Captive Of The Pact

Capitulo 4

Capítulo 4

"Nunca temí a la oscuridad. Temí que alguien pudiera amarme a pesar de ella."

Atticus Poetry
Salvatore Rossi(31 años)

Nunca me ha gustado estar rodeado de multitudes. El bullicio, las risas fingidas, el humo denso que flota en el ambiente mezclado con el perfume barato de las prostitutas... todo me resulta asfixiante. Pero el deber es el deber, y alguien tiene que hacer el seguimiento de los negocios, especialmente de los prostíbulos.

La Noche del Diablo ya estaba repleto. Era uno de mis locales más concurridos, y eso no me sorprendía. Mujeres hermosas, drogas de calidad y bebidas que corrían como agua. La combinación perfecta para los bastardos que venían a perderse entre piernas ajenas y olvidarse del mundo por unas horas.

Tobias ya estaba allí, como siempre, con un vaso de whisky en la mano y una de las chicas sentada sobre sus piernas. No me caía bien. Nunca lo hizo. Pero era leal, y en mi mundo, la lealtad vale más que la simpatía. Podía soportar su presencia mientras siguiera cumpliendo con su deber.

Las mujeres que llegan a este mundo siempre tienen una historia detrás. Algunas más trágicas que otras. Cuando se presentan ante mí, les doy dos opciones: trabajar aquí y saldar la deuda rápido mientras ganan dinero, o pagar poco a poco desde afuera. Casi todas eligen la opción fácil. Lo entiendo. Afuera no hay nada esperando por ellas, solo más dolor, hambre o peor.

Elio, el encargado del bar y también de la contabilidad, me recibió en cuanto crucé la puerta. Su complexión ancha y su rostro tosco le daban una presencia intimidante, lo cual funcionaba de maravilla en este ambiente. Desde que se hizo cargo del lugar, las ganancias aumentaron de forma considerable, así que no me arrepiento de haberme deshecho del anterior encargado que me estaba robando.

—¿Cuál es el informe? —pregunté sin rodeos, no estaba de humor para conversaciones inútiles. Sentía las miradas sobre mí. Algunas eran de miedo, otras de asco, todas por las cicatrices y quemaduras que cubrían mi rostro y parte del cuerpo. No me importaban. No me afectaban. Pero prefería no perder tiempo con idioteces.

—Este mes las ganancias aumentaron un 20% —informó Elio mientras me tendía unos documentos. Su voz era firme. Siempre lo ha sido. Es de los pocos hombres que aún conserva algo de humanidad en esta vida, aunque sea muy poca.

—Bien. Solo revisaré los números y me iré. Asegúrate de sacar a cualquiera que intente aprovecharse de las chicas. Si ellas dicen que no, es no. —Mi voz salió seca, autoritaria. En la mafia no hay hombres buenos, lo sé. Pero incluso entre monstruos, yo tengo mis límites. Y no tolero la violación. Jamás.

Me quedé revisando en silencio, esperando a que Elio se retirara, pero se quedó inmóvil. Parecía tener algo más que decirme.

—¿Algo más?

—Te tienen un regalo —dijo, y alzó una ceja con ese gesto que me decía que no era cualquier cosa—. Una joven. Su padre la ofreció como pago por su deuda. Lo golpeé. ¿Quieres que me encargue de él? ¿Lo matamos? También podemos decirle a la chica que se marche y pague desde fuera… o puede quedarse a trabajar esta noche y la deuda queda saldada. Te aviso porque normalmente tú mandas a otros a ofrecer las opciones.

Me quedé en silencio. No por duda, sino por interés. Era raro que Elio me pidiera que viera algo en persona, pero si lo hacía, debía haber una razón. Además, últimamente no tenía nada más en qué pensar... salvo en ella. En la mujer que me ayudó esa noche en el callejón. La única que me había mostrado bondad sin saber quién era yo.

—Iré yo —respondí sin más.

Elio asintió y salió. En ese instante, Enzo entró sin tocar. Sabía que tenía algo importante porque su sonrisa lo delataba.

—¿Qué tienes? —pregunté, sin levantar la vista de los papeles.

—Rosalie Hall —comenzó, y solo ese nombre hizo que alzara la cabeza con atención—. Dieciocho años. Cabello rubio platinado. Ojos celestes. Madre desaparecida. Padre alcohólico, drogadicto y abusivo. Ha trabajado desde joven en una cafetería cerca de su apartamento, turnos de mañana y tarde. Nunca se le ha visto con nadie. Según los vecinos, es reservada. Pero hoy... hoy tres hombres entraron a su apartamento a cobrar la deuda de su padre. Se la llevaron. Los hombres eran Tobias y Elio.

Elio hablaba de ella. Rosalie. La misma que me encontró sangrando en un callejón y no huyó. La misma que, sin saber nada de mí, me ofreció ayuda.

Asentí, dejando los papeles a un lado. No lo dudé. Me levanté y caminé con paso firme hacia la habitación donde sabía que estaría. No necesitaba que me dijeran más.

La puerta estaba entreabierta. Entré en silencio. Las luces estaban apagadas. En la penumbra, su figura se distinguía claramente. Estaba acurrucada en un rincón, las rodillas pegadas al pecho, sollozando en silencio. A pesar de la oscuridad, su cabello brillaba como si tuviera luz propia.

No encendí la luz. No quería que me viera. Esa noche en el callejón no pudo verme, y prefería mantenerlo así. Quizá se asustaría si lo hiciera.

Ella levantó la mirada. Sus ojos celestes brillaban, incluso en la oscuridad.

—¿Quién eres? —susurró, tan bajito que apenas la oí.

No respondí. Solo la observé.

—Eres Salvatore Rossi… ¿verdad? —dijo. Luego tragó saliva—. ¿Vas a violarme?

—No fuerzo a las mujeres para que estén conmigo —respondí con la voz grave, firme.

Me miró de forma extraña. Como si mi voz le resultara familiar, pero no podía ubicarla. No era posible. Solo nos vimos una vez… ¿o quizás me recordó?

—¿Entonces me vas a dejar ir? Puedo pagar. No gano mucho, pero puedo pagarte poco a poco —añadió, con una chispa de esperanza en los ojos.

No le ofrecí las dos opciones. No lo necesitaba. Porque ella ya estaba eligiendo el camino difícil, el que nadie tomaba.




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