Caos de Sofía

Capítulo 6: Mi cliente se pone serio (y no en el buen sentido)

Nota mental: Algunas veces, el trabajo no solo es una manera de ganar dinero. A veces, el trabajo es un campo de batalla donde luchas contra tus propios pensamientos, los papeles que nunca se terminan y esos correos electrónicos que parecen multiplicarse como conejos. Pero en otros días, el trabajo es solo un alivio, un escape de tus propios demonios. Hoy, me tocó lo último.

Era un lunes gris, ese tipo de día que hace que quieras quedarte en la cama, envuelta como un burrito humano, con la esperanza de que el caos del mundo simplemente pase de largo. Pero no, yo no soy de esas personas con el don de ignorar las responsabilidades. Me levanté y enfrenté la realidad de ser ilustradora freelance. Un trabajo que, por un lado, era un privilegio, pero por otro, una fuente interminable de estrés constante.

Abrí el portátil. Frente a mí, una hoja digital en blanco. El cursor parpadeaba con un ritmo que parecía decir: “¿Y ahora qué?” Respire hondo. Dibujar había sido siempre mi forma de procesar el mundo. Y también mi manera de desconectarme de él. Hoy, sin embargo, no podía evitar que mi mente divagara. Una sensación extraña me invadía, como si algo en el aire estuviera fuera de lugar.

Y entonces, sonó mi teléfono.

Número desconocido.
Fruncí el ceño.
¿Otra vez? Era él. Manuel.

Aunque su último mensaje me había dejado una sensación desagradable, no pude evitar que la intriga me invadiera. No respondí de inmediato. Volví mi atención al boceto que tenía a medias, un intento de ilustración para una campaña publicitaria que promocionaba... ¿qué era? Ah, sí, ¡una bebida saludable! Una de esas cosas verdes con nombre exótico. Pero, mientras trataba de dar forma a la imagen, mi mente seguía volviendo a la vibración del teléfono.

Finalmente, desbloqueé la pantalla y vi el mensaje. Manuel no era exactamente un cliente fácil de tratar.

Manuel:
Hola, Sofía. Acabo de ver la nueva ilustración que me enviaste. Sinceramente, no me gusta. ¿Cuándo puedes tenerla lista de nuevo?

Suspiré. Ya estaba acostumbrada a sus constantes quejas, pero algo me decía que hoy sería diferente. Manuel no era solo un cliente demandante; también tenía un talento especial para invadir mi espacio personal de maneras inesperadas. Y, por lo que parecía, hoy estaba decidido a llevar las cosas un paso más allá.

Estaba a punto de escribirle una respuesta cuando, de repente, mi teléfono comenzó a sonar. Era él, otra vez.

Contesté con cierto pesar, preparada para el tono de desaprobación que sabía que llegaría.

—¿Sí? —intenté mantener mi voz profesional, aunque la frustración se colaba entre las palabras.

La voz al otro lado de la línea sonó más dura de lo habitual.
—¡Sofía! ¿Qué demonios está pasando con mi encargo? He visto la última versión y me parece una completa pérdida de tiempo. Esto no está ni cerca de lo que había pedido.

Su tono era tan alto que tuve que alejarme un poco del teléfono, como si la distancia física pudiera amortiguar el impacto de sus palabras. Tragué saliva. Sentí una mezcla de enojo y resignación. Parte de mí quería responder con la misma intensidad, pero sabía que eso no ayudaría a la situación.

—Señor Manuel —comencé, esforzándome por sonar calmada—. Ya le expliqué cómo funciona el proceso creativo. Las ideas evolucionan. Le prometí una mejora, y la haré, pero le pido que me dé el espacio necesario para hacerlo bien.

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Casi podía escuchar su respiración, seguida por un resoplido claramente frustrado.

—¡No me vengas con excusas, Sofía! —respondió, su voz firme y cortante—. ¡Quiero ver esa maldita ilustración en persona! No quiero más correos ni cambios digitales. ¡Quiero ver cómo lo haces frente a mí!

Sentí como si un balde de agua fría cayera sobre mí.
¿En persona?

La idea de tener que demostrar mi trabajo frente a él era abrumadora. Su actitud, su tono, todo me hacía querer colgar de inmediato. Pero no podía. Dependía de este proyecto. Tenía que manejarlo.

—Señor Manuel, no soy una máquina de producir imágenes a la velocidad de la luz —respondí, intentando mantener la compostura—. Pero… si usted insiste, podemos coordinar una reunión en persona. ¿Le parece bien mañana a las 10 a. m.?

El silencio que siguió fue pesado, casi opresivo. Sentí que el tiempo se estiraba mientras esperaba su respuesta. Finalmente, su voz cortó la tensión.

—Perfecto. ¡Y espero que sea lo que esperaba, o habrá consecuencias!

Sus palabras resonaron en mi mente incluso después de que la llamada terminara. Me quedé mirando el teléfono, como si fuera el enemigo número uno de mi existencia. Me pedía que presentara mi arte frente a él como si estuviera dando una clase de cocina en vivo. Y lo peor de todo, sabía que no podía negarme.

Dejé el teléfono sobre la mesa con un suspiro y cerré los ojos. Mi cabeza comenzó a girar, buscando respuestas que no encontraba. ¿Cómo iba a manejar esta situación? No solo enfrentaría la presión de ser una ilustradora, sino también el estrés de verlo en persona. Y todo por dinero. Esto lo hacía aún más incómodo.

Mientras trataba de calmarme, las memorias de otro momento incómodo regresaron a mí. Leo.
Mi exmarido.
Ese día fatídico.

Flashback: Tres años atrás.

Era un viernes cualquiera, el tipo de día que solíamos dedicar a "nosotros". Pero algo en el aire se sentía diferente. Leo llegó tarde a casa, y mi intuición, esa que rara vez se equivocaba, me dijo que algo estaba mal. Durante días había notado pequeños cambios en él: mensajes de texto que respondía con demasiada rapidez, llamadas que tomaba en voz baja. Aunque no tenía pruebas concretas, el malestar seguía creciendo en mi interior.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 06.05.2025

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