Canciones al mar

Capítulo 13

Ayer el corazón de Candela se detuvo y el mío también, grité con desesperación cuando las alarmas sonaron. La sensación que sentí fue de pura agonía, sé que debo hacerme a la idea de una vida sin mi hermana mayor. Puede que despierte como puede que no lo haga, y para mi desgracia y la de todos aquí, hay más probabilidad de la segunda opción que de la primera. Pero aún no puedo, no, simplemente me niego a que sea así. No puedo pensar un día sin Candela, sin sus ojos oscuros mirándome con rebeldía y diversión. No puedo imaginarme sin un cuadro del océano pintado por ella. Candela siempre ha dicho que su cosa favorita para pintar es el mar, el mar oscuro como nuestros ojos. Y ahora no puedo pensar que no me lo diga de nuevo.

Sostengo entre mis brazos a la pequeña Amatista. Eda y Russell se fueron a comer fuera del hospital porque mi hermana se estaba enfermado de pasar tanto tiempo aquí. Recordó cuando era muy pequeña y tuvo que vivir el coma de mamá. Yo nunca tuve que hacerlo y por tanto no crecí con aquel trauma pero Andrómeda si lo hizo.

— Amatista, quiero que tengas los ojos de tu abuela Eleanor. – le doy una pequeña sonrisa. – Serías una más del club.

Esa es una broma interna que hay en casa ya que Eda en la única de nosotros tres que tiene los ojos castaños. Incluso Max se ha unido a la broma porque él tiene los ojos verde turquesa, a veces se le ven azul claro. Papá siempre la apoya ya que es la única de sus hijos que sacó algo más que los hoyuelos de él.

— Cande, tienes que despertar y conocerla. – le susurro. – Tu sobrina quiere conocerte. – contengo las lágrimas. – No concibo un día sin ti, por favor, despierta. – no puedo y dejo que algunas lágrimas salgan de mis ojos.

Necesito salir un momento, necesito tomar el aire. Siento que me ahogo, que el pecho se me comprime y que estoy débil. Salgo de la habitación y dejo en brazos de Max a la pequeña.

Ando, o casi corro, por el hospital hasta llegar a la azotea, a la solitaria azotea que me da un poco de aire. Del aire que sentía que no tenía en el cuarto del hospital. Ver a mi hermana con las gasas en su cara por la cortada de ese animal. O todos los tubos que la ayudan a respirar adecuadamente. Verla tan débil a pesar del tiempo. No puedo, esto puede conmigo. Siento que la ansiedad no se detiene y a veces se sienten como ataques de pánico en los que me da miedo herirme a mí o herir a alguien de mi familia. Ya tenemos suficiente con el dolor de Candela como para encima tener que estar preocupándose también por mí y mis ataques de ansiedad.

Siento que me vibra el teléfono, y podría ignorarlo como llevo haciéndolo desde hace dos semanas y media pero creo que debería atender la llamada.

— ¿Diga?

— No pensamos que fueses a contestar. – escucho la voz de Dani. – ¿Todo bien?

— Sigue igual.

— Siento mucho oír eso Einar, no puedo imaginar el dolor por el que estás pasando. – escucho como suspira. – Sé cuanto quieres a Cande y como esto te destroza y quiere que siempre recuerdes que no estás solo. La banda también es tu familia.

— Lo sé Dani, pero nada es más importante que Cande. Lo siento.

— No te disculpes, te entendemos. – escucho a Sonia. – Te… te queríamos comentar que no vamos a renovar con esta discográfica, estamos buscando otras.

— Me parece bien.

— ¿Contamos contigo?

— No lo sé, antes de seguir con mi vida necesito saber que va a pasar con Candela. – sollozo. – Lo siento, es que, no sé donde estoy sin ella.

— Tómate el tiempo que necesites, ya sea que estés o no dentro de la banda, eres nuestro hermano. – apoya Konrad. – Cuida de tu familia biológica Einar, ahora tenéis que estar más unidos que nunca.

— Gracias chicos.

— No tienes que darlas cerebrito. – sonrío al escuchar a Ana. – Intentaremos ir pronto a verte.

Me quedo mirando la fuente del parque privado del hospital. Si yo estuviese en esa camilla en vez de Candela, estoy seguro de que ella pintaría esa fuente para calmarse. El mar la calmaba, el mar de sus ojos me calmaba a mí.

 

Mamá acaricia de forma distraída la mano de Candela mientras que le canta una canción que acostumbraba a cantar cuando éramos pequeños y no queríamos dormir. Con esa canción supe que quería ser cantante, supe que la música era la forma adecuada para transmitir los sentimientos que no lograba descifrar. Era más fácil hacerlo cuando eran parte de una canción que cuando yo los sentía. Si tuviese que escribir una canción ahora, podemos asegurar que sería muy triste y que más de una persona lloraría conmigo.

— Mamá. – la llama Eda. – Deja de cantar por favor.

— ¿Por qué?

— Porque me estás rompiendo, porque ver como te debilitas y retrocedes a los momentos en que eras feliz con Cande me está destrozando.

— Pero es mi niña, ella, ella quiere que le cante Eda. – no mira a mi hermana mayor, solo tiene ojos para la hija que permanece en la camilla. – Cande me necesita.

— Lo sabemos mamá, pero tu salud mental se está desmoronando mamá. – suspira. – Necesitas ayuda.

— No quiero ayuda, solo quiero que mi hija despierte. – llora. – No lo entiendes Andrómeda y ojalá nunca entiendas esto. – se ve tan mal, decaída.

No es mi perfecta madre que da igual por cuantas cosas pase es una mujer fuerte, que siempre se ve genial. Se ve destruida, cansada, rota. Más que nadie, mamá es la que peor se ve, la que menos duerme. Esta mañana la sedaron para que al menos descansase algo, papá y los médicos temían que enfermase de gravedad sino hacían nada.

— Mamá. – casi parece una súplica.

— Debería haberla protegido más, siempre os dañan. Yo soy vuestra madre, mi función es protegeros. – solloza. – Dejé que ese bastardo te secuestrase. – la señala. – Dejé que esa bruja te hiciese pensar que estaba enferma por tu culpa. – me mira. – Y.. y ahora he dejado que ese hombre casi la mate. – tiembla. – No os protegí bien, debí… debí protegerlos más.




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