—¡Harry! —Tim agarró su brazo, tratando de detenerlo. Harry no se detuvo, arrastró su brazo y salió de la habitación con sus ojos echando fuego.
No podía explicar lo que sentía en ese instante. Sus manos habían comenzado a temblar, pese a estar apretadas en un puño, y su corazón latía con una fuerza de terror en su pecho. Pensó que le daría un ataque, pero que antes se llevaría a Finn con él.
—Harry, Harry —Tim llamaba a las espaldas del alfa, sonando desesperado y nervioso—. Por favor, Harry, puede expulsarte si haces una locura.
Harry quería decirle que no le importaba, que se había metido con lo único que realmente amaba en la vida. Sin embargo, cayó y no solo por la furia, sino por lo absurdo que sonaría todo. Había sido un idiota por enamorarse de un desconocido, que le ahogaba los sentimientos en el azul de sus ojos, que había visto frente a frente luego de soñar mil sueños junto a él en donde terminaban en cada uno de ellos. Pero era un extraño, que se tocaba frente a una cámara por dinero, por algo más que Harry realmente no entendía, y aun así quería seguir buscándolo en sus sueños hasta volver a hallarlo.
—Es el marica —Finn dijo con burla cuando lo vio caminar hacia él. Sus amigos rieron en voz baja y fingieron que no hablaban del rizado, pero era algo tarde para Finn cuando Harry llegó hasta él y no avisó cuando lanzó el primer golpe.
El castaño terminó en el suelo con todos soltando una exhalación incluso Tim, que mantuvo su distancia cuando Harry no se detuvo ahí.
—Puedes meterte conmigo —dijo entre dientes, Finn arrastrándose como un gusano para huir del rizado, que agarró su cabello antes de que siquiera pudiera ser escoltado por su grupo de idiotas—, pero no... No con él, Finn. No con él.
Finn intentó defenderse, lanzando un golpe que no llegó hasta el alfa de ojos verdes. Harry, que comenzó a revisar los bolsillos de la chaqueta de Finn con su mano libre mientras que con la otra lo seguía teniendo clavado en el suelo.
—¡Suéltame! —gruñó. Harry lo encontró, soltando al alfa que tenía sus labios sangrando.
Cuando estuvo de pie, estrelló el celular contra el suelo y lo pisó, asegurándose de que no quedara nada funcionando en él. Finn no dijo nada, solo observó sus dedos después de llevarlos a su nariz y boca, y nadie dijo nada cuando Harry giró sobre sus talones. Ni siquiera Tim, que le siguió a sus espaldas con la boca cerrada.
Cuando llegó a su habitación, se derrumbó contra la puerta cerrada de madera y vio sus manos temblando más que antes, llenas de sangre; suya y de Finn.
—Harry —Tim susurró, arrodillándose a su lado con preocupación—, está bien, amigo. Está bien.
Harry negó, sin dejar de ver a sus manos. Recordó a Louis, Louis siendo atacado en sus narices y él sin poder hacer algo para protegerlo. Su alfa se quejó en su interior, arrastrándose por un dolor profundo que hizo su piel erizarse.
—Me voy a morir —declaró con voz gastada. Tim lo miró con pánico y se apegó más a él—. Voy a morir si no...si no vuelvo a verle.
(...)
—Apunta —le dijo su abogado. Él sostuvo el lápiz con aburrimiento mientras esperaba que hablara—. Calle 3 14, justo a lado del Banco Internacional. Puedes tomar el bus 34 que pasa a cinco calles de donde vives; te dejará cerca.
Louis asintió, sintiéndose tonto enseguida cuando recordó que estaba hablando por teléfono. Bostezó, sintiendo demasiado sueño cuando sus ojos se cerraron. Algunas lágrimas escaparon de sus ojos, y él se negó a secarlas.
—¿A qué hora? —le preguntó en voz baja.
—A las doce de la tarde —El hombre de la otra línea suspiró, y Louis perdió el sueño en ese segundo—. ¿Firmaste el acuerdo de adopción ya?
Louis miró el acuerdo sobre la cama, justo a lado de su bebé, que ya se había comenzado a negar dormir en su cuna. Lanzó un suspiro profundo que le hizo doler los huesos.
—Dice que estoy de acuerdo con no saber nada más de él —murmuró, las lágrimas acumulándose en los bordes de sus ojos—, que no podré buscarlo más si llego...
—Sí, Louis. Para eso está el mes de reflexión —le interrumpió—. ¿Cuál documento firmaste, exactamente?
Louis recordó con facilidad el respingo que había dado cuando su cachorro dio su primera patada. Pensó que se lo había imaginado, que quizá era el hambre que sentía jugándole una mala broma, pero se repitió con insistencia y Louis acabó tirado sobre la cama durante todo el día. Había mirado el techo húmedo de apartamento, imaginado escenas que nunca sucederían mientras le hablaba a su bebé dentro de su pancita hinchada, pateando en respuesta.
—En ambos... —Tosió, sólo recibiendo más dolor en sus costillas—. En ambos decían que no podré saber de él más.
El abogado calló por unos segundos. Pareció rebuscar algo entre papeles, y Louis aprovechó para secarse las lágrimas.
—Sí —le dijo de repente—, ya te lo había explicado, Louis. Es una adopción privada; no puedes saber nada de ellos. Así que dime qué documento firmaste.
—El que decía que renuncio al mes de reflexión, que en cuanto esté en sus brazos ya no podré volver a reclamarlo. —Tuvo que exhalar con calma, ya que sus manos temblaron con exageración mientras hablaba.
—Bien —el abogado dijo—. Solo falta que firmes la legalización en la corte, entregues el bebé y ya. No lo olvides, Louis, el viernes a las doce de la tarde.
Louis colgó, arrastrándose hasta donde su bebé se mantenía en calma. Tomó sus deditos entre sus manos y los besó, recostándose en uno de sus antebrazos para verle dormir.
Un par de días después, buscó la manera de liberar el peso en su mente y el dolor en sus pulmones por pasarse madrugadas llorando. Volvió a caer.
Louis se abrazó a la fina tela que cubría con pobreza su desnudez, dejando ver demasiado ante todos. Se lamió los labios, suspirando y preparándose, mintiéndose a la vez que se decía dentro de su mente que quizá sería la última vez que lo hiciera. Solo una vez más y todo acabaría, tomaría su dignidad y se marcharía lejos, donde nadie lo volviera a encontrar.
Se miró por su computadora vieja, esperando que esta no se apagara como había estado haciendo durante los últimos mías, y torció la boca. No le gustó lo que vio; sus huesos marcándose en sus caderas y sus costillas saliendo a la luz sin vergüenza alguna.