Capítulo 2
“Ser valiente no significa no tener miedo. Significa actuar a pesar del miedo.”
— Mark Twain
Alina Ivanov (18 años)
Moscú, Rusia
Actualidad
No tengo un buen presentimiento, no desde el momento en que papá me dijo que Viktor Petrov, el Pakhan de la Bratva, pidió verme personalmente. Había visto a Viktor muchas veces a lo largo de mi vida. Papá, siendo miembro de una de las familias que dirige la Bratva, siempre venía a la casa, o íbamos a su mansión, o nos encontrábamos en los pocos eventos que organiza la Bratva y a los que me dejan asistir.
—No te preocupes, Solnyshko —dijo mi papá, dándome un beso en la frente mientras me preparaba para entrar al despacho de mi padre, al cual había entrado más de las veces que podía contar.
El sonido de su voz cálida con el apodo me obliga a sonreír apenas.
—Entra —la voz de Viktor es una orden fría. Respiro profundo y entro con el peso sobre mis hombros.
Sus ojos azul marino me atraviesan con la precisión de una daga, analizándome como si pudiera desmenuzarme solo con la mirada. Esos ojos han sido testigos de horrores. No por nada lo llaman el Destripador.
—Toma asiento, Alina —dispone en un tono que no me deja espacio para discusión.
Mis piernas tiemblan, pero me obligo a sentarme porque no puedo demostrar debilidad.
—Viendo en cuenta que estás en edad de casarte, y de que eres una princesa de la Bratva, perteneciente a una de las tres familias más importantes y que pertenece al círculo cercano de la Bratva, y que las Ivanov son las mujeres más hermosas... te vas a casar con Salvatore Rossi —explicó sereno.
Salvatore Rossi. Italiano. Apenas sé algo de la mafia italiana.
Viktor, viendo la duda en mi rostro y dándose cuenta de que no sé quién es, procede a hablar.
—Es el líder de la Cosa Nostra, y tu matrimonio con él va a unirnos a una alianza con la mafia italiana.
Mis oídos se cierran. No escucho nada más. Mis dedos se aferran a mi vestido. Casarme. Siempre supe que lo haría. Que mi destino estaba sellado desde que nací. Sería la esposa de un hombre de la mafia, alguien elegido por conveniencia, por poder. Por eso nunca me permití soñar con cuentos de hadas ni príncipes que me rescatarían.
Mi garganta se encuentra seca y me obligo a forzar una sonrisa en mi rostro.
—Está bien —respondí. Es lo único que pudo salir de mi boca, e hice que no sonara débil con la poca fuerza que me quedaba.
Mi pecho se siente oprimido. Siento que me está faltando la respiración.
—¿Puedo retirarme? —susurré.
—Sí, hazlo. Yo haré todos los arreglos —y se quedó pensando y volvió a hablar—. Alina, no te olvides que no tienes permitido huir.
Mis pies apenas responden mientras me levanto y camino fuera del despacho. Siento la mirada de Viktor clavada en mi espalda hasta que la puerta se cierra detrás de mí.
Al salir, las lágrimas salen de mi rostro, y Dima se encuentra frente a mí y corre a abrazarme y me consuela.
Apenas puedo respirar cuando llego a mi habitación mientras Dima me ayuda a caminar. Mi pecho está oprimido, como si el aire no llegara bien a mis pulmones, pero está bien. Esto es algo que siempre supe que pasaría, algo que no pude evitar.
No puedo pedirle a papá que haga nada. Es imposible. Aunque es uno de los jefes, le debe lealtad y obediencia al Pakhan. Ya no soy una niña, puedo manejar esta situación, aunque duela.
La lluvia se escuchaba en la habitación. Gotas de agua chocaban contra el ventanal de mi habitación. Las lluvias en Moscú suelen ser breves, pero parece que la lluvia refleja mi estado de ánimo.
La habitación se encontraba en silencio, un silencio tranquilizador pero intimidante.
Dima se encontraba acurrucada a mi lado. Su respiración tranquila y profunda se mezclaba con el sonido de la lluvia. Compartimos habitación. Siempre he encontrado consuelo en su compañía. No he podido dormir sin Dima a mi lado. Siempre escucho su frágil respiración con miedo de que algún día se detenga.
Siempre nos hemos tenido una a la otra, y no me puedo imaginar una vida sin mi hermana. Es la persona más importante en mi vida. Y tengo mucho miedo, más de lo que estoy dispuesta a demostrar. Tenía miedo por su salud.
A Dima le habían diagnosticado una enfermedad cardiovascular y tiene cardiopatías congénitas, que son problemas del corazón presentes desde su nacimiento.
Miedo por el futuro, por su futuro y por el mío. Hay días donde quisiera que todo sea diferente. Extraño a mamá.
Desde que mamá murió, las cosas cambiaron. Mamá se enamoró de papá, pero era algo imposible. La Bratva no iba a permitir que una chica de Élite esté con papá, que era el heredero de una familia importante dentro de la Bratva. Aunque lo hubiera permitido, el abuelo no lo hubiera hecho. Alexander Blackwood era un hombre importante de la Élite y amaba a su hija como su vida. Siempre supe que el abuelo no me quería de la forma que quería a Dima. Mientras Dima se parecía a mamá, con su cabello dorado y ojos azul oscuro, yo era una copia de papá, con su cabello rubio platinado y ojos celeste. Mamá siempre nos dijo que era difícil, pero que nos amaba. Pero lo vi devastado y sin vida el día que mamá murió. Mamá iba a huir con nosotras, ya que no soportaba que la separaran de sus hijas. La Bratva se enteró de que la relación de mis padres dio fruto, y yo me tuve que quedar con papá y Dima con mamá.
Ese día lloré demasiado. Era mi culpa. Las pocas veces que veía a mamá siempre le decía que la extrañaba y que quería vivir con ella y mi hermana. Tuve que haber cerrado la boca. Fue egoísta de mi parte, y por eso mamá está muerta.
Si Dima no se hubiera quedado a mi lado, no hubiera sobrevivido. Le rogó al abuelo que la dejara quedarse conmigo, y él aceptó porque no puede negarle nada. Pero con la condición de que asistiera a clase a un colegio de Élite, porque Dima iba a ser su heredera. Papá siempre trató de que no me sintiera mal por cómo el abuelo trataba a Dima y a mí. No siempre trató de que no me sintiera menos, pero nunca me importó, porque al final de cuentas solo quería ser la primera opción de mi hermana. Y lo soy, como ella es la mía. Siempre va a ser ella.