Valía la pena mentir
Camila.
¡Lo había besado! Había besado a aquel tipo y lo había disfrutado. Él, naturalmente le había devuelto el beso. Y, bueno... no había estado tan mal. O sea, no era como si fuera el mejor beso de toda su vida, pero había estado bien. Para ser sincera, había estado un poquito mejor que bien.
Los besos de Ryan Ross se parecían a él. Suaves, tiernos y lentos... muy lentos. Detuvo sus pensamientos, la única razón por la que lo había besado era para lograr que se callara y terminara de irse a su casa. Su constante estado de nerviosismo lograba también arrastrarla a la ansiedad, era frustrarte, por decir lo menos. Esperaba que después de haberse abalanzado sobre él, Ryan tuviera el suficiente sentido común como para no acercarse más a ella.
Aunque él tampoco parecía precisamente molesto, sobre todo cuando le devolvió el beso. Tampoco cuando había vuelto a besarla segundos después. Al parecer,había disfrutado el beso... y a ella le había gustado besarlo, por extraño que resultara. Con gusto habría seguido haciéndolo por horas, claro está, nunca lo admitiría en voz alta.
A la luz pálida de la bombilla, había podido ver mejor a Ryan Ross. Había visto que su voz aterciopelada iba acompañada de unos hermosos ojos color azul y de un ondulado, sedoso y brillante pelo que intentaba ser rubio, pero que no o conseguía por completo. Tenía las manos más suaves que había visto en un hombre y daba los besos más dulces que había probado jamás.
Si no poseyera de esa mirada de niño asustado, podría fácilmente ser sexy; pero solo era lindo. Aunque ser lindo no estaba mal. Si se concentraba, podía sentir su olor y la calidez de sus labios sobre los de ella, pero no lo haría, porque eso sería idiota, cursi y demasiado raro.
Terminó de entrar en el edificio, no sin antes mirar el grupo de hombres que permanecían sentados al final de la calle; tal vez pandilleros, no tenía idea. No eran sus amigos y nunca lo serían, pero Ryan no tenía que enterarse y si con ello se iría tranquilo sin mearse en los pantalones, entonces valía la pena la mentira.
Mientras recorría los sucios y parcialmente oscuros pasillos de su edificio, pensó que era probable que no volviera a verlo más. O eso esperaba ¿verdad?
Se le hacía muy difícil creer así por así que un hombre estuviera interesando en ella. No quería sonar modesta, porque no lo era. Estaba muy consciente de su atractivo físico. Podía ser atractiva, si lo intentaba. Sin embargo, después de un tiempo había dejado de importarle si se veía bien o no y en consecuencia había dejado de importarle a los hombres.
Por lo tanto le resultaba difícil creer que Ryan se hubiera fijado en ella luciendo como lucía. Entró en su departamento como una exhalación y se miró en el espejo de cuerpo completo que había en su habitación. Llevaba una camiseta roja dos tallas más grandes, unos leggins purpura para nada bonitos y unos converse que había comprado en una tienda de cuarta en el china town por un precio sospechoso.
Su pelo estaba recogido de una manera para nada sofisticada: una trenza que llegaba hasta la mitad de su espalda. No llevaba nada de maquillaje, como siempre, y eso la hacía parecer de 9 años a pesar de sus casi 24.
No se veía bonita. Si fuera un hombre no se sentiría atraído por ella, por lo menos no en ese estado. O Ryan Ross no había podido encontrar algo mejor en que fijarse o era una clase de pedófilo confundido con su edad. Ninguna de las dos opciones eran alentadoras.
Cada vez que se volvía a mirarse en el espejo, se preguntaba ¿Qué cosa en ella había atraído a Ryan Ross?
Daría lo que fuera por escuchar la respuesta a esa pregunta.
Pero seguramente nunca lo sabría. No valía la penar seguir rompiéndose la cabeza intentando descifrar cosas de una persona a la que quizá no volvería a ver nunca.