Capuccino de amor.

Tormenta.

Laura estaba organizando los libros en su apartamento cuando recibió una llamada de Daniel. Era tarde, y aunque el día había sido largo, decidió contestar.

—Hola, Daniel —dijo Laura, intentando sonar alegre.

—Hola, Laura. ¿Cómo estás? —respondió Daniel, su tono un poco distante.

—Bien, he estado ocupada en la librería y pensando en algunas cosas. ¿Y tú? ¿Cómo fue tu día?

—Agotador. Otro caso interminable. Escucha, ¿podemos hablar de algo?

Laura sintió un nudo en el estómago. La voz de Daniel sonaba tensa, lo que siempre era una señal de una conversación difícil por venir.

—Claro, dime —respondió ella, tratando de mantener la calma.

—He notado que últimamente estás un poco distante. ¿Hay algo que no me estás diciendo? —preguntó Daniel, directo al grano.

Laura vaciló, pero sabía que tenía que ser honesta.

—Sí, he estado pensando en nosotros. Siento que no estamos conectando como antes. No sé, es como si cada vez estuviéramos más lejos uno del otro.

Daniel guardó silencio por un momento antes de hablar.

—Laura, sabes que mi trabajo es muy demandante. Estoy haciendo esto por nuestro futuro. ¿Por qué estás tan insatisfecha?

Laura se mordió el labio, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—No estoy insatisfecha con tu trabajo, Daniel. Entiendo que es importante. Pero también quiero sentir que nuestra relación importa. Quiero pasar más tiempo contigo, no solo ser una parte de tu vida que ves cuando tienes tiempo.

Daniel dejó escapar un suspiro exasperado.

—No es tan fácil. No puedo simplemente dejar de trabajar. Tengo responsabilidades que no puedo ignorar.

Laura sintió las lágrimas asomando, pero las contuvo.

—No te estoy pidiendo que dejes de trabajar. Solo que encuentres un equilibrio. Necesitamos tiempo para nosotros, ¿no lo crees?

Daniel se mantuvo en silencio, y luego su voz subió un tono.

—¿Equilibrio? ¿De qué estás hablando? Estoy luchando para asegurarnos un futuro, y tú quieres que deje todo solo para… ¿Charlar? No es justo, Laura.

Ella sintió un calor en sus mejillas, una mezcla de tristeza y frustración.

—No es solo charlar, Daniel. Es sobre sentir que nuestra relación aún importa, que aún somos importantes para el otro.

Daniel resopló, la tensión en su voz se hacía más evidente.

—Esto es ridículo, Laura. Sabes lo que significa mi trabajo. No puedo creer que estés haciendo esto ahora.

Laura apretó el teléfono, su voz temblaba, pero no se dejó amedrentar.

—No puedo seguir ignorando esto, Daniel. Si nuestra relación no es una prioridad, ¿qué sentido tiene?

Daniel se quedó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos.

—Bien.

—Solo quiero sentir que todavía soy importante para ti, que nuestra relación importa. ¿Es mucho pedir?

—Siempre eres importante para mí, Laura. Pero no puedo dividirme en dos. Necesitas entender eso—respondió Daniel.

—Creo que ambos necesitamos entendernos mejor. Quizás es hora de que pensemos en lo que realmente queremos para nuestro futuro.

Daniel no respondió de inmediato. Finalmente, suspiró.

—Si esto es lo que sientes, hablaremos más mañana. Estoy demasiado cansado y necesito pensar.

—Está bien. Hablamos mañana.

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El día siguiente amaneció con un cielo gris oscuro, presagio de una tormenta aún más fuerte. A pesar del clima, Laura, fiel a su rutina y con la necesidad de despejar su mente, decidió salir de casa. Se puso su abrigo y agarró el paraguas que Miguel le había prestado, sintiendo una mezcla de anticipación y nerviosismo.

Al llegar al café, la lluvia ya había comenzado a intensificarse. Laura empujó la puerta y entró, sacudiéndose el agua de encima. Miguel la vio entrar y le ofreció una sonrisa cálida, que ella correspondió con un gesto de agradecimiento.

—Hola, Miguel —dijo Laura, su voz tranquila pero con una ligera tensión.

—Hola, Laura. ¿Lo de siempre? —preguntó Miguel, ya moviéndose para preparar su capuccino.

Laura asintió y se sentó en su mesa habitual junto a la ventana. Observó cómo el café comenzaba a vaciarse a medida que la tormenta se desataba. La mayoría de los clientes se fueron apresuradamente, dejando solo a unos pocos que, como ella, se quedaron atrapados por la lluvia.

Miguel le llevó su capuccino y se sentó frente a ella, notando la inquietud en su expresión.

—Parece que hoy no va a parar —dijo, intentando aligerar el ambiente.

Laura miró por la ventana, viendo las gotas de lluvia golpear con fuerza el cristal, y suspiró.

—Sí, esta tormenta es bastante intensa. Me hace pensar en cómo las cosas pueden cambiar tan rápidamente.

Miguel asintió, animándola a seguir.

—Es cierto. A veces, las tormentas traen cambios inesperados, para bien o para mal.

Laura jugó nerviosamente con el asa de su taza antes de hablar.

—Sabes, tengo un novio, pero últimamente me siento vacía. Es como si algo estuviera faltando y no sé cómo lidiar con eso.

Miguel la miró con sorpresa, sin saber exactamente qué decir al principio, pero mantuvo su interés y calidez.

—Lo siento, Laura. Debe ser muy difícil sentirte así.

Laura asintió, sus ojos reflejando la lucha interna que había estado reprimiendo.

—Sí, lo es. Me duele, no sentirme completa, y al mismo tiempo no quiero lastimarlo. Pero cada vez que vengo aquí, siento una chispa de algo, es como si mente se tranquilizara.

Miguel sintió una oleada de empatía y, sin pensarlo dos veces, tomó la mano de Laura.

—A veces, las respuestas no vienen fácilmente. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, lo que necesites. No estás sola en esto.

Laura apretó suavemente su mano, sintiendo una conexión que la reconfortaba en medio de su tormenta interna, en ese momento, la presencia de Miguel era todo lo que necesitaba para sentir un poco de paz.

Laura y Miguel se quedaron en silencio por un momento, absortos en sus pensamientos y en la intensidad de sus emociones. De fondo, la televisión del café emitía las noticias de la tarde. El presentador llamó su atención de repente.




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