Una tarde, Laura se encontraba caminando por el parque, disfrutando de la tranquilidad y la belleza de la naturaleza. Decidió sentarse en un banco cerca de un pequeño lago, sumergiéndose en la lectura de un libro mientras el sol comenzaba a ponerse. El aire fresco y el sonido del agua la relajaban, proporcionándole un merecido descanso de su ajetreada rutina.
De repente, escuchó una voz familiar que la llamaba. Levantó la vista y vio a Daniel acercándose con un aire de determinación. No lo había visto en mucho tiempo desde que su relación terminó, y verlo ahí la tomó por sorpresa.
—¡Laura, espera! Necesito hablar contigo —dijo Daniel, casi sin aliento, mientras llegaba hasta ella.
Laura, sintiendo una mezcla de sorpresa y ansiedad, cerró su libro y se preparó para escucharlo.
—Hola, Daniel. ¿Qué ocurre? —preguntó, con calma.
Daniel se sentó a su lado en el banco, mirándola intensamente.
—Laura, he estado pensando mucho en nosotros y en todo lo que pasó. Cometí errores y aún te amo. No puedo dejar de pensar en nosotros, en lo que podríamos haber sido. Te pido que me des otra oportunidad, por favor —dijo Daniel, con urgencia en su voz.
Laura lo miró, sintiendo una oleada de emociones conflictivas. Sabía que Daniel estaba siendo sincero, pero también sabía que su corazón ya estaba con Miguel.
—Daniel, entiendo cómo te sientes, pero he seguido adelante y no puedo darte esa oportunidad —respondió Laura, tratando de ser firme pero amable.
Daniel frunció el ceño, claramente afectado, y se inclinó hacia ella.
—Pero, Laura, tú y yo teníamos algo especial. ¡No puedes simplemente olvidarlo! Dame una oportunidad de demostrarte que he cambiado, que puedo ser mejor —insistió, con intensidad.
Laura sintió la presión de sus palabras, pero se mantuvo firme.
—Daniel, lo que tuvimos fue importante, pero ya no podemos volver atrás. Estoy con Miguel ahora, y estoy feliz con él. No te amo, entiende —dijo, tratando de mantener la calma.
Fue entonces cuando Daniel notó algo en la mano de Laura: un anillo de plata con un pequeño corazón incrustado. Al ver el anillo, comprendió la profundidad del compromiso de Laura con su nueva relación.
—Ese anillo… es de él, ¿verdad? —preguntó Daniel, con la voz apagada.
Laura asintió, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sí, es de Miguel. Estamos muy felices juntos, y él ha sido un gran apoyo para mí. Espero que puedas entender y encontrar tu propio camino hacia la felicidad, estoy segura de que encontrarás a tu chica ideal —dijo, con una sonrisa comprensiva.
Daniel suspiró y asintió lentamente, aceptando la realidad a regañadientes.
—Lo entiendo, Laura. Solo quiero que sepas que siempre desearé lo mejor para ti —dijo, levantándose del banco.
—Te deseo lo mejor también —respondió Laura, viendo cómo se alejaba.
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El bar estaba lleno de gente, la música alta y las luces parpadeantes creaban un ambiente vibrante. En una esquina con poca luz, Daniel estaba sentado en una mesa, claramente borracho, con varias botellas vacías a su alrededor. Lola estaba sentada frente a él, observándolo con una mezcla de impaciencia y frustración.
—Daniel, tienes que calmarte. No puedes seguir así —dijo Lola, tratando de mantener la compostura.
Daniel levantó la mirada, sus ojos vidriosos y su voz arrastrada por el alcohol.
—No entiendes, Lola. La perdí. Laura no quiere saber nada de mí. Todo es culpa mía —dijo, golpeando la mesa con el puño.
Lola suspiró, tratando de ocultar su verdadera intención. Había aconsejado a Daniel que intentara recuperar a Laura, con la esperanza de que si él lo lograba, ella tendría una oportunidad con Miguel. Pero ahora, viendo el estado de Daniel, comenzaba a dudar de su plan.
—Daniel, escúchame. Todavía tienes una oportunidad. Solo necesitas ser más persistente, demostrarle a Laura que realmente has cambiado —dijo Lola, tratando de sonar convincente.
Daniel la miró con desesperación.
—¿De veras crees que eso funcionará? Ella está con Miguel ahora, me di cuenta de que no puedo competir con él —dijo, su voz quebrándose.
Lola apretó los dientes, tratando de mantener la calma.
—Sí, creo que puedes hacerlo. Solo necesitas ser más inteligente. Hazle ver que tú eres el hombre adecuado para ella —dijo, con una sonrisa forzada.
Daniel asintió lentamente, tratando de encontrar esperanza en las palabras de Lola. Pero en el fondo, sabía que sus posibilidades eran escasas.
—Gracias, Lola. Eres una buena amiga —dijo, levantando su vaso en un brindis torpe.
Lola sonrió, aunque su mente estaba en otro lugar. Sabía que sus verdaderas intenciones eran egoístas, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para acercarse a Miguel.
Mientras la noche avanzaba, Daniel continuó bebiendo, tratando de ahogar su dolor. Lola, por su parte, seguía planeando en silencio, esperando que su estrategia eventualmente diera frutos.
Martina entró en el bar, buscando un lugar donde sentarse; esa noche había decidido tomar un poco. Mientras caminaba, escuchó la voz familiar de Daniel y, al voltear, lo vio en la esquina con Lola.
Martina se detuvo, sorprendida de verlos juntos, ya que no sabía que se conocían. Decidió acercarse, preocupada por el estado del hombre.
—¿Daniel? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Martina, con la voz llena de sorpresa y preocupación.
Daniel levantó la mirada y la reconoció, tratando de enfocarse.
—Martina… solo estoy… tratando de olvidar —dijo, levantando su vaso con mano temblorosa.
Martina frunció el ceño y miró a Lola, sorprendida de verla allí.
—¿Lola? No sabía que conocías a Daniel —dijo, con un tono desconfiado.
Lola se encogió de hombros, tratando de parecer despreocupada.
—Solo intentaba ayudarlo a aclarar sus pensamientos —respondió, con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
Martina, sin dejarse engañar, se sentó junto a Daniel y le quitó el vaso de la mano.