Laura, a sus 26 años, sentía que las emociones eran una maraña de confusión y alegría. Parte de ella quería creer que esta era la decisión correcta, que comprometerse con Daniel era lo que debía hacer. Después de todo, habían compartido muchos momentos buenos juntos, y él había demostrado que estaba dispuesto a esforzarse por mejorar su relación.
Miró, el anillo de compromiso, el brillo del diamante reflejando la luz de las decoraciones. Tomó una decisión.
—Sí, Daniel. Acepto —dijo, asintiendo y sonriendo mientras él deslizaba el anillo en su dedo.
Daniel se levantó y la abrazó, feliz de haber recibido su respuesta afirmativa. Sin embargo, otra parte de su corazón no podía ignorar los sentimientos que había descubierto recientemente, sentimientos que despertaban cada vez que pensaba en Miguel.
Recordó la calidez de sus manos, la sinceridad en sus ojos y cómo la hacía sentir viva y comprendida de una manera que Daniel nunca había logrado.
Se reprendió internamente, diciéndose que no podía estar pensando en otro hombre cuando acababa de aceptar casarse con Daniel.
Pero Laura había pensado que entendía lo que era el amor. Había creído que el amor era estabilidad, seguridad y compartir una vida juntos. Pero la conexión que sentía con Miguel la había hecho cuestionar todo. Había algo en la forma en que él la miraba, algo en la manera en que le escuchaba, que hacía que su corazón latiera de una forma que nunca había experimentado antes.
«Miguel es solo un amigo» se repetía mentalmente, tratando de convencerse de que podía seguir adelante con Daniel sin mirar atrás. Pero la duda persistía. ¿Podría realmente ignorar esa conexión especial que había sentido con Miguel? ¿Era justo para Daniel, para ella misma, seguir adelante con una promesa de matrimonio cuando su corazón aún no estaba completamente seguro?
Mientras se sentaban en la manta y disfrutaban del pícnic, Laura se esforzaba por concentrarse en Daniel, en el futuro que habían decidido construir juntos. Intentaba convencerse de que sus sentimientos por Miguel eran solo una distracción temporal, una ilusión creada por la cercanía y la simpatía que él le ofrecía en un momento vulnerable.
Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, Laura sabía que necesitaba tiempo para aclarar sus sentimientos. No podía seguir reprimiendo lo que realmente sentía. Mientras hablaban de planes para la boda, una pequeña voz en su mente le recordaba que las decisiones importantes de la vida debían tomarse con el corazón claro y sincero.
Daniel seguía hablando sobre los detalles del anillo y los posibles lugares para la boda, mientras Laura asentía y sonreía, esforzándose por mantener la fachada. Pero en su interior, sabía que no podía seguir ignorando lo que sentía por Miguel. La tormenta había pasado, pero otra tormenta, mucho más profunda, se estaba gestando dentro de ella.
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Daniel se mostró decidido a compartir la noticia de su compromiso lo antes posible. Preparó una pequeña reunión en casa de sus padres, invitando a amigos y familiares cercanos. Quería hacer de esta ocasión algo memorable y especial.
Laura, por su parte, se vistió para la ocasión con un elegante vestido rojo que realzaba sus ojos verdes. El vestido, de un tono profundo, caía suavemente hasta sus rodillas, y sus zapatos de tacón a juego la hacían sentirse sofisticada. Su cabello, suelto y ondulado, le daba un aire romántico.
Mientras se miraba en el espejo, no podía evitar sentirse conflictuada.
«Debería estar feliz» se repetía a sí misma.
«Esto es algo que siempre he querido, pero ¿por qué no estoy feliz?» Sin embargo, una parte de ella no podía ignorar los pensamientos sobre Miguel y la conexión que habían compartido.
Llegaron a la casa de los padres de Daniel, donde las luces cálidas y la decoración festiva daban la bienvenida a los invitados. La atmósfera era alegre, llena de risas y conversaciones animadas. Laura se sentía abrumada por la atención, pero trató de mantener una sonrisa genuina.
El padre de ella, Roberto Benedetti, estaba encantado con la noticia. Se acercó a Laura y Daniel con una amplia sonrisa.
—¡Felicitaciones, hija! Estoy muy feliz por ustedes —dijo Roberto, abrazando a Laura con fuerza—. Daniel, bienvenido oficialmente a la familia.
Daniel sonrió, estrechando la mano de Roberto con gratitud.
—Gracias, señor Benedetti. Es un honor.
Mientras la celebración continuaba, Laura no podía evitar sentirse ajena a la alegría general. Su mente vagaba hacia Miguel, y se preguntaba cómo estaría él. Se reprochaba a sí misma por no estar completamente presente en ese momento, por no poder compartir la misma felicidad que todos los demás parecían sentir.
Observaba a Daniel interactuar con sus amigos y familiares, hablando entusiasmadamente sobre los planes futuros. Intentaba convencerse de que este era el camino correcto, pero el conflicto interno seguía latente.
Finalmente, decidió alejarse un momento y tomar aire fresco. Salió al jardín, donde las luces colgantes iluminaban suavemente el entorno. Se sentó en un banco y dejó escapar un suspiro, sintiendo el peso de sus emociones.
Sabía que debía ser honesta consigo misma, que necesitaba tiempo para aclarar sus sentimientos. Mientras la noche avanzaba, Laura se prometió que enfrentaría sus dudas y encontraría una manera de seguir adelante con un corazón claro y sincero.
Laura seguía sentada en el banco del jardín, disfrutando del aire fresco y tratando de ordenar sus pensamientos, cuando su madre, Clara, se acercó a ella. Con una expresión cariñosa, pero preocupada, se sentó junto a su hija.
—Hola, cariño —dijo Clara, acariciando suavemente el hombro de Laura—. ¿Cómo te sientes?
Laura suspiró, intentando sonreír.
—Hola, mamá. Estoy… bien, supongo. Es mucho para asimilar.
Clara la miró con esos ojos que siempre parecían ver más allá de las apariencias.