Los días pasaron y Laura se sumergió en la escritura de su novela. Cada mañana, después de su visita a la cafetería, dedicaba horas a su proyecto, dejando que su creatividad fluyera y tomando inspiración de las historias y personajes que había encontrado a lo largo de su vida. Su novela, una intrigante trama policíaca, empezaba a tomar forma.
Dos meses después decidió mostrarle a Miguel su primer borrador. Se encontraron en su mesa habitual de la cafetería, y Laura le pasó las páginas con una mezcla de nervios y emoción.
Miguel comenzó a leer, sus ojos recorriendo cada línea con interés. A medida que avanzaba, su expresión se iluminaba.
—Laura, esto es increíble. Tienes un verdadero talento para crear suspenso y mantener al lector intrigado. Estoy encantado con lo que he leído hasta ahora —dijo Miguel, con una sonrisa genuina.
Laura se sintió aliviada y emocionada por sus palabras.
—Gracias, Miguel. Pero, ¿crees que hay algo que podría mejorar o añadir para hacer la trama más atrayente? —preguntó, buscando su opinión—. Siento que le falta algo, Martina piensa lo mismo, pero no se me ocurre que más.
Miguel asintió, ya con algunas ideas en mente.
—Tal vez podrías añadir un giro inesperado en el capítulo cinco, algo que ponga a prueba a tus personajes principales. También podrías desarrollar un poco más a uno de los villanos, darle una motivación más compleja que lo haga más interesante y menos predecible —sugirió, con entusiasmo.
Laura tomó nota de sus comentarios, sintiéndose inspirada para seguir mejorando su novela.
Mientras estaba en este proceso creativo, sus padres se enteraron de su ruptura con Daniel, por lo que ya se estaba preparando para sus visitas.
Laura recibió la visita de su madre, primero quien estaba visiblemente contenta.
—Mi Lau, me alegra saber que terminaste con Daniel. Sabía que no era el hombre adecuado para ti. Estoy orgullosa de que hayas tomado una decisión tan valiente —dijo Clara, abrazando a su hija con fuerza.
—Gracias, mamá, veo que esperabas más esto que la boda —dijo Laura riendo.
—¡Ja, ja, ja! Bueno, ahora que estás soltera, podemos hacer lo que toda madre e hija hacen en estos casos: ¡ir de compras y comer helado hasta que ya no podamos más! —bromeó Clara, guiñando un ojo.
Laura rio, agradeciendo el intento de su madre de levantarle el ánimo.
—Suena como un buen plan, mamá. Pero primero, necesito centrarme en mi novela, ya me falta poco para terminarla. Miguel me está ayudando a escribirla y estoy muy emocionada por el progreso que estoy haciendo —dijo Laura, con una sonrisa.
Clara levantó una ceja, divertida.
—¿Miguel, eh? ¿El mismo Miguel que hace esos famosos capuchinos de amor? —preguntó, con una sonrisa traviesa.
Laura se sonrojó ligeramente.
—Sí, el mismo. Ha sido un gran apoyo para mí, y estoy muy agradecida por su ayuda. Pero no pienses cosas raras, mamá, solo somos amigos —dijo Laura, riendo.
Clara le dio un golpecito en el brazo, con una expresión de fingida inocencia.
—¿Yo? ¿Pensar cosas raras? Nunca. Solo digo que parece ser un joven encantador, y es obvio que te importa mucho. Y no te preocupes, no voy a empezar a planear tu próxima boda… todavía —bromeó Clara.
Laura rio aún más, sintiéndose más ligera y feliz.
—Gracias, mamá. Realmente necesitaba esto. Vamos a hacer esos planes de compras y helado pronto, ¿de acuerdo? —dijo Laura, abrazando a su madre.
—Por supuesto, cariño. Estoy aquí para ti, siempre. Y recuerda, no importa lo que pase, siempre tienes a tu madre para hacerte reír y comer helado contigo —respondió Clara, con una sonrisa cálida.
—Te amo, mamá.
—Yo te amo mucho más, hija, además no me iré tan pronto, así que aprovecha de escribir para que salgamos.
Laura se sintió reconfortada por las palabras de su madre. Pero no pasó mucho tiempo antes de que su padre, también llegara de visita y su reacción fue muy diferente.
—¡Laura, esto es inaceptable! Daniel es un buen hombre y un buen partido. No aceptaré que termines con él y vayas con otro. Tienes que arreglar las cosas y volver con él —dijo Roberto, su voz llena de enojo y desilusión.
Laura se quedó helada, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia.
—Papá, no puedes amenazarme así. No voy a volver con Daniel solo porque tú lo quieres. Necesito vivir mi vida y encontrar mi propia felicidad —respondió Laura, con firmeza.
—Laura, no puedo aceptar que hayas terminado con Daniel. ¿Qué demonios pasó? —preguntó Roberto, sin rodeos.
Laura, sintiendo la presión y el enojo de su padre, se preparó para defender su decisión.
—Papá, ya te lo dije. No estaba feliz con Daniel. No podía seguir en una relación que no me hacía sentir completa —respondió Laura, manteniendo la calma.
Roberto frunció el ceño y cruzó los brazos.
—Pero tú misma me dijiste hace unos meses que eras muy feliz. ¿Qué cambió tan rápido? —inquirió Roberto, tratando de entender.
Laura suspiró, sintiendo la carga de tener que explicarlo de nuevo.
—Papá, cuando te dije que era feliz, no me refería a Daniel. Me refería a otros aspectos de mi vida, además él nunca fue la razón de mi felicidad, y eso no es justo para ninguno —explicó Laura, con sinceridad.
Roberto se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de su hija. Finalmente, negó con la cabeza, aun sin aceptar completamente la situación.
—No puedo entenderlo, Laura. Daniel es perfecto para ti. No acepto que termines con él y pienses en otro hombre —dijo Roberto, con frustración.
—Espero que algún día puedas entenderlo —dijo Laura, con firmeza.
Roberto, aún confundido, suspiró y asintió lentamente.
—No quiero hablar contigo hasta que arregles las cosas y regreses con Daniel. No aceptaré a otro —dijo Roberto, con dureza.
—Lo siento, papá, pero no puedo vivir mi vida según tus expectativas. Necesito encontrar mi propia felicidad, y no puedo hacerlo volviendo a una relación que no me hace feliz —respondió, firme.