Canasta de cuentos filosóficos

La vejez: vivir dignamente, no sobrevivir

Son las siete de la mañana, mi cuerpo se levanta a esta hora por los hábitos diurnos acumulados durante mis noventa y cinco años de vida. Dentro de treinta minutos, Juanita, mi cuidadora personal llegará para iniciar su jornada diaria de trabajo. He de confesar que soy muy afortunada al poder darme el lujo de contratar a una cuidadora gracias a los ahorros de toda mi vida, así mis hijos no tienen por qué preocuparse por la inservible de su madre; realmente ellos son buenos hijos, vienen a verme y cuidarme todos los fines de semana, estoy agradecida con ellos, pero si me da vergüenza que desperdicien los viernes, sábados y domingos de su vida conmigo.

—Muy buenas días doña Carmelita.— me saluda Juanita mientras va abriendo la puerta—

Juanita al ser mi cuidadora personal tiene las llaves de mi casa, ha estado cuidándome durante cinco años. Además de ser muy profesional con su oficio también es una gran persona, no puedo entender como alguien tan joven, linda y con buen carácter desperdicie su valiosa juventud con alguien desvalida como yo.

—La voy a ayudar a levantarse para dirigirnos al comedor, ¿qué se le antoja desayunar hoy?. —me pregunta juanita mientras me ayuda a incorporarme de mi cama al piso.—

—Hoy tengo ganas de unos chilaquiles verdes con su buen cafecito de hoya.

—No se diga más Carmelita, deje ponerla en la mesa en lo que prendo el calentador del agua para bañarla, en lo que preparo el desayuno.

Una vez en la mesa me entretengo resolviendo mi sopa de letras. Me gusta mucho ejercitar mi memoria con este tipo de juegos clásicos, pero últimamente me cuesta mucho agarrar el lápiz ya que mis articulaciones ya no responden muy bien cuando intento cerrar mis dedos.

Me duele mucho recordar como hace algunos años atrás, aún podía bajar de las escaleras y hacerme mi propio desayuno para después poder resolver crucigramas y sopas de letras. Pero con la vejez he tenido que ceder muchas de mis libertades a Juanita; por eso mismo, entre Juanita y mis hijos me han acondicionaron, en lo que anteriormente era el estudio, mi propio cuarto y baño para que no me esforzara más de lo debido. Juanita interrumpe mis pensamientos llevándome el desayuno a mi lugar en la mesa.

—Tome doña Carmelita, el desayuno esta recién hecho; espero que le guste.

—Claro que me va a gustar, tienes un excelente sazón Juanita.

Mientras desayunamos, Juanita y yo nos ponemos a hablar sobre nuestras vidas y los acontecimientos más relevantes del día o de la semana. Juanita presta mucho interés en los relatos que le cuento sobre mis experiencias pasadas y realmente se lo agradezco ya que me sube el autoestima ver como a alguien realmente le importa lo que le cuento.

Una vez terminado el desayuno viene la peor parte del día… el baño. Ya tiene más de cinco años desde que ocurrió ese percance: Me acuerdo de que me estaba bañando y se me cayó la barra de jabón por peripecia, en mi imprudencia intenté recogerla pero en el último momento mi espalda se trabó y al intentarme moverme sentía mucho dolor; en la angustia del momento, al no saber que hacer, me empecé a sentir mal y simplemente mi peso me ganó y terminé cayéndome en la regadera. Si no fuera porque mi hijo mayor estaba pasando sus vacaciones conmigo, jamás nadie se hubiera dado cuenta de mi accidente y no estaría acordándome ahora de aquel momento.

—Juanita no te preocupes, si quieres solo ayúdame a sentarme en mi silla especial y dame las cosas, yo me puedo tallar sola. —Le comenté a Juanita con algo de esperanza a que cediera a mis súplicas—

—Doña Carmelita, ya sabe que no puede bañarse sola. ¡Imagínese que sus hijos se enteraran de que la deje hacerlo!. Yo sé que a usted le resulta incómodo, pero lo hacemos por su bien. A sí que apurémonos y terminemos esto rápido.

Con toda la resignación del mundo accedí, realmente no podía hacer nada más. Una vez terminando los veinte minutos más tortuosos del día, siendo ya las ocho de la mañana, Juanita me premia dejándome estar en la puerta de la casa tomando los primeros rayos del sol. Afuera de mi puerta me acondicionaron una mesita con sus bancos para poder respirar el aire exterior mientras ejercito mi mente y saludo a los vecinos.

—¡Buenos Días doña Carmelita!.

—Muy buenos días Mauricio y Atzín. ¿Listos para irse a trabajar desde temprano?

—Claro que si doña Carmelita, hay que trabajar desde temprano y duro para poder crear nuestro propio patrimonio. —Replicó Atzín con una sonrisa en el rostro—

—Muy bien muchachos, vayan con cuidado por favor. Desde aquí les cuido su pequeña casita. —Les dije en forma jocosa—

Mauricio y Atzín eran una hermosa pareja de recién juntados, si bien aún no se casaban, trabajan desde muy temprano para poder juntar el dinero necesario para casarse y formar su propio patrimonio. Me recordó a mi difunto José, cuando éramos jóvenes trabajábamos todo el día, nos empeñábamos demasiado para juntar nuestro patrimonio y heredarle algo a nuestros hijos, gracias a Dios así fue. Desde que se fue mi José me siento muy sola, a veces lloro todas las noches. Si bien ya pasaron unos diez años desde su partida, jamás lo voy a poder superar… realmente quiero dormir y despertar en el lugar en donde se encuentre mi José, pero bueno, si sigo aquí es por algo, aunque siento que mi estancia ya se prolongó de más.

Me dispongo a seguir con mi sopa de letras mientras soporto el dolor de mis articulaciones, hasta que dan las nueve de la mañana….



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En el texto hay: cuentos, filosofia, reflexiones

Editado: 11.04.2020

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