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¿Acaso ya nadie puede amar en secreto? 

Diablos. 

Mi madre dice que sólo es un capricho. 

Mi abuelo dice que es parte de nuestras vidas. 

Y yo [...] bueno yo opino que es lindo sentir algo. 

«¡Cursi!». 

Cualquiera en la vida lo es, lo siente, lo experimenta, es algo natural en nosotros, los humanos. 

Pero siempre hay impedimentos para una confesión de amor. 

Vergüenza. 

Admito que siempre he sentido atracción por chicos de mi edad, pero nunca lo que esta pasando ahora. 

Esta claro que no iré a él y le diré.

«¡Hey!, me gustas, ¿Quieres ser mi novio?». 

Lo único que obtendría sería un rechazo. 

Y eso se siente feo, muy feo. 

Creo. 

Desde el primer día que lo vi me atrapó. Es un chico normal, no son esos chicos clichés de ojos azules, cuerpo esculpido de Dios Griego, no, él simplemente es normal. 

Su expresión siempre es igual, seria y expresión de aburrimiento. 

Acompañado con su amigo el pelirrojo. 

Verlo caminar tranquilamente —incluyendo a su amigo —, es ... Lindo de admirar. 

Con su mentón siempre en alto, lo hace ver... 

—Uhh... 

El rostro que se encontraba cerca de mi oído se alejó rápidamente por el golpe. 

Este se quejó. 

Sonreí burlescamente. 

—Deja de hacer eso, pareces un mosquito. 

—Un mosquito divertido, sexy, guapo, y todo tuyo. 

Movió su cuerpo. 

Ignorándolo caminé hacia las puertas de la escuela. 

Matteo Kister. 

Joven de cabello negro, cejas gruesas, tez blanca, cara de niño engreído, tiene cuerpo de palo, aventurero y según él divertido. 

Ese es mi mejor amigo. 

Amigas, cero.

Para ellas soy la bicho. 

La chica sufrimiento. 

Tenía una, pero la traición esta en todos lados. 

—¿Qué paso, bonita? 

Sonreí. 

—Nada. 

Fijé mi vista en ella. 

—Diablos, ya deja que ese sentimiento se lo lleve el viento .–gruño.

Negué. 

—¡No guardo nada!, es solo que aún es inaceptable lo que hizo. 

Resopló. 

—Es una maldita perra .–susurró.

Pasó sus brazos por mis hombros obligándome caminar. 

—Sólo hay que superarlo, además ya casi todos lo olvidaron. 

Quizá lo hicieron pero eso no cambia lo que paso. 

El día que tuve la mayor vergüenza de mi vida. 

El timbre sonó y la diversión acabó. 

Para muchos los lunes es un día que no debió existir, pero para mi es el día más gustoso. 

Este día tengo materias favoritas. 

Es el primer día de la semana en que lo veo. 

Y mayormente es el día favorito de una de las personas más importante de mi vida.

El gruñón hizo su aparición. 

Sentada volteé disimulada para comprobar la ausencia de alguien. 

Los minutos pasaban y con ello las horas lo acompañaban. 

«El secreto es la música ».

Mentalmente acepté. 

Fui a ese rosa y gigantesco árbol. 

Una conocida silueta se veía detrás de ella. 

Fácil de reconocer. 

Me senté en el otro lado. 

Saqué el arma secreto según mi abuelo. 

Suavemente toqué los acordes, tratando de sacar alguna una nueva melodía. 

—Acaso este es el único lugar .–murmuró. 

El arrepentimiento y la vergüenza llenó mi cuerpo. 

Suspire. 

Hice oídos sordos y continúe. 

Esta vez mirando los acordes, ocultando mi cara llena de vergüenza. 

Su voz, su forma de cantar, sus muecas, la forma en la que se expresaba llegaron a mi mente. 

Las lágrimas no se hicieron esperar. 

La sombra de alguien tapó el atardecer que tocaba mi ser. 

—Esto es el colmo, por eso que lo odio, te ponen tan sentimentales .–habló. 

Es él. 

Tonta, tonta, tonta. 

Alcé la mirada, su ceño arrugado y fastidioso invadía su rostro. 

Revolvió los ojos. 

Golpeada sus pantalones, cesó en la parte trasera, y de allí sacó un pequeño pañuelo. 

—Toma .–lo extendió en mi dirección. 

Lo miré extrañada. 

Murmuró algo que no logré entender. 

—¿Lo vas a tomar o tu rostro será limpiado por el pasto? .–gruñó. 

Tomé su ofrecimiento. 

—Un gracias hubiera sido suficiente .–volvió hablar. 

Moví mi cabeza de arriba y abajo. 

—Gracias .–susurré.