Carpe Diem

*6*

Ojos azules 

Ryan.

 

 

Ryan había conseguido lo que había querido. Obviamente, no se había encontrado ni con Judith ni con Earl en el pasillo a las 3 de la madrugada, eso ya sería demasiado. Era bueno salirse con la suya de vez en cuando, hacía tiempo que no le sucedía. Aunque también había conocido a esa chica, Camila, y el recuerdo de ella gritándole en la calle le hizo sonreír. Desde luego era una mujer con carácter.

Sin ningún lugar a dudas, aquel día había sido el más extraño de toda su vida. Había hecho todo lo que no acostumbraba a hacer. Porque él, desde luego no iba a bares, ni se sentía atraído por camareras o cualquier otra mujer desde que se había separado de Judith. Tampoco solía acosar a mujeres asustadas.

Pero sobre todo, no se daría la oportunidad de pensar una segunda vez en una mujer que le había dicho abiertamente que se drogaba o que lo había hecho alguna vez, porque aunque quería creer que había estado bromeando, o que lo había dicho para deshacerse de él, una parte muy profunda de Ryan sabía que era cierto.

Dio otra vuelta en la cama y recordó su pelo, era lo único que había logrado distinguir de ella; su pelo como el fuego y su boca, igualmente roja, carnosa y siempre fruncida. Era una chica dura.

Y contra todo pronóstico, sentía atraído hacia ella.

Era... ni siquiera encontraba la forma de describirla. Era... única... Rara.

Sentía la necesidad de volver a verla, de invitarla a tomarse algo con él. Pero por cómo se había comportado el día anterior, ella no parecía estar dispuesta a entablar con él ningún tipo de conversación civilizada.

Él tampoco tenía mucha práctica en el arte de la seducción. De hecho, la única mujer con la que había coqueteado alguna vez había sido Judith, y con solo ver como terminaba la historia quedaba en evidencia que no era un experto playboy rompe corazones. Más bien un fracasado, una vergüenza profunda para los machos.

Quería volver a ver a Camila, aunque solo fuera para que le gritara como loca delante de todo el que pudiera verlos. De hecho, lucia más sexy cuando gritaba.

Cuando una persona pasaba por algo poco usual en su vida, era normal que este suceso acudiera a su mente con facilidad en las horas posteriores.

Claramente la noche anterior había sido una de las más inverosímiles de su vida. Pasar el resto de la noche pensando en la camarera era normal, pero despertar pensando en ella ya estaba rayando en la obsesión, y no la obsesión bonita de las comedias románticas, sino las obsesiones enfermizas que ocupaban primeras planas. Con un poco de esfuerzo se convertiría en un auténtico acosador de esos que presentan en TV.

Se levantó de la cama como un rayo. Quizás el agua caliente de la ducha le sacaría todas esas ideas tontas de la cabeza. Se metió en baño y salió media hora más tarde, aun con deseos de volver a aquel bar de mala muerte por la noche. Se miró al espejo mientras se ponía la ropa, cosa que no hacía con frecuencia. Si se miraba bien, no era tan feo; era un poco más alto que el promedio, rubio, de ojos azules, delgado, no era musculoso, pero tenía ojos azules. ¿Acaso a las mujeres no les gustaban los ojos azules?

Solo que, en la oscuridad de aquel bar, el color de sus ojos no se distinguía.

Pero... ¡¿Qué diablos estaba pasando?! ¿Acaso estaba drogado?

Se retiró del espejo y fue hacia la cocina. Mientras ponía el café y unas lonjas de pan en la tostadora, pensaba en los pros y los contras de volver a ver a Camila.

Cuando el café estuvo listo, ya él había tomado su decisión: no era una buena idea. Lo más prudente que podía hacer era alejarse de aquel bar y de aquella chica.

 

 

 

 



#49253 en Novela romántica
#7933 en Chick lit
#32502 en Otros
#4719 en Humor

En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.