El martes llegó con una ferocidad que incluso el pronóstico no pudo capturar del todo. Las calles de Buenos Aires estaban casi desiertas mientras la lluvia caía en cortinas incesantes. Laura, aferrando el paraguas que Miguel le había prestado, caminó rápidamente hacia el café, buscando refugio en la familiaridad del lugar y la calidez de la compañía.
Al entrar, sacudió el exceso de agua de su ropa y se dirigió al mostrador, donde Miguel ya estaba preparando su capuchino.
—Buen día, Laura. Parece que la tormenta nos tiene atrapados hoy —dijo Miguel, su voz, un faro de calma en el caos.
Laura asintió, agradecida por el calor del café entre sus manos.
—Gracias por el paraguas. Me salvó ayer.
Miguel sonrió, sintiéndose feliz de haber sido de ayuda.
—De nada. Cualquier cosa por una cliente tan fiel.
El café estaba casi vacío, solo algunos clientes habituales que parecían tan determinados como Laura a desafiar la tormenta. Mientras el tiempo pasaba, la intensidad de la lluvia solo aumentaba. Laura y Miguel compartieron miradas cómplices, sabiendo que la tormenta era una excusa perfecta para pasar más tiempo juntos.
Un estruendo de truenos sacudió el café, haciendo que todos miraran hacia las ventanas. Laura se estremeció, y Miguel, observando su incomodidad, decidió acercarse.
—¿Te gustaría sentarte? Puedo cerrar un rato, parece que hoy no habrá muchos más clientes.
Laura asintió, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, y el sonido de la lluvia creó un telón de fondo perfecto para la conversación que estaba por comenzar.
—¿Sabes, Miguel? A veces siento que mi vida está en piloto automático. Tengo todo lo que se supone debería querer, pero aun así siento que falta algo.
Miguel la miró con atención, asintiendo lentamente.
—Te entiendo. A veces, incluso cuando estamos haciendo lo que amamos, nos damos cuenta de que necesitamos algo más. Para mí, es la música. Pero aquí estoy, intentando encontrar el equilibrio.
Laura se quedó callada un momento, procesando las palabras de Miguel.
—Me gustaría escuchar tu música alguna vez —dijo, finalmente, con una sonrisa tímida.
Miguel sonrió también, sintiendo que este era el inicio de algo importante.
—Sería un honor.
Mientras la tormenta seguía azotando las calles de Buenos Aires, dentro del café, la atmósfera se volvía más cálida y acogedora. Miguel y Laura se sentaron en una mesa junto a la ventana, donde el sonido de la lluvia era un telón de fondo perfecto para su conversación.
Miguel, con su cabello negro ligeramente desordenado y ojos marrones profundos, observó a Laura con una sonrisa. Su altura de 1.75 cm le daba una presencia imponente pero amable. Llevaba una camiseta de su banda favorita, que contrastaba con la atmósfera elegante del café, pero reflejaba su espíritu artístico.
—Siempre traes un libro contigo —comentó Miguel, señalando el volumen de poesía que Laura había dejado sobre la mesa.
Laura, con su cabello castaño oscuro ondulado y ojos verdes que siempre parecían estar soñando despiertos, sonrió tímidamente. Su estilo clásico y elegante, con un toque moderno, la hacía destacar en cualquier lugar. Ese día llevaba un suéter suave y una bufanda que la hacía parecer aún más acogedora.
—Sí, me encanta leer. Es como escapar a otros mundos —respondió ella, jugueteando con el asa de su taza de café.
—¿Qué estás leyendo ahora? —preguntó Miguel, genuinamente interesado.
—Es una colección de poesía contemporánea. Me gusta cómo las palabras pueden capturar emociones tan complejas —dijo Laura, sus ojos brillando con pasión.
Miguel asintió, sintiendo la conexión en sus palabras.
—A mí me pasa lo mismo con la música. Es como si cada nota contara una historia.
Mientras hablaban, la conversación fluyó de manera natural, cada palabra fortaleciendo la conexión entre ellos. La lluvia afuera seguía cayendo fuerte, pero dentro del café, el tiempo parecía detenerse.
Laura le contó a Miguel sobre su trabajo en la librería y sus sueños de escribir una novela. Miguel compartió sus anhelos musicales y cómo su banda luchaba por encontrar su lugar en la ciudad.
En un momento, Laura dejó escapar un suspiro y dijo:
—A veces me pregunto si estoy haciendo lo correcto. Mi vida está tan planificada, pero no me siento completa.
Miguel le tomó la mano suavemente, un gesto que sorprendió a ambos por lo natural que se sintió.
—Es normal tener dudas, Laura. A veces, las respuestas vienen cuando menos las esperas.
Ese contacto, aunque breve, fue una chispa que encendió algo más profundo en ambos. Mientras la tormenta rugía afuera, dentro del café, dos almas se encontraban y comenzaban a descubrirse.
La lluvia comenzó a amainar, y la ciudad de Buenos Aires recuperó poco a poco su ritmo habitual. Laura, con el paraguas de Miguel en mano, ya que se olvidó otra vez llevar el de ella. Se despidió de él con una sonrisa y salió del café, sintiendo la brisa fresca en su rostro. Caminó rápidamente hacia la librería, sus pensamientos aun revoloteando alrededor de la conversación que acababa de tener.
Al llegar, saludó a sus compañeros de trabajo y se dirigió al mostrador principal. Martina, su colega y amiga, la observó con una ceja levantada.
—Buenos días, Laura. ¿Todo bien? Pareces un poco distraída —dijo Martina, mientras organizaba algunos libros.
Laura sonrió, tratando de parecer más relajada de lo que realmente se sentía.
—Buenos días, Martina. Sí, estoy bien. Solo que esta lluvia y el tráfico me tienen un poco descolocada.
Martina rio, con ese tono cálido que siempre lograba tranquilizar a Laura.
—Bueno, la lluvia puede ser un poco molesta, pero a veces trae cosas buenas también. Como una excusa para quedarse en casa con un buen libro.
Laura asintió, pero sus pensamientos volvían una y otra vez a Miguel. Quería compartir su experiencia en el café, pero no estaba segura de cómo formularlo sin que sonara extraño.