Los días pasaron y Laura no visitó la cafetería. Decidió concentrarse en su trabajo para mantener su mente ocupada y evitar pensar demasiado en todo lo que había sucedido. Se sumergió en proyectos pendientes y dedicó largas horas a su trabajo tratando de encontrar un sentido de normalidad en medio del caos emocional que sentía.
Sus colegas notaron el cambio en ella. Laura, quien siempre había sido alegre y accesible, ahora parecía más reservada y enfocada. Aunque trataban de ofrecerle apoyo, respetaban su necesidad de espacio.
Una tarde, mientras revisaba documentos en la biblioteca, Martina, preocupada por su amiga se le acercó.
—¡Laura! —dijo Martina, con una sonrisa forzada—. ¿Todo bien?, te he visto últimamente muy cerrada.
Laura levantó la vista de sus papeles, sorprendida pero agradecida.
—Martina, lo que pasa es que necesitaba mantener mi mente ocupada —respondió, tratando de sonar tranquila.
Martina se acercó aún más y se sentó en el borde del escritorio de Laura.
—Lo entiendo, amiga. Pero también necesitas un respiro. No puedes esconderte detrás del trabajo para siempre. ¿Qué te parece si salimos a tomar un jugo, como en los viejos tiempos? —sugirió Martina, con una sonrisa alentadora.
Laura suspiró, sintiendo la tensión acumulada en su cuerpo.
—Tienes razón. Necesito un descanso. Vamos por ese jugo —dijo, sonriendo levemente.
Martina y Laura salieron de la oficina y se dirigieron a una pequeña cafetería cercana. No era la usual, pero el cambio de escenario les vino bien. Se sentaron junto a la ventana y pidieron sus bebidas.
—Sabes, Laura, me alegra verte fuera del trabajo. Te he echado de menos. ¿Cómo te sientes con todo lo que ha pasado? —dijo Martina, con un tono suave.
Laura bajó la mirada, sintiéndose culpable por haberse alejado.
—Necesitaba tiempo para procesar todo. Lo de Daniel, mis sentimientos… es mucho para manejar. Pero creo que estoy lista para enfrentar lo que venga —dijo Laura, con determinación.
Martina sonrió, feliz de ver a su amiga recuperar su fortaleza.
—Eso es lo que quería escuchar. Ahora, disfruta de tu capuchino y relájate un poco —dijo Martina, levantando su taza en un brindis.
Laura levantó su taza y brindaron.
Mientras charlaban, Martina, siempre con una chispa de humor, añadió:
—¿Sabes qué te vendría bien ahora? Un buen capuchino de amor. Estoy segura de que sabes dónde conseguir uno —dijo, guiñándole un ojo.
Laura rio a través de sus lágrimas, apreciando el intento de Martina por levantarle el ánimo.
—Tienes razón. Un capuchino de amor suena perfecto en este momento —respondió, sintiendo que poco a poco recuperaba su fuerza.
—Exacto. Porque, como siempre digo, el café cura todos los males del corazón. Y si viene con una dosis de amor, mejor aún —dijo Martina, con una sonrisa amplia.
—Martina, ¿qué te parece si vamos a la cafetería donde trabaja Miguel? Quiero presentártelo —sugirió Laura, con una sonrisa cómplice.
Martina se animó de inmediato, sus ojos brillando de curiosidad.
—¡Sí! ¡Por fin! Muero por conocer al misterioso barista que hace el capuchino de amor. ¡Vamos! —dijo Martina, casi saltando de su asiento.
Ambas se levantaron y se dirigieron a la cafetería de siempre. Al entrar, el familiar aroma del café recién hecho las envolvió, y Laura sintió una oleada de nostalgia y emoción. Miró hacia el mostrador y vio a Miguel, concentrado en preparar una bebida para un cliente.
Miguel levantó la vista y, al ver a Laura, una sonrisa de sorpresa y alegría iluminó su rostro. Dejó lo que estaba haciendo como siempre lo hacía cada vez que ella llegaba y se acercó a saludarlas.
—¡Laura! Me alegra verte de nuevo —dijo Miguel, con una sonrisa radiante. Luego, dirigió su atención a Martina—. ¿Y quién es tu amiga?
—Miguel, ella es Martina, mi mejor amiga. Martina, él es Miguel, el famoso barista del capuchino de amor —dijo Laura, presentándolos con una sonrisa divertida.
Al escuchar la expresión “capuchino de amor,” Miguel levantó una ceja y sonrió con curiosidad.
—¿Capuchino de amor? ¿De qué se trata eso? —preguntó, divertido.
Laura y Martina estallaron en risas, disfrutando del momento.
—Es un cuento largo, Miguel. Pero en resumen, me dijeron que tus capuchinos tienen un toque especial que los hace únicos —dijo Martina, con una sonrisa traviesa.
—Bueno, me alegra saber que mis capuchinos tienen ese efecto —respondió Miguel, riendo también—. ¿Qué les parece si les preparo uno especial ahora?
—¡Por supuesto! Dos capuchinos de amor, por favor —respondió Laura, riendo.
Mientras Miguel preparaba sus bebidas, Laura y Martina se sentaron en su mesa habitual. Martina no podía ocultar su entusiasmo y siguió observando a Miguel con interés.
—Laura, tienes razón. Es muy guapo y parece un gran tipo, me encanta. No me sorprende que te guste tanto —dijo Martina, guiñándole un ojo.
Laura sintió un rubor en sus mejillas, pero sonrió.
—Sí, es especial. Pero quiero ir con calma, paso a paso —respondió Laura, sintiéndose más segura de sus sentimientos.
Miguel les trajo los capuchinos y se sentó con ellas, compartiendo una conversación agradable y llena de risas.
Poco después, Pedro, llegó a la cafetería. Al entrar, saludó a Miguel y se acercó a la mesa donde estaba con las chicas.
Al ver a Martina, Pedro quedó instantáneamente hechizado por su belleza. Ya conocía a Laura, pero esta joven era una sorpresa agradable.
—Hola, Miguel. ¿Qué tal? —dijo Pedro, intentando mantener la compostura, pero sin poder apartar la mirada de Martina.
—Hola, Pedro. Te presento a Martina, la mejor amiga de Laura. Martina, él es Pedro, mi amigo y compañero de banda —dijo Miguel, haciendo las presentaciones.
Martina levantó la vista y extendió su mano hacia Pedro, quien parecía ligeramente nervioso.
—Encantada de conocerte, Pedro. He oído hablar mucho de ti y de la banda de Miguel —dijo Martina, con una sonrisa encantadora.