Carpe Diem

*5*

Molestamente insistente.

Camila.

Por fin

Por fin. El bar estaba casi vacío y dentro de treinta o cuarenta minutos podría irse a su casa. Solo tendría que limpiar un poco y era libre de huir de ese antro de perdición, aunque solo fuera para tener que volver en unas pocas horas.

Tina ya se había marchado, tenía que llevar a su hija al colegio en la mañana y ella no pudo negarse, después de todo, se lo debía. Tener que cerrar el bar sola no era una situación extraña para ella. Sam casi nunca estaba después de las diez y Tina dependía del horario de su hermana enfermera. No era la primera vez que la cubría, sin embargo, era la primera vez que no le molestaba hacerlo.

Levanto algunas botellas y termino de limpiar las mesas delanteras. Luego se dirigió a la parte trasera del bar, al área del billar, que era la que le causaba más dolores de cabeza a la hora de limpiar. Dio un respingo al distinguir la inconfundible silueta de una persona sentada en una de las mesas. Un hombre.

Sintió pánico. Seguramente se trataba de un loco borracho y drogado hasta los huesos que no querría largarse. Respiró profundo y dio unos pasos hacia el hombre.

–Disculpe señor, debe irse. Ya hemos cerrado.

El hombre se puso de pie.

Por supuesto. –Respondió, mientras caminaba hacia ella.

Reconoció la voz al instante, el hombre misterioso del vino. ¿Qué diablos hacía allí aún? ¿Acaso no tenía familia? Se quedó de pie donde estaba mientras el hombre se acercaba lentamente a ella. Demasiado lento para estar sobrio.

–Creí que tú me atendería... –la profunda voz de aquel hombre le acarició los huesos y Camila sintió como se le erizaban los vellos de la nuca. Solo un segundo, antes de que sintiera ganas de querer golpearse a sí misma.

–Lo siento —hizo el mayor de sus esfuerzo, para que su voz no denotara la poca paciencia que le quedaba. El tipo era un cliente, por más escalofriante y molesto que fuera—, espero que comprenda que no puedo hacerme cargo de todas las mesas.

–Entiendo perfectamente. Pero ahora no hay nadie aquí, podríamos tomar algo juntos.

Ella lo miró fijamente a los ojos, aun no podía distinguir nada en su rostro, pero tenía algo: su voz, la forma en la que sentía que la miraba... la cautivaba totalmente. Aun así, le irritaba que los tipos pensaran que simplemente podían aparecer e invitarla a un trago y que luego todo tomaría el rumbo de un filme pornográfico de mala calidad. ¿Qué esperaba? ¿Sexo? Con todo y su voz aterciopelada, ni loca se le ocurriría acostarse con algún cliente de aquel lugar.

–Yo... no puedo. El bar cerro y yo aún estoy trabajando.

–Vamos, no hay mucho que hacer, ni nadie que pueda contárselo a tu jefe.

Camila decidió hacer como si no lo hubiera escuchado. Si eso había sido un chiste, fue uno muy malo. Alguien debía decirle al tipo que además de raro, no tenía ni pizca de gracia.

–Creo que debe irse a casa.

–Tengo nombre, es Ryan. —replico él, ignorando igualmente lo que ella le había dicho. Aquello parecía una batalla sobre quien ignoraba más las demandas del otro.

–Necesito que se vaya. —insistió, tomando respiraciones profundas que le calmaran las ganas que sentía de golpearlo con una botella vacía.

– ¿Cuál es tu nombre?

Ella miró a los lados con desesperación.

–Señor, necesito que se vaya ahora.

–Ryan. ¿Cuál es tu nombre?

–Camila –contestó exasperada. – ¿Contento? Ahora debe irse, es muy tarde.

–Lindo nombre. Es un placer conocerte Camila.

¿Acaso aquel hombre no escuchaba nada de lo que decía? Diablos, estaba empezando a asustarse. No sabía qué hacer si se ponía violento, o se negaba a irse, o intentaba tocarla... Fuera como fuera, ella nunca había tenido que enfrentarse con un hombre cuerpo a cuerpo y no estaba segura de que un par de botellas vacías y una escoba pudieran ayudarle en mucho, si se veía en la necesidad de golpear al raro.

–Yo... Muchas gracias. ¿Puede irse ya? Debo cerrar el bar.

–Claro. ¿Quieres que te lleve a casa? Es muy tarde.

–No gracias. Tomaré el metro.

– ¿El metro? ¿A estas horas?

–Sí —volvió a inspirar, deseando que el oxígeno que respirara tuviera pequeñas moléculas de paciencia. Necesitaba mucha en esos momentos.

–Bien.

Suspiro aliviada cuando lo vio salir por la puerta principal. Se secó las manos con el delantal e intento que sus latidos se calmaran un poco antes de continuar. Estaba jodidamente asustada. Por un momento había creído que tendría que llamar a la policía o algo así. Aunque, para ser sincera, aquel hombre no aparentaba ser una amenaza real, parecía más bien una persona molestamente insistente. ¿Pero que sabía ella? Aquel desconocido podía ser, sin ningún problema, un asesino en serie, un violador o un ladrón.

Terminó de limpiar y esperó unos minutos antes de salir, para no correr el riesgo de encontrarse con aquel psicótico otra vez.

Ryan.

No creía poder olvidar aquel nombre en los próximos veinte años, por el susto que le había dado, por supuesto, nada más.

Al salir del bar, miró a todos lados para ver si había alguien por allí, pero como cada noche, no había muchas personas en aquella calle a las dos de la mañana. Inicio su camino hacia la estación del metro, quería llegar a su casa, darse un baño e irse a la cama lo más pronto posible.

Cada día al salir del trabajo, daba gracias a Dios por vivir en una ciudad donde el servicio de metro era 24H, no podría permitirse pagar taxis cada día, menos aún comprarse un auto.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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