La tormenta continuaba rugiendo fuera del café, y la lluvia golpeaba con furia las ventanas. A medida que la noche avanzaba, el cansancio empezó a hacer mella en Laura. Bostezó, tratando de mantenerse despierta, pero era evidente que necesitaba descansar.
Miguel notó su fatiga y, con una mirada comprensiva, se acercó a ella.
—Laura, te ves muy agotada. Sé que la tormenta no tiene pinta de calmarse pronto. ¿Por qué no te tomas un descanso? Tenemos una ducha en el baño de la cafetería, y también hay un pequeño cuarto con una cama individual. No es mucho, pero podrías descansar un poco.
Laura lo miró con gratitud y sorpresa.
—¿De verdad? No quisiera ser una molestia, Miguel. Quizás la lluvia pare en un momento.
Miguel sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Para nada, Laura. Eres bienvenida a quedarte el tiempo que necesites. Quiero que estés cómoda y ya te dije la tormenta no tiene intención de detenerse.
Laura asintió, agradecida por su hospitalidad. Miguel la condujo hacia el baño y le mostró dónde estaba la ducha. Le dejó una toalla limpia y una camiseta grande y cómoda que él siempre tenía ahí en la cafetería para las noches que se quedaba.
—Aquí tienes. La camiseta no es nueva, pero está limpia y será más cómoda para dormir.
—Gracias, Miguel. De verdad, gracias por todo —dijo Laura, sintiendo una oleada de afecto hacia él.
—No hay de qué. Descansa lo que necesites. Estaré aquí si necesitas algo más.
Laura entró en el baño y cerró la puerta detrás de ella. Se tomó un momento para respirar profundamente antes de dejar que el agua caliente de la ducha la envolviera. El calor y la tranquilidad del agua ayudaron a calmar sus pensamientos agitados.
Después de la ducha, se puso la camiseta y salió del baño. Miguel la estaba esperando para llevarla al pequeño cuarto en la parte trasera de la cafetería.
Pero él no pudo evitar notar lo atractiva que se veía. Su cabello aún húmedo caía en suaves ondas, y la camiseta resaltaba su figura de una manera que lo hacía luchar con sus propios sentimientos. Sentía una oleada de emociones contradictorias: el deseo de acercarse y abrazarla, y la necesidad de mantener la compostura y respetar sus límites.
Cada gesto, cada movimiento de Laura, reforzaba su determinación de estar allí para ella, no solo como un amigo, sino como alguien que realmente se preocupaba por su bienestar. Pero también sabía que debía controlar sus impulsos, que no podía dejar que sus sentimientos nublaran su juicio.
—¿Pasa algo? —pregunto Laura mirándose si era que tenía algo.
—Sí, ven, es por aquí —respondió Miguel agitando su cabeza como si quisiera quitar sus pensamientos.
La habitación era sencilla pero acogedora, con una cama individual cubierta con una manta suave.
—Aquí estás. Espero que puedas descansar bien —dijo Miguel, con una sonrisa cálida.
—Es perfecto, Miguel. Gracias —respondió Laura, sintiendo una paz que no había sentido en mucho tiempo.
Miguel la dejó para que se acomodara y cerró la puerta suavemente. Mientras Laura se recostaba en la cama, sus pensamientos volvieron a la conversación que habían tenido. A pesar de la tormenta y el caos exterior, dentro del café había encontrado un refugio de paz y comprensión. Mientras se quedaba dormida, pensó en lo afortunada que era de tener a un amigo como Miguel en su vida.
Laura, sintiendo cómo el cansancio se apoderaba de ella, de pronto, un pensamiento persistía en su mente: ¿dónde dormiría Miguel? No podía descansar del todo sin saberlo. Se levantó y salió del pequeño cuarto, buscando a Miguel.
Lo encontró en la sala principal del café, recogiendo algunas cosas y preparándose para la noche. Parecía absorto en sus pensamientos, pero al verla, sonrió.
Miguel observaba a Laura con la camisa larga que le había prestado, cubriendo apenas sus muslos. La luz tenue de la lámpara creaba sombras sobre su piel suave, resaltando sus curvas tentadoras.
El sonido de la tormenta afuera se había vuelto un murmullo de fondo mientras el aire en la cafetería se cargaba de electricidad.
A pesar de la atracción que sentía por ella, Miguel se repetía en su mente que no podía permitirse cruzar esa línea, aunque su corazón latiera desbocado. Se vio obligado a girar su mirada hacia la ventana, observando las gotas de lluvia deslizarse por el cristal.
El sonido de pasos lo sacó de sus pensamientos y se giró para ver a Laura parada frente a él. Su cabello mojado caía en cascada por sus hombros, y sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y algo más que no sabía cómo descifrar. Miguel tragó saliva, luchando por mantener la compostura.
—Gracias por todo, Miguel. Realmente aprecio tu amabilidad esta noche—dijo Laura con una sonrisa triste.
Miguel asintió, devolviéndole la sonrisa. Sabía que no podía permitirse más, que debía respetar la relación de Laura con su novio. Pero su mente seguía en caos, deseando más que cualquier cosa poder estar con ella.
Después de un momento de silencio incómodo,
—¿Qué tal la cama? —preguntó, con un toque de preocupación en su voz.
—Está bien, gracias, pero… ¿Y tú? ¿Dónde vas a dormir? —preguntó Laura, sin poder ocultar su preocupación.
Miguel sonrió y se encogió de hombros.
—No te preocupes por mí. Estoy acostumbrado a estos turnos largos. Puedo echar una cabezada en uno de los sofás. Además, prefiero quedarme aquí para asegurarme de que todo esté en orden con la tormenta.
Laura frunció el ceño. La idea de que él durmiera incómodo en un sofá no le gustaba.
—Miguel, no es justo que te quedes aquí en el sofá. ¿Por qué no te tomas la cama y yo me quedo aquí?
Miguel negó con la cabeza, sonriendo suavemente.
—No, Laura, tú necesitas descansar bien. Yo estaré bien aquí. Además, no sería correcto. Eres nuestra invitada.
Laura suspiró, sintiendo una mezcla de gratitud y frustración.
—Siempre tan caballeroso. Está bien, pero prométeme que si necesitas algo, me lo dirás.