Carpe Diem

*13*

Camila.

 

 

A lo largo de sus años, había escuchado muchas veces la frase: ''No todo es lo que parece'', pero nunca pensó que fueran más que porquería, hasta ese momento.

Habían pasado tres días y no había vuelto a ver a Ryan Ross. No volvió a pasarse por el bar para tomar vino, anís o cualquier otra cosa que tomaran los tipos como él. Debía admitir que le sorprendía y no precisamente en el mejor de los sentidos. No quería que pareciera como que extrañaba la molesta presencia de Ryan Ross, solo que él no le había parecido del tipo: ''la beso y luego desaparezco para avivar la intriga''. Y claro que no había nada que avivar, pero el pobre infeliz podía haberse confundido.

Tal vez no volvería a verlo porque lo había besado y bueno... los hombres normales no se conformaban con un simple beso, pero a leguas se podía ver que Ryan Ross no era un hombre normal. Era un espécimen en peligro de extinción de tonto extremadamente lelo que actuaba como niño de cinco años con retraso severo.

O eso había pensado. Y era muy posible que lo hubiera juzgado mal.

Miró hacia la puerta por vigésima vez. Mierda ¿Qué estaba haciendo? Parecía una imbécil mirando hacia la entrada cada dos minutos por si lo veía aparecer. No había funcionado los dos días anteriores, no funcionaría en ese momento.

Nunca en su vida se había arrepentido de besar a nadie. Y con Ryan había estado bien, pero si no lo hubiera besado, tal vez estuviera un allí, hostigándola con sus estupideces. ¿Estaba arrepentida por librarse del cliente más pesado que había visitado alguna vez aquel bar?

Sacudió la cabeza fuertemente. ¡Maldita sea! No quería volver a verlo. Era solo su cerebro jugándole una mala pasada. Ni siquiera estaba segura de poder llamarlo "Cliente" o si la razón por la que realmente notaba su ausencia era porque se había divertido mientras él hacía un poco el ridículo.

— Una vez vi alguien que movía la cabeza de esa forma, en el hospital. Se llamaba Martín y creo que tenía Parkinson. ¿No eres muy joven para eso?

Se giró y encontró a Tina mirándola fijamente.

— ¿Qué? —cuestionó aturdida.

—¿Pasa algo? Te noto algo inquieta.

Camila se contuvo para no resoplar.

—No. ¿Para llegar a esa conclusión perdiste mucho tiempo observándome desde la oscuridad? Porque hay muchos clientes esperando por sus bebidas mientras tú me espías.

Se giró para largarse de allí, no estaba obligada a escuchar a Tina con sus constantes intentos fallidos de darle sesiones no solicitadas de terapia emocional. Recorrió con rapidez los pocos metros que la separaban de la barra, pero al parecer su compañera no entendió el mensaje, porque siguió caminado tras ellas.

—Puedes contarme lo que sea. Ta has comportado algo extraña estos días y estoy preocupada por ti. Solo quiero saber si todo está bien.

—Todo está perfecto, Tina, gracias. ¿Puedes dejar de tratarme como tu proyecto de psicología? Te lo agradezco, pero en serio no necesito que te preocupes por mí, todo está bien, solo que he estado durmiendo algo mal estas últimas noches.

Pese a haber usado su tono seco y emplear su mejor gesto de "no me jodas, Tina ni se inmutó; le dedicó una sonrisa dulce que tenía el poder de hacer que Camila perdiera la paciencia y luego lanzó una breve mirada a sus espaldas; suponía que al reloj sobre el umbral de la entrada. Volvió a mirar a Camila fijamente y al final, cuando ella comenzaba a acariciar la idea de encerrarse en el baño para evitarla, Tina volvió a hablar.

—Si quieres vete a casa, yo me haré cargo de todo el resto de la noche.

Por un momento Camila pensó en negarse, no quería ser la beneficiaria de la lastima de nadie, sobre todo si algo en ella estaba tan mal que Tina acababa de ofrecerse a que quedarse prácticamente sola en el bar. Pero por otro lado debía reconocer que llevaba varias noches sin dormir y estaba muy cansada, además de irritable, más de lo normal, quería decir.

¿Aprovechar la oferta sería estúpido o egoísta?

—Bien, gracias. —dijo pasándose las manos por el pelo y los ojos en señal de rendición y cansancio, la respuesta a su propia pregunta no le importaba. —Solo déjame entregar estos pedidos y me iré.

—No, no, no. Yo los entregaré. Solo... vete.

Camila asintió, le entregó la bandeja y su libreta a Tina y salió disparada de allí. A la salida se miró en el cristal de una tienda cercana y entendió las ganas de prisa de Tina por deshacerse de ella. ¿Estaba enferma o solo su vida de mierda estaba pasando factura otra vez? 

 

 



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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