Capitulo 2: La Puerta Trasera

HUESOS DE HIELO 1

El pasillo era largo y estrecho. El suelo de madera crujía bajo sus pasos, y cada crujido se multiplicaba en ecos que parecían provenir de distintas direcciones. La linterna de su móvil iluminaba apenas unos metros, mostrando paredes manchadas de humedad y trozos de papel pintado que colgaban como piel podrida. El aire estaba helado, como si la casa no tuviera oxígeno. Con cada respiración, Lia sentía que el pecho se le apretaba un poco más. Caminó con cautela, girando la luz a un lado y a otro. El silencio era tan opresivo que incluso el golpeteo de las gotas de agua sobre su chaqueta parecía un ruido excesivo. De pronto, a lo lejos, se escuchó un golpecito. Tac… tac… tac… Rítmico, como si algo metálico chocara contra el suelo. Lia se detuvo, tragando saliva. —Seguramente es solo… el viento… —susurró, aunque no sonaba convencida ni para ella misma. Avanzó hasta una puerta entreabierta a su izquierda. Dudó un instante antes de empujarla con el pie. El chirrido de las bisagras le heló la sangre. Dentro había una cocina. O lo que quedaba de ella. Los armarios estaban destrozados, las ollas oxidadas y el suelo cubierto de platos rotos y manchas oscuras que parecían haberse incrustado para siempre en las baldosas. Una nevera antigua, amarillenta, permanecía cerrada en una esquina. Lia la observó con el corazón acelerado, temiendo que algo pudiera salir de allí si la abría. Prefirió dar media vuelta. El golpecito volvió a sonar. Ahora más cerca. Tac… tac… tac… Lia apretó el móvil en su mano, iluminando hacia adelante. El pasillo terminaba en una escalera que ascendía hacia la oscuridad. Los peldaños estaban cubiertos de polvo, telarañas y hojas secas. Pero lo peor era que al pie de la escalera había una huella marcada en el suelo: fresca, embarrada… y no era suya. Un estremecimiento recorrió su espalda. Se giró para volver a la puerta por la que había entrado, pero cuando la linterna iluminó esa dirección, casi dejó escapar un grito: la puerta trasera ya no estaba. En su lugar había un muro sólido, como si nunca hubiese existido salida alguna. El móvil temblaba en su mano. Su respiración era rápida, agitada. La escalera crujió de repente. Un paso. Otro. Alguien bajaba… Lia retrocedió, buscando a tientas cualquier otra puerta. Sus dedos rozaron un picaporte frío y lo giró con desesperación. La puerta cedió, mostrando un cuarto en penumbras. Entró de golpe y cerró detrás de sí, apoyando la espalda en la madera. El corazón le golpeaba con tanta fuerza que sentía que la iban a descubrir solo con escucharlo. La linterna barrió la habitación: estanterías caídas, papeles esparcidos y una camilla metálica en el centro, oxidada, con correas de cuero aún sujetas a los costados. El olor era insoportable: una mezcla de formol, carne podrida y sangre seca. Y entonces lo vio. Sobre la camilla, cubierto por una sábana manchada, había un bulto humano. La sábana se movió.




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