Capítulo 1
"Todos llevamos dentro una oscuridad. Algunos aprendemos a vivir con ella. Otros, a usarla."
— Charles Bukowski
Salvatore Rossi (30 años)
Nápoles, Italia
Actualidad
El peso de los años se ha ido intensificando. Con los años, los años pasan y parece estar todo igual, solo que nada es igual que en el pasado. La rabia, la ira siguen ahí y seguirán hasta el día de mi muerte, pero ningún sentimiento, nada dentro de mi oscuro corazón. No lloré y no sentí dolor en su muerte, solo rabia e ira. A veces pienso que debo de sentirme culpable por no sentir nada, pero ni siquiera ese sentimiento está. Estoy vacío, vacío por dentro y vacío por fuera, como un cascarón vacío. Sé que soy el culpable. Lo vi en los ojos de mi padre ese día, antes de desmayarme por los disparos recibidos, y lo vi el día que desperté en el hospital. Lo vi, pero no sentí nada. Solo sabía que había defraudado a mi padre y que nuestra relación nunca sería la misma. Pero lo sé desde que tengo memoria: que no siento nada. Lo confirmé a los 6 años, cuando padre me inició en la mafia y me hizo matar por primera vez, aunque mamá no estaba de acuerdo. Y lo confirmé cuando maté a veinte hombres de la Yakuza a los diez años, cuando padre se llenó de ira y cazó a la Yakuza por la muerte de las personas más importantes de su vida. Y lo vuelvo a confirmar ahora, cuando acabo de matar a demasiados hombres que perdí la cuenta. Tengo mi traje Armani manchado de sangre. Ya no sirve y esto es una molestia. Es uno de los miles de trajes de mi colección única.
Es de madrugada. Acabamos de llegar con mis hombres de interrogar a los responsables del atentado a uno de mis almacenes de vino, donde paso armas ilegales y se encontró una menor parte de armas de encargos. El sonido de mi respiración es lo único que rompe el silencio en mi despacho. Pero estoy vivo con el único propósito de acabar con la Yakuza y todo lo que hay en ella, especialmente hasta tener muerto a Renjiro Shirai, líder de la Yakuza. He esperado mucho tiempo y esperaré el que haga falta. Desde que padre se retiró, soy el nuevo Don de Cosa Nostra, pero mi padre supervisa cada ataque de la Yakuza. Él vivió con el mismo propósito que yo. Es lo único que le interesa y lo cual lo ha mantenido vivo.
El dolor de mi pierna me sacó de mis pensamientos. Mis dedos recorren mi prótesis. No pudieron salvarla. Apenas sobreviví con el disparo en el pecho y tuvieron que cortarla. Ya se siente natural, aunque nadie sabe de eso excepto mi padre. Puede ser un signo de debilidad.
El celular vibró. Se encontraba en el escritorio, rodeado con un poco de papeles y mi laptop. Tomo un trago de whisky, sintiendo el ardor del licor deslizarse por mi garganta antes de contestar. El número era desconocido, pero el país de origen, Rusia, no dejaba mucho espacio para las dudas.
Viktor Petrov, el Pakhan de la Bratva.
Nos habíamos visto a lo largo de nuestros años. Bien es conocido por la poca cordura que tenía, algo imprescindible para un líder. Era peligroso, y sus ojos es lo que asustaban a la gente. Estaba lleno de locura y furia.
Mi relación con Petrov era complicada. No nos podía llamar amigos porque iniciamos una guerra por un desacuerdo que tuvimos, donde él mandó explotar mi jet privado y yo su mansión de vacaciones situada en Moscú. Pero ahora, me imagino, con la Tríada iniciando su propia guerra con la mafia rusa, Petrov probablemente piensa que es lo mejor dejar nuestra enemistad a un lado, para concentrarnos en un solo objetivo.
Algo que, por supuesto, también tendré que hacer yo.
Pero eso no significa que bajaré la guardia. Hay un dicho que aplico: "Mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca", aunque Petrov no es de los que te atacan por la espalda.
Pero ningún trato con Petrov o ningún hombre de la mafia es fácil. Si hay algo que la mafia me ha enseñado es que las alianzas son frágiles, especialmente cuando están basadas en intereses mutuos y no en lealtades reales.
—Petrov —respondí, colocando el celular cerca de mis oídos.
—Rossi, ¿cómo has estado? —su tono está lleno de ironía característica, que siempre me sacaba de quicio. Él tiene información de mí como yo de él, y todo lo que ha hecho esta semana. Y seguramente sabe del ataque de la Yakuza.
—Directo al grano —respondí, sin querer perder el tiempo ni andarnos con rodeos, ya que era de madrugada y aunque no pueda dormir bien, me gustaría descansar por lo menos dos horas.
—Me rompes el corazón al saber que no quieres oír mi maravillosa voz —dijo sarcásticamente.
—¿Tienes corazón? —declaré, tratando de no perder la poca paciencia que me quedaba, teniendo una larga noche.
El sonido de una risa falsa resonó al otro lado de la línea.
—Tampoco es que tú lo tengas, Rossi. Ambos lo sabemos. Somos parecidos en eso —contestó, aclarándose la garganta—. Aparte, ambos sabemos que nuestro malentendido no tiene sentido. Dejemos los rencores atrás. Estamos a mano. Quemaste una de mis mansiones favoritas de Moscú, y aparte sabemos que con los del continente asiático queriéndonos derrotar, es mejor dejar las diferencias a un lado. Y vengo a proponerte un trato.
—¿Cuál es? —dije.
—Vengo a proponerte una alianza —dijo como si nada. Algo característico en él, la falta de interés en algo o alguien.
—¿Cuál es la alianza? —dije, queriendo saber, porque Petrov tenía razón. Ahora con la Yakuza y la Tríada intentando apoderarse de todo, es mejor dejar diferencias a un lado.
—Una Hermandad —expuso con firmeza—. Cinco grandes mafias uniéndonos y respaldándonos: la mafia italiana, la Bratva, la mafia irlandesa, la mafia griega.
—No es una mala idea. Puede funcionar, pero Dimitri Vasilakis, jefe de la mafia griega, es alguien difícil de convencer. Se podría decir que somos cercanos. Se podría decir que hemos estado rodeados en el mismo mundo y tenemos una alianza formada con la mafia griega más de 35 años, unos años antes de nuestro nacimiento.
—¿Y en qué se basará esta alianza? —expliqué, sin dejarme tentar por su propuesta y viéndolo más desde el punto analítico.
—Cuando alguien te ataque, te respaldaremos, y esperaremos lo mismo de ti.
—Está bien, Petrov —acepté—. Pero espero que no haya traiciones.
—No la habrá, y espero lo mismo. Y aparte —dijo, antes de quedarse en silencio como eligiendo bien sus palabras—, para reforzar la alianza con la Bratva, te propongo un matrimonio arreglado.