Capuccino de amor.

Sueño cumplido.

A la mañana siguiente, Martina se despertó temprano, decidida a comenzar el día con una actitud positiva. Se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el desayuno. El aroma del café recién hecho y el sonido de los huevos friéndose en la sartén llenaron el pequeño apartamento, creando una atmósfera acogedora.

Mientras ponía la mesa, Martina escuchó ruidos provenientes del sofá de la sala. Daniel, con una apariencia desaliñada y los efectos evidentes de la resaca, se despertaba lentamente. Se llevó una mano a la cabeza, sintiendo el dolor punzante de la noche anterior.

—Buenos días —dijo Martina, con una sonrisa amable, mientras le acercaba una taza de café—. Toma, esto te hará sentir mejor.

Daniel aceptó la taza con gratitud y se sentó a la mesa, tratando de despejar su mente nublada.

—Gracias, Martina. Anoche estaba borracho, mi intención no era causarte problemas —dijo Daniel, con una voz rasposa.

Martina asintió, sirviendo los platos con huevos, tostadas y un poco de fruta.

—No te preocupes, no pasa nada. Pero vamos a empezar el día con buen pie. Come algo, te ayudará —respondió, sentándose frente a él.

Mientras comían, el silencio entre ellos era palpable. Finalmente, Daniel rompió la quietud con una pregunta inesperada.

—Mar ¿tú todavía me amas? —preguntó, mirándola a los ojos con tristeza.

Martina se quedó helada ante la pregunta, sintiendo una oleada de emociones. Respiró profundamente y negó con la cabeza.

—¿Amarte? Eso es ridículo, Daniel. Es obvio que ya no te amo. ¿Sigues borracho?, ¿Te atrasaste en el tiempo? Pero lo nuestro terminó hace mucho y, aunque fue difícil, lo superé. Ahora somos personas diferentes, y cada uno tiene su camino —respondió, con una mezcla de firmeza y sinceridad.

Daniel bajó la mirada, sintiendo el peso de sus palabras.

—Supongo que solo necesitaba escucharlo de nuevo. Gracias, Mar —dijo, con voz apagada.

—¿Por qué me agradeces? —Martina puso los ojos en blancos—. Creo que aún sigues borracho.

—No estoy borracho, fue una simple pregunta.

Martina le dedicó una sonrisa comprensiva.

—Daniel, tienes una vida por delante y muchas oportunidades para ser feliz. Así que deja de decir tonterías y termina tu desayuno —dijo, con suavidad.

Daniel asintió lentamente, sintiéndose un poco más aliviado.

—Tienes razón. Gracias por todo, Martina. Aprecio que me hayas ayudado y me hayas hecho ver lo que no veía —dijo, con una pequeña sonrisa.

Martina sintió una mezcla de alivio y satisfacción al ver que Daniel comenzaba a comprender. Sabía que el camino por delante no sería fácil para él, pero confiaba en que podría encontrar su camino con el tiempo.

De repente, el timbre de la puerta sonó y Martina se sobresaltó, tampoco esperaba a alguien tan temprano. Miró a Daniel con ojos llenos de pánico, luego de ver quién era.

—¡Es Laura! No puede verte aquí así, ¡rápido, escóndete! —susurró desesperadamente—. No quiero que ella piense cosas que no son.

Daniel, aún un poco aturdido, miró a su alrededor confundido.

—¿Dónde? —preguntó, tambaleándose.

Martina rodó los ojos y lo agarró del brazo, arrastrándolo hacia su habitación.

—¡En mi cuarto, vamos! Y por favor, no hagas ruido —dijo, empujándolo adentro y cerrando la puerta de golpe. Mientras lo hacía, no pudo evitar soltar una pequeña risa nerviosa al verlo tropezar con sus propios zapatos.

Con el corazón aún acelerado, Martina se dirigió hacia la puerta y la abrió, tratando de parecer lo más casual posible.

—¡Hola, Laura! ¿Qué haces aquí tan temprano? —dijo, con una sonrisa forzada.

Laura entró, mirando a su alrededor con una ceja levantada.

—Vine a ver cómo estabas y a traer tu invitación. ¿Por qué estás tan agitada? —preguntó Laura, con una sonrisa pícara—. Y… ¿Por qué hay dos platos en la mesa y un par de zapatos de hombre en la sala? —añadió, señalando los objetos con una mirada divertida.

Martina sintió que sus mejillas se ponían rojas como un tomate y soltó una risa nerviosa.

—Oh, eso… Bueno, verás… Es una larga historia —dijo, tratando de pensar rápidamente en una excusa.

Laura cruzó los brazos y la miró con una sonrisa juguetona.

—¿Larga historia, eh? No me digas que tienes un invitado especial —bromeó, guiñando un ojo.

Martina rio, sacudiendo la cabeza.

—No es lo que piensas, Laura. Simplemente, no quería desayunar sola, así que invite a un amigo. No hay nada más que eso —respondió, tratando de desviar la atención.

Laura soltó una carcajada y abrazó a Martina.

—Tranquila, solo te estaba molestando. Pero, qué sorpresa encontrarme con esta escena. Sabes que siempre puedes contar conmigo para cualquier cosa —dijo, con una sonrisa comprensiva—. Además, no debes cerrar tu corazón.

Martina suspiró de alivio, feliz de que Laura tomara la situación con humor.

—Gracias, Laura. Ahora, ¿quieres un poco de café? Creo que necesitamos una buena charla matutina —dijo Martina, guiándola hacia la cocina.

—Solo dame café, no quiero seguir interrumpiendo tu desayuno con el galán misterioso —bromeó Laura, con una sonrisa pícara.

Martina rodó los ojos y rio, tratando de mantener la calma. Mientras las dos amigas se sentaban y comenzaban a ponerse al día, Daniel permanecía en la habitación, con la tentación de salir al escuchar la voz de Laura, pero al pensar en Martina y el problema que quizás le podría ocasionar, lo hacía detenerse.

Después de unos minutos, Martina le anuncio a Daniel que podía salir.

—¿Ya se fue Laura?

Martina, con una sonrisa irónica, respondió:

—No, sigue aquí. Está planeando un acto de magia para desaparecerte. ¡Claro que ya se fue tonto! —dijo, con sarcasmo.

—¿Laura escribió un libro? —preguntó, incrédulo al ver la invitación.

Martina asintió, viéndolo fijamente.

—Sí, lo hizo. Ha trabajado mucho y logró su sueño. Es irónico, ¿verdad? Una vez le dijiste que ser escritora era solo un sueño de fantasía —dijo, con una mezcla de orgullo y reproche.




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