Caos: destiny ruins

ira y rendición

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La guerra había iniciado. Entre bastas arenas se había desencadenado. Las leyendas y escritos relataban la profecía: entre sombras y llamas se alza el hilo del destino.

 

 

Até, luméntaris 23, Eón 420.

Cuando la abrumante neblina envolvió mi ser en la más oscura de sus tonalidades, y el más gélido y puro aire llenó mis pulmones, me hallé vagando por los oscuros confines de un sombrío bosque. Los árboles, portadores de los más oscuros secretos de las dríades, parecían revelar sus más arcanos sigilos, mientras una bruma misteriosa se alzaba desde lo más profundo de los cimientos del bosque. Mis pasos avanzaban en sintonía con ese entorno. Siento que estoy en un mundo de ensoñación, donde la realidad es distorsionada por la magia del lugar.

Repentinamente, un extraño tintineo invade mis oídos y, como si fuese impulsada por un primigenio instinto, corro hacia su origen. Así fue como, sin darme cuenta, me encontré frente a una vieja puerta de madera. Mi innata curiosidad se apoderó de mí y pronto mis manos accionaron la puerta y esta se abrió. Me adentré en la irresistible oscuridad, donde el misterio parecía protagonizar la escena.

Una fría biblioteca adornaba las paredes del recinto, mientras una simple mesa dominaba la tarima. Sobre su superficie se encontraba la más tenue de las luces, y a su alrededor, libros. Pero, más importante que aquello, un mapa. Este exponía a Safráx. Entradas y salidas que incluían los templos, las criptas y la antigua ángora. Pero, aún más destacado que lo público, se encontraba la acrópolis, la superficie más elevada del reino y la más protegida en él. Allí se encuentra el castillo, mientras que a su alrededor están las áreas sagradas y zonas presidenciales.

Tan pronto como comprendí el significado del mapa y sus escritos, mis pies abandonaron el sitio.

Torpemente, corrí nuevamente hacia el bosque. La brisa nocturna, cada vez más densa, parecía la más acertada exposición de mi interior. El peso de la urgencia se aferró a mí y mis labios ansiaban entregar el mensaje al rey. Cada rincón era nuevo para mí, pero este viaje recién había comenzado. Dentro de lo que parecía un laberinto, mis pies danzaban sin agilidad alguna y mis ojos zumbaban como si de la más fuerte luz se tratase.

Mi corazón, como en una guerra liderada por Ares, resonaba en mi pecho. El temor de no advertir a tiempo se apoderó cada vez más de mí y las emociones inundaban mi mente como un desborde de almas en el inframundo. Como si me hallase entre miles de paredes, arrinconada y sin salida, oía en soledad mis propios pasos retumbar y las hojas y ramas quebrar ante el choque de mis botas, aumentando el sentimiento de abandono.

Fue entonces que, como un regalo ante la súplica a Zeus, comprendí una figura ante mí. Las palabras, sin aún planear, no podían salir de mis labios, pero al verle a los ojos comprendí que, aunque dijese algo, nada sucedería. Su mirada, cargada de culpa y dolor, invadió hasta la más simple de mis partículas, dejándome con un extraño sentimiento de anhelado perdón. Quería hablar, expresar que no importaba lo que hubiese hecho, que lo hecho, hecho está. Pero, por más que intentaba, las palabras se negaban a salir de mi boca. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, incluso en los rincones más remotos, donde el perdón solía ser una opción, se sabía que el perdón que tanto anhelaba, jamás se iba a presentar.

Quise gritar, pedirle que afrontara su error, que me diese el valor para avanzar tras sus actos. Pero no fue así, y en silencio, como si no hubiese sido más que un mero recuerdo, se desvaneció lentamente hasta que el camino volvió a ser lo que era: oscuridad y soledad. Mis ojos, aún posados en donde la figura anteriormente había estado, vislumbraron a la nada.

La oscuridad pareció hacerse mayor conforme pasó el tiempo y, a los minutos, rendida, mis rodillas tocaron el suelo. Como si estuviese en frente del río Estigia, mis ojos ayudaron a que la humedad de los cimientos se intensificara.

La vida me ha enseñado tres verdades ineludibles. La primera es que siempre, sin excepciones, las personas que conoces un día se irán. La segunda es que las personas cambian. No importa qué tipo de evolución, sea para bien o para mal, al destino solo le interesa que sigas tu rumbo. Y la tercera es que no importa qué tan bueno o malo seas, la muerte siempre vendrá a por ti.

En cuanto mis pensamientos dejaron de aseverar las afirmaciones, el fuego se hizo presente. Los árboles que antes eran oscuros como el carbón se hallaron ardiendo en calor. Las tonalidades sombrías se desvanecieron tan pronto como el fuego apareció, y junto a su repentina manifestación, en un instante, el fuego disipó mis dudas, dejando mi interior en una quietud tensa.

Comencé a inhalar inconscientemente el humo. Como si no fuese a haber consecuencia alguna, mis piernas volvieron a su habitual rectitud y avancé. Llamé por su nombre al sujeto, pero no apareció. En cambio, su tan evocadora risa se hizo presente, y como si de un ritual se tratase, mis ojos comenzaron a cerrarse.

 

 

 


Desperté con el eco de las campanas aún presente en mi mente. Mi corazón, que amenazaba con escapar de mi pecho, seguía palpitando con la misma intensidad que la primera vez que ese sueño se había presentado; como si desease que aquel sueño no se hubiese sentido tan real. Mi temblorosa mano ascendió. Tocó mi frente y descendió empapada en el sudor provocado por mi irrevocable imaginación. No pasó demasiado tiempo hasta descubrir que las campanas no eran una simple alucinación. Padre irrumpió en mi habitación. "Vístete y sígueme," ordenó autoritario, a lo que obedecí sin objeción alguna.




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