lo que estoy haciendo. Por cada paso que doy, siento que estoy más lejos de la humana. No puedo seguirle el paso.

Cuando la alcancé, era el fin de la playa. Ella se detuvo a observar la marca que diferenciaba la tierra del bosque con la arena, por eso pude alcanzarla, pero siguió su camino tan rápido como empezó. La tierra se volvía más compacta y menos arenosa, por ello, se me hace más difícil caminar ya que la suave superficie hunde mis patas, lo que ralentiza mi paso. Las copas de los árboles se alzan muy por encima de mí, bloqueando la poca luz que hay, sumergiendo el suelo en un crepúsculo verde y oscuro. Viendo todo esto, siento que soy el ser más insignificante comparado con estos gigantes verdes. Muchas de las raíces de estos sobresalen, creando aún más obstáculos al caminar. Pero no son tanto problema para mí, ya que los animales pequeños han dejado caminos para pasar por debajo de ellos. A ella sí se le está dificultando. Su pie descalzo intenta no pisar ninguna zona diferente de la tierra. Es divertido ver cómo cambia de caminar de puntas a andar normal. Está siendo muy precavida. En cualquier lugar desconocido, nunca se debe confiar. Lo sé por experiencia propia.

Cuando las raíces ya no son un problema para ella, empiezan a serlo las ramas bajas y las caídas. Tiene que saltar algunas, esquivar y agacharse al mismo tiempo. Cada vez que hace estos movimientos, se llena de barro. Después de no haber nada de arena en la playa, toda la tierra alrededor está húmeda y se ensucia al rozar con el exterior pastoso. Yo no soy la excepción. No logro avanzar. Este lugar no es mi hábitat natural, o tal vez es por mi peso. El tema es que no me gusta esta tierra. Estoy todo cubierto de ella. Mi hermoso color azul ya no se hace ver. Me duele la cabeza. Quiero pensar que es por el cambio de clima y no por no hacerle caso a mis instintos de quedarme en la playa.

Existen muchas clases de árboles, plantas y helechos que nunca me hubiera imaginado que existieran, con hojas muchísimo más grandes que yo, aunque eso no debería sorprenderme. Tienen diferentes tonos de verde que degradan del más claro al más oscuro; unas pocas brillan con tonos azules, y algunas gotas de agua extraviadas resplandecen con la poca luz que les llega. Estas caen cada vez que ella pasa, y para mí llegan como una garúa. Otras plantas, al ser ya de noche, se enrollan y forman grandes rollitos verdes que muy posiblemente, cuando sea de día, se desenrollen para ser más grandes de lo que aparentan. Otra cosa que me fascina de ver por aquí son las orquídeas. No sé si los árboles opinan lo mismo que yo, pero me gustan mucho. Hay muchas que son de diferentes colores y tamaños. Normalmente, solo conocía las moradas, pero aquí hay blancas, amarillas, rojas, rosadas y otras que tienen todos estos colores combinados. También se ven algunas flores blancas de los arbustos frutales como moras y fresas. Ella se detuvo en seco al ver esos frutos, y su rumbo cambió directo a dónde se ubicaban.

Los dos, tanto ella como yo, nos detenemos en distintos lados del arbusto para comer. Ella está comiendo fresas. No se ven muy rojas, pero no para de agarrarlas. Se llena las manos de fresas y se las lleva a la boca. Parece una ardilla con la boca llena de nueces. Tiene la boca repleta de estas; al masticar, el jugo de estas le chorrea por la cara. Come con una desesperación como si en cualquier momento le arrebataran lo que está comiendo. Al terminar de tragar un puñado, eleva su mirada hacia las copas de los árboles y suelta un gran suspiro de satisfacción para proseguir con otro puñado de estos frutos que tiene en la otra mano. Aunque se ve que lo está disfrutando, yo no perdería el glamour de esa forma. Lo que hago es agarrar con una pinza una mora que se ve decentemente morada y grande, y me la meto en la boca, mientras que con otra pinza escojo cuidadosamente mi próximo objetivo. Así evito ensuciarme y como de manera decente. Pero esto es algo que no le puedo decir a una persona que come con tantas ganas. La dejaré ser feliz.

Ya dejamos de comer, decidí no comer no comer mucho porque había comido una sardina hace poco, pero para ella es casi completamente lo contrario, el arbusto solo quedo con muchas flores y las fresas más pequeñas y verdes que no se pueden comer. Descansamos durante un buen rato, la observaba atentamente, ella solo estaba sentada apoyada en un árbol, no estaba dormida, lo sé porque en ocasiones murmuraba algunas frases. Creo que no se ha dado cuenta de que todo este tiempo la he estado siguiendo, he tratado de ser lo más sigiloso posible, también es porque ella no ha vuelto a mirar hacia atrás en ningún momento.

Me siento tranquilo a pesar de estar en un lugar desconocido; la presencia de esta mujer desconocida me brinda una sensación de seguridad. Su contextura, forma de respirar y manera de caminar me recuerdan mucho a los guardias que solía observar en la costa humana hace tanto tiempo.

Eran hombres imponentes, fornidos. Entrenaban de vez en cuando en la playa. Según lo que lograba escuchar, eran muy buenos en lo que hacían. Espero que eso fuese proteger...

Los músculos de esta joven son más delicados, pero están muy bien formados, especialmente en las piernas. Un golpe accidental de ella me mataría por la fuerza que ejercería.

Me pareció ver qué tenía algunas cicatrices en la espalda y en los brazos.



#1705 en Fantasía
#5741 en Novela romántica

En el texto hay: fantasia, familia, romance

Editado: 01.09.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.