Carpe Diem

*9*

Calzón chino

Camila.

 

 

Camila contuvo la risa como pudo y se giró a atender a los demás clientes. Aquel pobre tipo nunca había tomado un whisky. ¡Ja! Y ella que le había temido. ¡Doble Ja! Ryan Ross no era peligroso. Quizás era un poco extraño. Tenía una ligera vena de acosador y eso, pero no era alguien a quien temer. Era más bien al tipo de persona que temía.

Terminó de atender a los clientes, le llevó otra botella de ron al tipo solitario y volvió a la barra. El trago de Ryan estaba igual como lo había dejado unos minutos antes. Esta vez no pudo evitar soltar una carcajada.

– ¿Qué pasa amigo? ¿Ya no bebes más?

Él empujó el vaso hacia ella y negó con la cabeza.

–No lo considero prudente.

"¿No lo considero prudente?" ¿Dónde carajo creía que estaba aquel tipo? ¿En el Ritz? Seguro que lo había confundido la canción de Etta James que sonaba por lo bajo en el bar. Una de las pocas concesiones que solía hacerse a sí misma cuando no había mucha gente y Sam, el dueño, no andaba muy cerca.

Y si alguien pensaba que ese no era un género musical para ella, podía mandarlos a la mierda y hacerles una señal universal con el dedo mayor a todos.

Hizo una mueca de desagrado y tomó el Whisky que Ryan había dejado intacto.

–Te daré algo más... tu. ¿De acuerdo?

Se giró a servir el trago tras verlo asentir como uno un niño. Después de verlo comportarse como un idiota por más de cinco minutos perdía la gracia.

Volvió a colocar un vaso en la barra y lo lanzó hacia él con un gesto pomposo. Pero claro, tuvo que atraparlo el tipo de la esquina, debió imaginar que él no podría hacerlo. Se acercó a él al tiempo que se llevaba la bebida a los labios y lo miró fijamente.

– ¿Qué te parece?

–Está rico. ¿Qué es?

–Anís. –Sonrió –Nadie toma anís aquí, pero bueno... nadie toma vino tampoco así que pensé que estarías bien.

Por un momento a Camila le pareció que lo había ofendido. Bueno, nadie lo mandaba a ser un tonto que jugaba a ser un niño grande. Agitó la cabeza y volvió a lo suyo, no podía pasarse toda la noche comportándose como la mami de Ryan Ross, solo le faltaba acunarlo y cantarle una nana.

Tres de los cinco clientes que había al principio se habían marchado ya y no pensaba darle otra botella de ron al solitario de la mesa. Sirvió los tragos a los otros dos y se volvió hacia Ryan, pero él ya se estaba levantando para marcharse.

Eso debería representar un alivio para ella, pero no fue así, no quería que se fuera, la razón podía ser que quería seguir riéndose de él.

Sí, eso debía ser.

Antes de calcular sus acciones estaba acercándose a él.

– ¿Ya te vas?

Él le sonrió achicando los ojos de esa manera tan nerd. Seguro que en la escuela esa de esos a los que le robaban diario la merienda y le hacían calzón chino.

–sí, ya es tarde. –respondió.

– ¿Aún sigue en pie el ofrecimiento de ayer?

– ¿Eh?

–Lo de llevarme a casa. –tuvo que controlarse para no rodar los ojos.

Pudo ver que la pregunta lo había tomado por sorpresa y, para ser sincera, a ella también la había sorprendido.

–Sí, claro que sí.

Intentado no arrepentirse de aquello, le sonrió. Aunque en realidad no fue una verdadera sonrisa, fue más bien como una mueca.

–Bueno, si me esperas un minuto me gustaría que me hicieras el favor de llevarme a casa.

 



#45340 en Novela romántica
#7249 en Chick lit
#29846 en Otros
#4404 en Humor

En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.