Carpe Diem

*3*

¿Señorita? ¡Ja!

Camila.

Camila

 

¿Con que se acompaña una asquerosa vida? ¿Con un asqueroso empleo, tal vez? Porque si era así, lo estaba haciendo a la perfección. Y a juzgar por cómo le había ido en su examen de Historia Universal, lo haría así por largo tiempo.

Caminó en medio de las mesas con el ceño fruncido, su cara; que hacía más el trabajo de armadura que de rostro. Llevó unos whiskys a la mesa quince y tres cervezas a la mesa diecisiete. Ya estaba harta de todo aquello. El alcohol, el estruendo, las peleas entre borrachos cada noche, pero continuaba allí, sin quejarse, porque era la única forma en que podía pagar las cuentas y evitar morir de hambre.

Camino a la barra un hombre que no vio se atravesó en su camino y le derramó su bebida encima. Lanzó una maldición entre dientes mientras intentaba descifrar con que la habían bañado.

El olor dulzón inundó sus fosas nasales y Camila no pudo evitar arrugar la frente. Era... vino. ¿Quién diablos tomaba vino en un bar de mala muerte como aquel? Un bar en el que, además, el vino era de la peor calidad posible.

Intentó, al menos, ver a la cara a la persona que seguramente acababa de arruinar sus mejores zapatos, pero no pudo distinguir su rostro en la semioscuridad del local. Por alguna razón el dueño seguía pensando que golpearse la espinilla con las mesas era atractivo, aunque ella había dicho un millón de veces que ese ambiente solo podía interesarle a los pervertidos que querían meterse mano en un bar atestado.

–Lo siento, señorita.

¿Señorita? ¡Ja! Había olvidado la última vez que alguien la había llamado de otra forma que no fuera ''Oye tu'' o esa perra''. Aun así, el cambio era agradable. Y esa voz ... era el punto exacto entre suavidad y aspereza. Era... sensual.

Sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos tontos de su cabeza. Ahí lo importante no era la voz del tipo. Su voz no limpiaría sus zapatos.

–Olvídalo, estoy acostumbrada.

– ¿Estás acostumbrada? –inquirió el extraño con su voz particular.

–Estoy borrachos derramen sus bebidas sobre mí.

–No soy un borracho. –Ella no podía percibir mucho de su rostro en la oscuridad de esa zona del bar, pero pudo haber jurado que sonreía. –De hecho, aun no lo había probado.

Ella no pudo evitar que se le escapara una pequeña risilla. Su intención no era burlarse del tipo, sin embargo, se la estaba poniendo difícil.

–Entonces no quisiera estar cerca cuando estés realmente borracho.

Vio a Tina pasar atareada a unos pocos metros de distancia y recordó todos los pedidos que aún le quedaban por entregar. Ya estaba bueno de estar de graciosa con el desconocido de la voz sexy, que ante todas las cosas era un cliente. Nunca solía hablar con un cliente más de lo estrictamente necesario. Y eso incluía solo cuatro frases:

–Buenas noches.

– ¿Qué desea tomar?

–Aquí está su trago.

–El baño está al fondo a la derecha.

 

Toda conversación con aquel extraño estaba totalmente fuera de su guion.

Se dio la vuelta para volver a la barra, pero el hombre la sujetó por un brazo. Dio un respingo y se volvió hacia él. Nunca, jamás había permitido que nadie en aquel bar la tocara. Sacudió la cabeza y tensó los hombros intentando poner la mirada más fría que podía dedicarle a una persona, o cosa; lo cual era absurdo, tomando en cuenta que estaba segura de que él no podía verle el rostro con claridad.

Uso su tono más áspero para preguntarle al extraño que quería.

Eres camarera, ¿No? Necesitaré otro vaso. Voy a estar en alguna mesa por allá —Señaló algún lugar, ella ni siquiera se molestó en mirar antes de asentir.

Esa vez se dio la vuelta y el hombre no cometió el error de volver a tocarla. Cuando llegó a la barra buscó a Tina con la mirada. La encontró tomando unas órdenes a una de sus mesas, la tres. Ellas habían establecido un orden desde que habían comenzado a trabajar juntas y parecía funcionarles. Tina siempre se había encargado de las mesas con números bajos.

Tina era una chica bastante joven, ella pensaba que podía tener unos 25, aunque nunca le había preguntado, básicamente porque no le interesaba. Era delgada y pequeña, y solía estar tan alegre que enfermaba, pero era lo más cercano a una amiga o cualquier cosa que poseía.

–Necesito que lleves un vaso de vino a una de las mesas que están detrás del billar. –La abordó cuando la chica regreso a la barra. Habló tan bajo como la música estridente le permitía.

Prefería mantener esa conversación lejos de los oídos curiosos de Sam, el dueño. Lo miró con el rabillo del ojo para asegurarse de que había estado muy ocupado sirviendo los tragos para su compañera y no la había escuchado.

Tina no ocultó su sorpresa. Ella no era de las que iban por el mundo molestando a las personas con favores. Pero esta vez era diferente. Para ella lo era.

Tengo muchas órdenes que entregar.

Como si quisiera enfatizar las palabras de Tina, Sam dejó media docena de bebidas sobre la barra. Ella se interpuso, logrando obtener la fugaz atención de Tina.

Yo entregare esto por ti, Christina –replicó tomando sus cosas. –Vas a llevarle un vino a un raro y a volver, no te pido que vayas de safari y me traigas un tigre.

No le dio tiempo a negarse, con los tragos en mano se marchó.

 

 



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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