Caricias dolorosas

Capítulo 3.

Akira

 

El desayuno que prepara Ofiuco, la abuela de Aries, sabe delicioso. Es tanto mi deleite que termino sirviéndome dos porciones. Rebecca se burla de mí y Akiva, siendo el mellizo de siempre, la acompaña.

Me sorprende que ambos comiencen a llevarse bien cuando hace no tanto parecían perros y gatos. Tal vez han madurado y hecho las paces en silencio, no lo sé, pero cuando están cerca logran entablar una buena conversación amena que incluso disfrutas de escuchar.

Por otra parte, él se muestra más sereno a como salimos aquel día de Los Ángeles, ya no le noto esa sed de venganza ni esa mirada de muerte que lo acompañó por una semana entera. Ahora está como sumido en un mundo donde esto que hacemos no parece ser un refugio para salvaguardarnos sino unas simples vacaciones en familia. Sea cual sea su motivo no importa, ver a este Akiva es tranquilizador, de hecho, siempre ha sido él quien me mantiene en tierra firme, quien me regresa a la realidad cuando parezco haberme ido en un viaje astral.

Frente a mí tengo a Adrik, está dándole el biberón a Arielle mientras Vanessa se encarga de alimentar a Demián. Gabriel no está en la mesa, tampoco Gissou o Dexter, ellos optaron por comer en la sala frente al televisor pues resulta que pasan unas caricaturas muy entretenidas que los mantiene absortos por un buen rato.

He querido hablar con Adrik, no me gusta que esté disgustado conmigo. Es mi hermano, me duele que esté así y temo que jamás vuelva a hablarme como antes. He tolerado que papá no me dirija la palabra, ¿pero tolerar que mi hermano mayor lo haga? Eso me destrozaría.

De pronto, un recuerdo amargo llega a mi cabeza. Mi pecho se estruja.

—¿Por qué eres así con nosotros papi? ¿Por qué a Hendrik y Adrik si les hablas con cariño y les compras cosas? ¿Es que hicimos algo para enfadarte? No entiendo.

Papá me observa con desdén y continúa tecleando en su ordenador unos datos para el caso que tiene esta semana. Siempre es así con él, nunca tiene tiempo, menos para nosotros los mellizos.

Ay Akira, ¡por Dios! ¿Qué no ves que estoy trabajando? Déjate de tonterías y lárgate de mi despacho. No tengo tiempo para tus tonterías —refuta hastiado, con la mandíbula tensa. Hago mis manos puños y bajo la cabeza. ¿Por qué papá no nos quiere? ¿Qué daño le hicimos para recibir poca atención?

Decido volver a preguntar, total, no pierdo nada. Así que me acerco a él pensando que tal vez si me tiene en frente dejará de ignorarme. Y ese es mi error, aquí comprendo que Darío en serio nos repugna.

Se pone de pie con furia, me toma del brazo y con toda la brusquedad del mundo me saca del despacho. Caigo de sentón al piso. Lágrimas inundan mis ojos.

—¡¿Por qué me odias tanto?! ¡¿Qué te hice?! ¡¿Qué te hice?!

Hace un par de horas mis gritos hubiesen llamado la atención de mis hermanos, pero ellos han salido con mamá a comprar unas cosas para la casa. Yo preferí, como siempre que veía a papá en casa, quedarme para ver si lograba hablar con él.

Las lágrimas no dejan de brotar, mi pecho se comprime y el dolor que siento en el trasero no se compara con la mirada rabiosa de él ni con su desprecio. Me odia, me odia tanto y eso lacera.

¡Naciste, joder! Ese es mi puto problema con ustedes. Nacieron cuando no debían, nacieron con engaños, con mentiras —se pone de cuclillas y me toma del mentón con brusquedad. Lloriqueo del dolor—. Me da asco mirarlos, no los quiero porque son un jodido error que siempre me perseguirá. Son un detestable error que yo solito me gané al darle libertad a tu madre. ¡Por eso los odio! Ahora lárgate de mí vista si no quieres que te golpeé.

—Hendrik tenía razón… —hipeo y Darío carcajea. Mi sangre se congela y es justo aquí donde una huella imborrable se tatúa en mi mente.

Mi hijo siempre ha tenido razón, Akira. Él es mi orgullo y tú… Ustedes dos son mi pesadilla, la mierda que piso cuando camino.

Ese día lloré tanto en mi habitación que Akiva y Adrik se preocuparon. Pero es que las lágrimas no dejaban de salir por más que las intentaba frenar, era como si en años jamás lo hubiese hecho. Hasta la fecha me sigue doliendo, simplemente es algo que no se olvida, algo que te marca para mal.

Su desprecio me hizo inseguro y cortó mis alas tantas veces que preferí refugiarme en los libros. Irónico, ¿no? En aquel tiempo yo odiaba leer, odiaba perderme entre tanta línea insignificante porque me causaba dolores de cabeza muy intensos, pero conforme pasaba el tiempo entendí que ese era un método de escape, así que lo hice mío, me adapté a ese odio e intenté hacerlo ameno.

Es triste pensar que la lectura fue la única manera de obviar el hueco que dejó mi padre, pero ahora que miro atrás soy consciente de que es lo único bueno que Darío hizo por mí y, a pesar de todo, se lo agradezco.

Hoy en día me vale madre su presencia, su ausencia y su desprecio, él solo es un hombre que me dio techo, comida, nada más. ¿Y mamá? Bueno, para ella tampoco nunca existimos, siempre fue Hendrik, Hendrik y más Hendrik incluso después de la muerte. Su amor por ese monstruo era tan grande que pasó por alto muchas cosas, se dejó lavar el cerebro, omitió tantas cosas por él, ocultó otras tantas e incluso mentía con tal de tenerlo feliz. Aunque también podría ser que él la haya amenazado, tenía esa costumbre de hacerlo con todos porque sabía que al final obtendría lo que deseaba.




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