Caronte [historia corta; Halloween]

ACTO FINAL: Sacrificio.

La jaula se cerraba a mi alrededor, sus barrotes apretándose más con cada segundo que pasaba. Mi respiración era irregular, sentía el frío metal contra mi piel, y las miradas de los cinco hermanos penetraban hasta lo más profundo de mi ser. No había público, no había espectáculo; solo quedaba el silencio sepulcral del circo y los susurros de sus demonios.

Ellos se acercaron, uno por uno, rodeándome como sombras danzantes.

—Has llegado tan lejos... —dijo Jaxon, su voz baja y seductora, mientras trazaba con un dedo las líneas oxidadas de la jaula. Sus ojos ya no eran humanos. En la penumbra, su iris parecía arder con un brillo carmesí, y su sonrisa, que en algún momento había sido encantadora, se deformaba en algo mucho más siniestro.

Mis pensamientos estaban confusos, atrapada entre el miedo y una sensación que no lograba identificar. ¿Era excitación? ¿O simplemente el efecto de estar tan cerca del abismo?

—¿Te has preguntado qué sucede después del espectáculo? —preguntó Enzo, con una sonrisa torcida mientras observaba mi rostro. Su voz tenía algo que resonaba en mi mente, como si ya no fuera mi cuerpo el que temblaba, sino mi alma.

—Siempre hay un final... —añadió Luka, su mirada vacía era aún más perturbadora cuando estaba tan cerca. El aire a su alrededor era pesado, como si la atmósfera misma se torciera con su presencia.

Los cinco estaban tan cerca que podía sentir el calor antinatural que emanaba de ellos, y de pronto comprendí. No eran humanos.

Mi corazón latió con fuerza cuando las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar en mi mente. No era un circo normal, ni ellos eran simples artistas. Algo oscuro, algo milenario se escondía detrás de sus máscaras.

—Cada año es lo mismo —dijo Cassius, su voz era un susurro grave—. Siempre una nueva alma. Siempre alguien especial. Y este año… —hizo una pausa y me observó con ojos brillantes—, te elegimos a ti.

Mis piernas casi cedieron. El pánico me golpeó con toda su fuerza, pero no había forma de escapar. Las cadenas invisibles del miedo y el horror me mantenían prisionera. Intenté retroceder, pero la jaula ya estaba completamente cerrada, no había más espacio.

—¿Qué quieren de mí? —logré murmurar, mi voz quebrada.

Los cinco intercambiaron miradas, y fue Artem quien habló primero, con una tranquilidad tan escalofriante que me hizo sentir aún más pequeña.

—Es Halloween, querida —susurró—. Y en esta noche, los demonios como nosotros necesitan un sacrificio.

Mi respiración se detuvo por un momento. La palabra “demonios” resonaba en mi cabeza, como si el eco de lo que acababa de oír no pudiera asentarse del todo. Intenté rechazar la idea, pensar que era una especie de broma, una locura, pero sus ojos me decían la verdad. Ellos no eran humanos. No lo habían sido nunca.

—Cada año, buscamos una nueva ofrenda —continuó Enzo, mientras caminaba lentamente alrededor de la jaula, sus dedos tocando los barrotes, creando un sonido metálico que retumbaba en mis oídos—. Un alma que se pierda en el circo. Que caiga en nuestra red. Y este año, eres afortunada.

El miedo me asfixiaba. Quería gritar, pero sabía que no había nadie para escuchar. Nadie vendría a salvarme.

—No temas —dijo Jaxon, acercándose tanto que podía sentir su aliento en mi cuello—. Será rápido... aunque no indoloro.

Mi cuerpo temblaba. Las lágrimas ardían en mis ojos, pero no quería dárselas, no quería mostrarles más debilidad. Eran demonios, alimentados por el miedo y la desesperación. Sabía que cuanto más vulnerable me viera, más disfrutarían.

De repente, el suelo bajo mis pies comenzó a temblar. Sentí una vibración profunda, como si algo en las entrañas de la tierra se estuviera moviendo. La jaula, que hasta entonces parecía suspendida en el aire, descendió lentamente, llevándome a un nivel más bajo del circo. Las luces se desvanecieron, y el aire se volvió denso, sofocante.

—Es hora de tu transformación —murmuró Cassius, su tono monótono, como si la vida ya no le importara, pero sus ojos brillaban con una crueldad inhumana—. Solo hay una manera de sobrevivir a esto... y es aceptando lo que realmente eres.

“Lo que soy”, pensé, mientras sentía que el mundo a mi alrededor se desmoronaba. “¿Qué era yo?”

Los cinco hermanos se acercaron aún más. Las sombras se movían a su alrededor, retorciéndose como criaturas vivas, y sentí una energía oscura crecer en el ambiente. Era como si el circo entero estuviera despertando, revelando su verdadera naturaleza, una guarida de monstruos, un lugar donde las almas se perdían para siempre.

—No temas lo que está por venir —dijo Artem, y sus ojos ya no eran humanos, ahora completamente negros—. No te dolerá tanto… si lo aceptas.

Mi mente corría a mil por hora. Las luces parpadearon una vez más, y en ese instante comprendí que no había escape. Ellos eran los dueños de este lugar, los guardianes de un ciclo interminable de horror y muerte. Yo era solo la siguiente pieza en su juego, el sacrificio que necesitaban para continuar existiendo.

El suelo bajo la jaula se abrió con un crujido profundo. El calor y el olor a azufre ascendieron, envolviendo mi cuerpo. La jaula descendió hacia el abismo, y los cinco hermanos, con sus sonrisas perversas, observaban desde arriba.

—Feliz Halloween —murmuraron al unísono, sus voces resonando como un eco eterno.

La oscuridad me envolvió completamente. Sentí como si algo en mi interior se rompiera, como si mi alma fuera desgarrada lentamente. Pero, justo antes de que el abismo me consumiera, algo en mí despertó. Un poder antiguo, oscuro, que había estado dormido todo este tiempo.

Mis ojos se abrieron en la oscuridad. Ahora veía claramente, veía lo que ellos querían de mí, lo que realmente era. Y en ese momento, supe que la lucha no había terminado. Había más en juego de lo que ellos imaginaban.

Pero esa historia...no había terminado aún.

La jaula desapareció.




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