Carpe Diem

*15*

Ryan.

 

Ryan se quedó en silencio, sin responder, como si no hubiera escuchado la pregunta. ¡Caramba! No recordaba haber visto una mujer más bella que Camila, pero por si las dudas, se detuvo unos segundos y se lo preguntó seriamente. ¿Alguna vez había tenido una vista así? La respuesta era obvia, pero por su dignidad, fingió pensarlo un poco.

Claro que tampoco era como si fuera por la vida viendo mujeres bellas para guardarlas en su base de datos. El punto era que ahí se encontraba ella, tirada sobre su cama, a medio vestir, con las mejillas sonrosadas de la rabia e incluso así luciendo mucho mejor que todas las mujeres que había conocido.

Ryan quiso evitar que su mirada descendiera más allá de los límites de la decencia, pero no era tan fuerte y sus ojos terminaron observando el cuerpo de Camila, deteniéndose algunos segundos en los tatuajes que adornaban su piel. La idea de que a Camila parecía gustarle las serpientes más de lo normal llegó a su mente justo antes de que la voz furiosa de ella lo hiciera apartar la vista.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste en mi casa? —gruñó, levantándose de la cama. La razón por la que estaba allí parecía importarle más que su desnudez.

—Una ancianita en el pasillo —señaló Ryan, intentando organizar sus ideas—, nos encontramos en la entrada, al pie de las escaleras. Creo que te vio besarme el otro día, me pidió que te dijera que está contenta de que al fin salgas con alguien de tu edad —esas últimas palabras surgieron de él como un murmullo. No estaba seguro de como sentirse al respecto.

»No voy a hacer ningún comentario al respecto —Dijo esto último con diversión—. Intenté explicarle que no estamos saliendo, pero hablaba a una velocidad apabullante. Me ha tomado de una mano y me ha dicho tu piso y numero de departamento mientras me escoltaba hasta aquí.

Camila hizo una mueca y enterró los dedos en su cabello. Ryan nunca se habría imaginado que un gesto tan simple pudiera resultar tan erótico.

—Maldita vieja chismosa, entrometida —bufó Camila, poniendo los ojos en blanco— ¿También te dio una llave o qué? ¿Cómo entraste?

Ryan se frotó los ojos antes de contestar. Aquella mujer tenía un genio terrorífico.

—Verás, parece que hoy es mi día de suerte. Cuando llegué hasta aquí me encontré con una mujer, demasiado simpática para no estar borracha de hecho, dijo que te vio llegar y que nunca cierras con llave. Lo cual, si me permites decirlo, es absurdo y peligroso.

Camila abrió la boca para decir algo, pero él se adelantó. Lo mejor era no dejarla hablar o comenzaría a gritar y no pararía jamás.

—Toqué varias veces. Como no abriste entré y bueno... aquí estoy. Hola.

Ella volvió a abrir la boca, pero él levantó la mano haciéndola callar nuevamente.

—Fui a tu trabajo —agregó— Tu compañera, la pequeñita que habla mucho, me dijo que habías enfermado y que te habías tomado la noche libre. ¿Quedan cubiertas todas tus dudas?

Ella asintió sin decir palabra, probablemente temiendo que él la hiciera callar otra vez.

—Bien. —continuó él —Traje comida china —dijo señalando fuera de la habitación— La he dejado en la cocina, o por lo menos en la... fracción de la casa que intenta serlo.

—Ya he comido, gracias. Toma tu comida y largo de mi casa.

—¿Qué? ¿Eso? —preguntó señalando las tres botellas vacías a la orilla de la cama y el montón de colillas sobre la mesa de centro— Es una dieta excelente, pero yo te recomiendo una donde haya algo que realmente se mastique.

Camila lo miró por unos segundos sin decir nada. Él también la miró fijamente. Ni él mismo se creía que estaba ahí, en su casa, con ella en ropa interior. Las cosas se daban con extraña rapidez entre ellos, era como si... estuvieran destinados.

Sacudió la cabeza para sacarse aquella idea tonta de la mente. Seguro que, si Camila pudiera escucharlo, estaría en ese momento pegándole en sus partes privadas. Aquel también era el pensamiento más cursi que había tenido en la vida.

—¿Qué diablos pasa contigo? —cuestionó ella, mirándolo con auténtica curiosidad.

—¿Conmigo? No pasa nada. ¿Qué pasa conmigo? —balbuceó.

—La última vez que te vi y hablé contigo eras un tonto, pero un tonto dulce. Ahora eres como un tonto arrogante. Nunca te había escuchado decir tantas palabras juntas.

—¿Arrogante, yo? Creo que te has confundido. ¿Solo porque te he dicho que te conviene cenar?

Vio como Camila hacía un gesto quitándole importancia a la situación y se dirigía hacia la cocina. Se acercó hacia las bolsas que él había llevado y husmeó como si fuera un niño de seis años debajo del árbol de navidad.

——Por lo menos la comida huele bien.

—Sí, es de un restaurant chino bastante decente —contestó.

Caminó detrás de ella, mientras hablaba sus ojos se movieron por todas partes. Aquel era un departamento demasiado pequeño incluso para una persona, también era muy feo y el desorden reinante no ayudaba en nada. Había montones de ropa y platos sucios por todos lados. La pequeña cocina que solo estaba separada del resto de la casa por una encimera espantosa parecía como si un tornado hubiera arrasado allí. En general, aquel lugar podría ser la locación para escenificar cualquiera de sus pesadillas.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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