Dentro del café, Laura miraba las gotas de lluvia golpear las ventanas, creando un ritmo hipnótico. Su teléfono vibró, sacándola de sus pensamientos.
Era un mensaje de su amiga Martina.
—Laura, ¿estás bien? Esta tormenta está brutal. Cuídate mucho.
Laura sonrió ante la preocupación de su amiga y rápidamente respondió.
—Sí, estoy bien, atrapada en el café. Gracias por preguntar, también cuídate bruja.
Poco después, recibió una llamada de su jefa.
—Laura, me alegra saber que estás a salvo. ¿Necesitas algo? Asegúrate de no salir hasta que la tormenta pase, no te preocupes por la librería que no se irá a ningún lado.
—Gracias, Lizbeth. Estoy bien aquí. El café es un buen lugar para refugiarse.
Al colgar, su teléfono volvió a vibrar. Esta vez, era su madre.
—Cariño, tu padre y yo estábamos preocupados. ¿Cómo estás? La tormenta se ve terrible en las noticias.
Laura les aseguró que estaba bien y prometió mantenerlos informados. Colgó la llamada sintiendo una mezcla de calidez y frustración.
Miró su teléfono, esperando ver una llamada o un mensaje de Daniel. Pero la pantalla permanecía en silencio. Suspiró, sintiéndose invisible en la vida de su propio novio.
Mientras tanto, Miguel se acercó con dos tazas de café caliente.
—Aquí tienes, Laura. Pensé que tal vez querrías algo más para mantenerte caliente.
Laura sonrió, agradecida por la atención de Miguel.
—Gracias, Miguel. Es justo lo que necesitaba.
—De nada —dijo Miguel, sentándose frente a ella—. ¿Todo bien? Pareces un poco preocupada.
Laura suspiró y miró su teléfono nuevamente.
—He recibido llamadas de mi amiga, mi jefa, mis padres… Todos preguntando si estoy bien. Pero nada de mi novio.
Miguel la miró con comprensión.
—Quizás su batería se agotó o no tiene señal con esta tormenta. A veces, estas cosas pasan.
Laura asintió, aunque en su corazón sabía que esto no era excusa suficiente.
—Puede ser. Es solo que siento que no son importante para él.
Miguel sintió una oleada de empatía y, sin pensarlo dos veces, tomó la mano de Laura, algo que se estaba volviendo habitual.
—Ya llamará, no te preocupes en demasiado.
Laura sonrió sin emoción.
Miguel observaba a Laura mientras ella hablaba de sus sentimientos. Cada palabra resonaba en su corazón, creando una maraña de emociones difíciles de desenredar. La vulnerabilidad de Laura, sus confesiones sobre sentirse vacía a pesar de tener un novio, lo golpearon con fuerza. Sentía una tristeza profunda por verla tan sola y un deseo ardiente de ser la persona que llenara ese vacío.
Mientras ella hablaba, Miguel intentaba mantener la compostura. En su mente, se veía a sí mismo en el lugar del novio de Laura, trayéndole consuelo y felicidad. Cada gesto, cada sonrisa que ella le ofrecía, hacía que su corazón latiera más rápido, con una esperanza apenas admitida.
Ver a Laura así, tan honesta y frágil, le partía el alma. Deseaba con todas sus fuerzas poder abrazarla y decirle que nunca la haría sentir sola, que siempre estaría allí para ella. Pero al mismo tiempo, el miedo lo atenazaba. ¿Qué pasaría si cruzaba esa línea? ¿Si se arriesgaba a expresar sus sentimientos y todo se desmoronaba?
Miguel apretó su mano un poco más fuerte, tratando de transmitirle su apoyo sin palabras. Quería ser ese pilar en su vida, la persona en la que pudiera confiar plenamente. Pero también sabía que debía ser paciente y respetar sus tiempos, sus sentimientos.
—A veces, la vida nos pone en situaciones difíciles para que podamos encontrar lo que realmente necesitamos —dijo finalmente, tratando de mantener su voz firme.
Laura lo miró, sus ojos llenos de tristeza y gratitud.
—Gracias, Miguel. Eso significa mucho para mí.
Mientras la tormenta continuaba afuera, Miguel se prometió a sí mismo que, sin importar lo que sucediera, siempre estaría allí para Laura.
Quería ser más que un amigo, pero también sabía que el primer paso era estar presente, escuchar y apoyarla en cada momento. Y aunque su corazón anhelaba más, se conformaba con ser el refugio que ella necesitaba en ese momento.
La noche cayó sobre Buenos Aires, pero la tormenta seguía sin intenciones de detenerse. Dentro del café, la atmósfera era cálida y acogedora, con el sonido de la lluvia y el viento como telón de fondo. Miguel y Laura, sentados en su mesa junto a la ventana, seguían conversando, pero ahora más profundamente.
—Siempre he querido escribir un libro, pero nunca encuentro el tiempo o la inspiración necesaria para terminar lo que empiezo —confesó Laura, jugando con el borde de su taza.
Miguel asintió, sus ojos reflejando comprensión.
—Lo entiendo. Yo también tengo sueños que a veces parecen lejanos. Mi banda y yo tocamos en bares pequeños, pero siempre he querido grabar un álbum, algo que realmente muestre quién soy.
Laura sonrió, sintiendo una conexión más profunda con Miguel.
—Eso suena maravilloso, espero pronto escucharte cantar.
Miguel sonrió, su corazón latiendo un poco más rápido.
—Definitivamente, te invitaré a uno de nuestros conciertos. Estoy seguro de que te gustará.
A medida que la conversación avanzaba, Laura y Miguel descubrieron que compartían más de lo que imaginaban. Hablaron de sus familias, sus experiencias de vida y sus aspiraciones. Laura le contó sobre su madre, Clara, y cómo la literatura había sido una parte fundamental de su vida desde que era niña. Miguel le habló de su padre, Julio, y de cómo había heredado su amor por la música.
—Es increíble cómo nuestras pasiones nos definen —dijo Laura, sus ojos brillando con emoción.
Miguel asintió, sintiendo la misma emoción.
—Sí, lo es. Y a veces, encontramos personas que comparten esas pasiones y nos inspiran a seguir adelante.
Laura lo miró, sintiendo una calidez en su pecho que nunca había sentido antes.