Rumores. Rumores, esos molestos y fantásticos rumores.
¿Alguna vez ustedes fueron víctimas de rumores?, o de críticas?
Las personas no saben cuánto poder tienen en asegurar, señalar o afirmar algo que no están completamente seguros haciendo que esto en minutos se vuelven en esos molestos rumores que vuelan demasiado rápido.
Como solía decir esa vieja mujer en la radio de mi programa nocturno “La palabra que llega salir de tu boca puede llegar a matar” sinceramente mi yo de quince años no entendió ese dicho, pero mi yo actualmente sabe perfectamente que ese dicho es tan cierto como que Einstein rechazó a Marelyn Monroe.
Hasta ahora no llego a entender cómo el ser humano tiene tanta imaginación como para llegar a creer que yo, Caroline, soy capaz de estar ligando con un profesor.
Por favor, esos señores con cara larga no tienen nada de atractivo, solo son hombres con un buen cerebro y una gran cifra de ceros en sus cuentas bancarias. Nada innovador o interesante para mí, porque lo que tienen ellos, mi mejor amigo y mi padrino tienen el doble.
También corrieron el rumor que yo cree una página donde subía fotos subidas de tono y las vendía.
Otro, que tenía una relación con Santiago Davis solo por los cerros de su cuenta bancaria. Algo sin sentido, ya que yo y Santiago no tenemos ninguna relación amorosa. Lo único verdadero es que Santiago se pudre en plata.
Esos son rumores que puedo tolerar hasta puedo llegar a reírme de ellos, pero están los otros rumores. Esos que me provocan dolor de cabeza, náuseas y ansiedad. Rumores que lo crean con la intención de dañar a la persona involucrada. Esos son lo que no soporto y más daño me hacen, justo como en este momento.
—No entiendo como el doctor Nicolás puede llegar a soportarla.—se queja la chica de bata blanca
—Exacto, eso es lo mismo que me pregunto.—exclama alterada la de lentes —Esa niña es una molesta para el doctor Davis.
—Una vez escuche que el doctor Nicolás encontró a su hija en una situación comprometedora con su secretario. —dice la más baja de las cuatro.
Su revelación hizo que la de lentes abriera los ojos de la sorpresa, mientras que la de bata gruñirá de la molestia.
—¡Esa maldita mocosa! Ahora todo tiene sentido. Por culpa de ella casi sacan a Daniel de la fundación.— volvió a quejar la chica de la bata.
Claro que no. Yo no tengo la culpa del problema que tuvo Dan. Quiero gritar, pero me muerdo la lengua.
—Esa niña es una vergüenza para el doctor Nicolás.— sentencia la mayor de todas. La que es una de las tantas colegas de mi padre.— Tener una hija así, es pagar el peor de los pecados. El doctor está en su momento más alto y esa niña está siempre trayendo problemas. Si fuera el doctor hace rato me hubiera deshecho de ella.
Aprieto el libro que tengo en mis manos tratando de retener las lágrimas que quieren salir. Estos son los malditos rumores que más odio, estos rumores siempre se encargan de dañar la imagen que siempre me esfuerzo en mantenerla.
Ellas no saben que estoy aquí escondida y acabo de escucharlas. Como tampoco saben que esas palabras que acaban de salir de su boca, es la victoria para esa voz que está en mi cabeza que siempre me grita y me hace recordar que no soy suficiente, que soy un estorbo para mi padre, para mi padrino o para Santiago.
—¡Qué cruel!.— suelta burlona la de la bata.
—Cruel no. Soy realista, esa chica necesita una figura materna, pero lastimosamente la suya está muerta.
Las lágrimas salen por montones, ella sin saber me acaba de dar un golpe mortal. Ese golpe que siempre me trae a la cruel realidad.
Esa realidad que tanto trato de escapar con la ayuda de mis libros. Una realidad en donde un esposo perdió a la mujer que ama por culpa de su hija y una niña que carga con la culpa de haber asesinado a su madre.
Dejo de escuchar lo que siguen diciendo. Vine a este lugar para escapar del pesado de mi profesor y relajarme, pero terminé saliendo con el dolor en mi corazón y la verdad más clara que nunca.
Me arrastro por los conductos de ventilación sosteniendo mi libro, mi objeto más apreciado.
Me odio, por ser tan débil.
Me odio, por no tener la fuerza y la valentía suficiente para poder luchar.
Me odio, por no tener la autoestima tan fuerte para que no me afectan cosas como estas.
Me odio a mí misma, porque sin querer hacerlo siempre lastimo a las personas que más quiero.
Salgo del conductor de ventilación. Las lágrimas de mis ojos no me dejan ver bien. Me acomodó la bata blanca que usó por ser estudiante y por pertenecer a una fundación de científicos. Tengo una imagen que proyectar y no dejar en ridículo mi apellido, que recién se empieza a escuchar gracias a mi padre.
Trato de que nadie me vea, especialmente el señor Sr. Brown. Él es la segunda persona que más me odia. Siempre está tratando de humillarme y siempre disfruta en hacerme quedar mal.
Hoy se le ocurrió por no dejarme entrar al salón de clase solo porque se le dio la gana. Ayer me dejó el doble de trabajo solo porque su café no tenía azúcar. Antes de ayer casi me suspende solo porque no quise alimentar su ego.
Siempre es la misma situación con él, por mi parte solo me queda callar por el bien de mi padre. Suficientes problemas le he provocado como para seguir aumentando más.
Estoy por doblar el pasillo de las oficinas de los científicos cuando veo como mi padre sonríe encantado y se da un apretón de manos con el líder de la fundación. Le entregan una placa junto con un folder para que luego los ayudantes se encarguen de tomar fotos a mi padre y al líder. Eso significa que acaba de recibir un reconocimiento nuevo este mes.
Amo y admiro mucho a papá.
Vuelvo a mirar esa sonrisa orgullosa y feliz de mi padre. Esa misma sonrisa que hace que mi corazón sienta esa calidez de felicidad. Esa sonrisa hace que valga la pena aguantar los regaños del señor Sr. Brown, los rumores que inventan de mí y las críticas.