Capítulo 11
En segundos atraje a mi mente su suave parpadear cuando la rocé con mis dedos; aunque fueron solo unos instantes, esa imagen me envolvía la piel de extrañas emociones. Por la mañana siguiente decidí irme; antes de ello, verifiqué que Nina estuviese en su cuarto. No había necesidad de hacer aquello, pero con el tiempo me di cuenta de que disfrutaba incluso de verla dormir.
Ajusté la gorra a mi cabeza. Desde que había salido de casa me sentía incómodo, no lograba describir qué me ocurría; a pesar de ello, era indudable que una sensación extraña comenzaba a turbarme.
––Luca ––la voz de mi padre se hizo presente, vestía un sobretodo negro impecable.
Llevaba meses sin reunirme con él, y si se había visto obligado a venir adonde yo me encontraba, era evidente que nada estaba saliendo del modo que él suponía. Hacía bastante me había enviado un caso de dos hermanas que habían sido secuestradas. Todo el mundo se mostraba conmocionado por el suceso; los noticieros y los periodistas seguían al pie de la letra cada indicio que se daba acerca de este caso, que movilizaba a la totalidad del público sin distinción.
Mi padre mantenía una estrecha relación con el suceso, por ser ministro de seguridad. Además, las niñas secuestradas eran hijas del cónsul francés en Irlanda, y no hallar un indicio bueno significaba que mi padre era un incompetente… lo cual es cierto. Lo que nadie sabía era que yo solucionaba sus problemas de imagen.
Entré al automóvil que lo transportaba. Él se desabotonó el sobretodo con irritabilidad.
––Me dijeron que te suspendieron en la universidad.
––Sí ––respondí de forma automática, esa sensación de inestabilidad no se iba de mi cuerpo.
«¿Qué me ocurría?».
––Agradece que conozco al padre del idiota al que golpeaste ––comentó como si eso fuese un gran favor para mí. No le contesté, no me interesaba.
Íbamos de camino al lugar donde habían localizado muerta a una de las niñas. Debido a que no le había dado resultados certeros en torno de lo que ocurrió con su hermana, necesitaba ubicarla casi con desesperación. Lo bueno es que aún vivía…
Si yo lo necesitaba, mi padre liberaba la zona del hecho solo para mí. Nadie podría saber que merodeaba por esos sitios, y menos aún por la escena del crimen. Siempre que me obligaba a tales cosas, sentía que era protagonista de una película de terror; tengo que admitir que ya me había acostumbrado a ello, como si fuese un masoquista. Mi cuerpo era atravesado por aquellas vivencias futuras que se atiborraban en mi mente sin orden alguno, y revolvían mis entrañas al punto de enfermarme.
Llegamos a una zona boscosa y mi padre se bajó conmigo. Caminamos un trayecto largo hasta divisar una cabaña deshecha. Apenas puse mi pie en el primer escalón del porche de la casa, contuve una sucesión de imágenes devastadoras que me invadieron; como de costumbre continué, con mi padre siguiéndome los pasos. Pasé por debajo de una tanda de cintas que cercaban la construcción, entramos a la casa. Un ventilador maltrecho todavía funcionaba, provocando un sonido molesto; el olor a humedad era asqueroso, ya que la madera de la cabaña estaba en mal estado. Había un sofá viejo, objetos tirados en el suelo… Caminé hacia la cocina: una pequeña mesa y dos sillas eran lo más rescatable de ese sector. Vi sangre seca por doquier, cubriendo casi por completo a la oxidada batea de la cocina. En mi mente el rostro del asesino se desfiguraba mezclándose con imágenes que no conseguía ordenar; la sucesión era tan rápida, que aun a mí mismo me costaba controlarla. Nervioso, me apoyé en la mesa conteniendo mi malestar.
––¿Dónde la encontraron muerta? ––pregunté con la voz entrecortada.
––Detrás de la casa, cerca de un pozo.
Salí a toda velocidad. Iba desesperado, con mi mente atestándose de la voz de esa chica y la de su captor. Ahogué un grito de furia y me detuve en seco ante una de mis visiones… una más retorcida que las anteriores.
––¿Qué ocurre, Luca? ––consultó mi padre, que no me perdía pisada.
––No… no tiene sentido estar aquí ––repliqué a duras penas. Los gritos de la niña retumbaban en mi cabeza, y recordé la muerte de su hermana, la forma en que ese hombre la había matado; percibí sus sentimientos y de nuevo experimenté asco, un inmundo malestar me invadió.
––¿La otra niña está muerta? ––indagó mi padre, ávido de saber.
––No lo sé ––sentencié con tono hosco.
––Por favor, trata de ser más preciso ––me ordenó.
––¡Idiota! ––vociferé––. El asesino está lejos y tú estás buscando mal ––aseguré con brusquedad––. Si él no la mató, fue porque se arriesgaba demasiado.
Desgraciadamente, por culpa de mi maldición yo podía percibir a grandes rasgos, y por unos segundos, la mente de esa persona como si fuese él.
––¿Quién diablos querría tener a medio mundo buscándolo?
––Él va a deshacerse de ella. Mató a una primero, aunque fue contra sus planes porque no deseaba que esto terminara tan rápido. Mientras espera a efectuar su próximo movimiento, está buscando ganar más tiempo.
Tragué con dificultad, no quise entrar en más detalles; incluso se me hacía irreproducible lo que mis visiones me mostraban; a veces consideraba que no era capaz de digerir tanta basura porque, en efecto, lo creía imposible. Aún me sorprendía de mí mismo: a esas alturas tendría que haberme convertido en un completo loco, o en un siniestro desequilibrado sin la más mínima gota de raciocinio.