Carpe Diem

*16*

Camila. 

 

Le costó un momento caer en cuenta de dos cosas: La primera, era que su departamento estaba hecho un caos y aunque eso no era algo muy fuera de lo común, lo realmente nuevo era que le importara. La segunda, estaba semidesnuda, caminando por la casa con un bóxer negro y una raída camiseta de pijama.

Trató de comportase como si nada estuviera pasando, como si no le molestara que Ryan Ross mirara detenidamente toda su casa en lugar de mirarle el trasero y sin decir nada, se abrió paso hasta su habitación. Una vez allí revolvió un montón de ropa hasta dar con un pantalón de chándal gris y se lo puso. Luego volvió a la sala.

—Siéntate —dijo señalando el sofá frente a su viejo televisor—. Voy a servir. ¿Quieres algo de tomar? —inquirió mientras abría la nevera y arrugaba la frente—. Tengo cerveza y agua.

—Agua.

No pudo evitar hacer una mueca. Por supuesto que sí.

—Me lo imaginé —No creía conocer alguna persona más predecible que Ryan Ross.

Tomó los últimos dos platos limpios que quedaban en la cocina y sirvió allí lo que Ryan había llevado. Tomó uno de los platos y una botella de agua y se la entregó intentando con la mano libre quitar todas las cosas que estaban sobre la mesita de centro. Luego volvió a la cocina por su plato y otra cerveza y se dejó caer junto a él.

Esperaba que él terminara diciéndole por qué había aparecido en su casa de repente sin ninguna razón, comió en silencio aguardando una explicación. Solo que debía admitir que su paciencia no era mucha y cuando, al pasar quince minutos, vi su plato vacío y Ryan aún continuaba en silencio, no pudo aguantar ni un segundo más todas las preguntas que bullían en su cabeza.

—¿Vas a decirme a que viniste o quieres que pretenda que solo querías traerme la cena? ¿Esto qué es, tu buena acción de la semana?

Se levantó para llevar su plato a la cocina junto con la botella vacía, tomó otra del refrigerador y volvió a sentarse.

—¿Otra cerveza? —preguntó él con esa expresión de niño bueno que ya lo había visto poner en otras ocasiones.

—Puedo. Soy mayor de edad. Es mi casa y mi noche libre —señaló incomoda. Siempre la había molestado sentirse juzgada, sobre todo por alguien como él, que no la conocía en lo absoluto—. Puedo emplearlo en lo que pueda y lo estoy empleando en esto. Ahora, contesta.

—Solo quería saber de ti.

Camila enarcó una ceja.

—Entonces... ¿Saber de mí?

—Bueno, sí. Estuve en el bar, tu compañera dijo que estabas enferma y tuvo la cortesía de decirme como llegar.

Camila hizo la anotación mental de hablar con Tina al respecto, muy seriamente, no podía ir por ahí diciéndole a los clientes como llegar a su casa. Sí, Ryan Ross parecía ser inofensivo, pero alrededor de ese «parecía» flotaban un sinfín de posibilidades que llegaban hasta la psicopatía.

—Estuve fuera de la ciudad estos días —agregó él.

—Hum...

Ignoró las preguntas que surgieron en su mente. No le importaba lo que estuviera haciendo fuera de la ciudad, no era su problema y no tenía ningún derecho a preguntar. Ni siquiera entendía para qué le contaba en primer lugar, ¿por qué daba por hecho que le importaba lo que hiciera con su vida?

—Estaba visitando a mi madre —Él pareció leer sus pensamientos— Enfermó y estuve visitándola.

Oh, su madre. Bueno... no se le había pasado eso por la cabeza, tal vez porque Ryan Ross tenía toda la pinta de todavía vivir con su madre, jugar bingo en las tardes y ver juntos las telenovelas en las noches mientras comían sopa de letras. De todas formas, suponía que era normal que las personas visitaran a sus madres, cuando las tenían. No estaba tan desconectada del mundo como para no saber eso, no era un fenómeno.

—¿Mejoró? —preguntó bruscamente, intentando mostrar al menos un mínimo de interés.

O tal vez si sentía ese interés. Se sorprendió a sí misma preguntándose cómo sería la familia de Ryan. ¿Eran todos tan raros como él, tenían algún drama oscuro y tenebroso? Suponía que todos los raros, hasta los que parecían perfectos, como él, cargaban con sus propios traumas. Por suerte, Camila cargaba con los propios y no le interesaba hurgar en la vida de aquel tipo.

Aunque ya era tarde, porque acaba de hacerlo al preguntarle por su madre. A la mierda la cortesía, ¿Por qué acababa de decidir usarla justo en ese momento?

—¿Eh?

—Tu madre —aclaró, conteniéndose para no poner los ojos en blanco— ¿Mejoró?

—Oh, sí. Por suerte está mucho mejor. Gracias por preguntar.

—Ya.

Pasaron unos segundos antes de que Camila comprendiera hacia donde estaba dirigida la mirada de Ryan. Sus ojos estaban enfocados en el arete que colgaba de su ombligo, una absurda muestra de rebeldía adolescente que ni siquiera sabía por qué conservaba, y que él podía ver gracias a lo corta que era su franela.

En general, no le importaba que la observaran, le daba igual, pero la mirada que estaba recibiendo en esos momentos era demasiado intensa como para fingir que no lo notaba, sobre todo cuando sus ojos se deslizaron lentamente hasta fijarse en uno de sus tatuajes, la gran serpiente que rodeaba su abdomen.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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