Captive Of The Pact

Capitulo 5

Capítulo 5

"No todos los que se sienten rotos buscan ser reparados. Algunos solo quieren ser aceptados como son."

Colleen Hoover
Rosalie Hall (18 años)

No podía creer lo que acababa de pasar este día. ¿Casarme? Nunca pensé en casarme. Nunca pienso en el futuro cuando mi presente ya es suficiente. Tenía la vista clavada hacia el frente, preguntándome si le molestaría que hablara. No podía creer que me casaría con el Don de la Cosa Nostra. Solo serían seis meses, y si ese es el precio para conseguir mi libertad, lo haría.

No puede ser que sea el mismo hombre de aquel callejón. Su rostro está lleno de cicatrices, y por lo que alcanzo a ver, también tiene quemaduras en el cuerpo. Pero eso no le quita lo atractivo. Su cabello es negro, y sus ojos, de un gris único. Aunque no lo vi bien en aquel momento, aquella noche en que nos conocimos, ya se notaban marcas en su cara.

Ni siquiera sé para qué me necesita. Seguramente tendría a mil mujeres dispuestas a matar por casarse con él. Yo era alguien tan insignificante, que ni siquiera estaba a su altura. Todo en él gritaba poder y dinero, desde cómo va vestido hasta todo lo que lo rodea. Sé que no es dinero limpio, pero cuando no naces con privilegios, la única opción es sobrevivir. Y si esa es la manera, yo no seré quien lo juzgue. No todos tienen la suerte de nacer en una familia con estatus social, sin violencia, y donde no falte el dinero. Y aun así, aunque nazcas en una familia así, eso no significa que no sufras.

Hay hombres peores en el mundo que un mafioso. Por lo menos, ya sabes cómo son los que están en la mafia. Pero hay otros que son peores y ni siquiera están en ella. Y nadie es quién para juzgar la forma en que vives ni cómo haces para sobrevivir.

Me aclaré la garganta para hablar, sintiéndome repentinamente pequeña dentro de ese auto. Salvatore mantenía la vista fija en la carretera, los nudillos tensos sobre el volante. No sabía si estaba molesto o simplemente concentrado.

—¿Eres aquel hombre del callejón? —pregunté sin rodeos mientras me colocaba el cabello detrás de la oreja.

Asintió, pero su mirada seguía en la carretera. Quizás no le gustaba que las personas estuvieran demasiado cerca. Quizás por sus cicatrices.

—¿Está bien tu herida? —pregunté, señalando su estómago.

—Sí —respondió. Su voz era clara y fuerte. Tenía una voz bonita. La clase de voz que uno recuerda, incluso si solo la ha escuchado una vez.

Asentí mientras jugaba con mis dedos, nerviosa. Salvatore Rossi... él pudo darme una opción. Podría ser mi salvador. Pero sigue siendo el Don de la Cosa Nostra. Y prácticamente somos dos desconocidos que tendrán que aprender a convivir, a fingir una relación. A fingir un matrimonio.

Desvió la mirada de la carretera y sus ojos se posaron en mi rostro.

—¿Esos golpes te los dio tu padre? —preguntó, con amargura en la voz.

—Sí —respondí. ¿Qué sentido tenía negar lo innegable? Aunque mintiera a los demás y a mí misma, no cambiaría la verdad.

Asintió y volvió a mirar al frente.

—¿Qué va a pasar con mi padre? —pregunté, con un hilo de voz—. ¿Voy a pagar su deuda?

—Por esta vez lo perdonaré, porque tú te vas a encargar de su deuda. Pero si vuelve a deberme dinero por mis drogas, o si vuelve a tocarte un dedo... lo mataré —declaró.

Sentí alivio. Una parte de mí todavía quiere que mi padre esté bien, pero ya entendí que, aunque es mi padre, no tengo que vivir para él.

—Gracias —fue lo único que dije mientras desviaba la mirada hacia la ventana. El paisaje era bonito. Ni siquiera sé a dónde vamos, pero será mi hogar temporal.

Me acaricié el hombro cuando una corriente de viento recorrió todo mi cuerpo. Salvatore cerró las ventanas y encendió la calefacción.

—¿Está bien la temperatura? —preguntó.

—Sí, gracias. No tenías por qué —dije.

—A partir de ahora, tu vida es mi responsabilidad —manifestó.

Algo se movió dentro de mi pecho. Nunca fui protegida, ni siquiera por mi propio padre, quien debió ser el primero en hacerlo.

Salvatore tomó una desviación por otro camino. Después de unas horas, finalmente llegamos. Salvatore bajó y se dirigió a mi puerta. La abrió y desabrochó mi cinturón. Se notaba que el auto era realmente caro, algo que ni trabajando cinco vidas podría permitirme. Apenas puedo darme el lujo de comer carne de vez en cuando... o casi nunca.

Me tendió la mano, y la acepté. Sonreí. Creo que fue mi primera sonrisa real hacia alguien.

Frente a nosotros se extendía un terreno gigantesco, con hectáreas de verde que no terminaban. Y en el centro, una mansión imponente. Enorme. Majestuosa. Tenía la sensación de que ni en una semana entera podría recorrerla por completo.

Había varios hombres armados haciendo guardia. Observaban todo. Me imaginaba que se turnaban. Aquí debía vivir mucha gente: hombres, mujeres… empleados, guardias. Cámaras de seguridad por todas partes. Aunque vivieran cien personas, seguiría sobrando espacio.

Seguí a Salvatore hasta el interior. Todo en esa casa hablaba de dinero. Dinero antiguo de la mafia. De ese que lleva generaciones. Una mansión familiar, bien cuidada, con historia y secretos.

La mansión estaba claramente dividida en áreas. Salvatore giró a la derecha y me llevó a una sección donde había varias habitaciones.

—Nadie puede entrar aquí —dijo—. En esta parte de la mansión solo duermo yo. Tu habitación está al lado de la mía.

Abrí los ojos con sorpresa. A pesar de todo, me daba mi propio espacio.

—Mandaré a pedir ropa para ti. Mientras tanto, voy a pedir prestada ropa para que uses ahora —agregó.

—No es necesario comprar ropa. Tengo la mía, puedo ir por ella —respondí, sin querer que gastara dinero en mí.

—Es necesario. Serás la nueva señora Rossi —expresó.

Ese título… sonó extraño. Como si no me perteneciera. Pero, al mismo tiempo, sonó hermoso. Señora Rossi.Aunque era temporalmente.




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