La tarde ya caía cuando cinco viajeros, envueltos en capas oscuras que ocultaban completamente sus rostros y figuras, se acercaron a la aldea junto al castillo de la familia Ellising. Los viajeros no llamaban la atención. Al entrar en la aldea, Malin notó a Ronald.
—Si no me equivoco, el hombre alto y fuerte, con cabello blanco y montado en un caballo negro, es amigo y caballero del hijo de Edward, —dijo Malin, dirigiéndose a Enrique.
Los viajeros avanzaron hacia la figura que Malin había señalado. Al acercarse a Ronald, todos los viajeros azuzaron a sus caballos.
—Necesitamos ver a Lord Edward. Informa que ha llegado Malin Mirinin con sus acompañantes, —dijo Enrique al amigo de Jameson.
Ronald miró de pies a cabeza a los viajeros. Había algo inquietante en su aspecto, y decidió que debía informar a Lord Jameson sobre su llegada.
—Informaré a mi señor de su llegada. Si desea verlos, enviaré un mensajero; si no, tendrán que esperar hasta el martes. Los martes, los señores reciben a todos los habitantes de sus tierras y viajeros para resolver diversas disputas y asuntos.
Los hombres observaron a Ronald alejarse.
—Sí, si todos los hombres de Lord Jameson son tan fuertes y hábiles como él en las artes de combate, definitivamente debemos sellar esta alianza, —dijo Enrique, dirigiéndose a Malin.
—Tranquilo, hijo mío, pronto lo sabremos todo. Creo que Edward no nos hará esperar mucho.
Ronald se apresuró hacia el castillo.
La familia Ellising estaba reunida en la sala de estar antes de la cena. El prolongado silencio ponía nervioso a Jameson. Lord Jameson siempre se sorprendía de cómo, en una familia, entre parientes cercanos, podía no haber intereses comunes ni temas de conversación. La inesperada entrada de Ronald rompió el silencio y arrancó una sonrisa satisfecha a Jameson.
—Lord Edward, —dijo Ronald—. En el pueblo he encontrado a cinco viajeros. Desean verlo y dicen que tienen un asunto.
—¿Se han presentado? —preguntó Jameson, interesado. Unos invitados serían bienvenidos; tal vez lograrían distraerlo de sus pensamientos sobre la desconocida desaparecida.
—Parece que uno de ellos se llama Malin Mirinin.
—¡Ah, el anciano aún vive! Hace tiempo que no sé nada de él, —sonrió Edward.
—¿Quién es, padre? —preguntó Eivi, apartando la vista del libro que descansaba en su regazo.
—Malin fue sirviente de Augustin durante tanto tiempo como puedo recordar, siempre estuvo más cerca de él que de su propio padre. Un buen hombre. Se llevó muchos secretos consigo cuando desapareció tras la lectura del testamento del emperador. Lord Edmund intentó encontrarlo muchas veces. Me pregunto qué lo habrá traído aquí. Ronald, conduce a los viajeros al castillo, —ordenó Edward.
—Como desee, mi señor.
—Hay que disponer cubiertos adicionales en la mesa, —dijo Lady Rose, retirándose hacia la cocina y acompañando a Ronald hasta la puerta.